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El estancamiento: cómo los vientos no han parado de amainar en los últimos 60 años
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El estancamiento: cómo los vientos no han parado de amainar en los últimos 60 años

Desde hace más de 60 años, cada década, la velocidad media del aire superficial disminuye 0,5 kilómetros por hora. Las causas todavía no están claras, por eso es una prioridad científica, sobre todo en la UE

Foto: Necesitamos descifrar el 'estancamiento' cuanto antes. (iStock)
Necesitamos descifrar el 'estancamiento' cuanto antes. (iStock)

Queramos o no, las políticas climáticas de todo el mundo, en especial las de la UE, están variando. Esto se debe no solo al compromiso climático que hemos adoptado para volvernos 'neutros en carbono' para el año 2050, sino también a otros factores, entre los que destacan, hoy en día, la guerra en Ucrania y el elevado precio de los combustibles fósiles, en particular el gas, que supone una parte mayoritaria de las fuentes de energía de la UE.

La transición energética es, por tanto, una realidad que tiene dos objetivos claros. El primero es la sostenibilidad medioambiental, dicho de otro modo: evitar hacerle más daño al clima con la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) que alteran los patrones climatológicos y producen el conocido como 'calentamiento global'. El segundo es lograr una independencia energética total a nivel comunitario y no depender de absolutamente nadie para cubrir nuestras necesidades.

"Que estas velocidades del aire tiendan a la baja puede tener una impacto a largo plazo en la generación eléctrica"

La apuesta que estamos realizando es con las energías renovables, principalmente la solar (ya sea fotovoltaica o térmica) y con la eólica (que, irónicamente, también es solar —al igual que le pasa a la hidroeléctrica—, dado que es el calor del sol el que provoca las diferencias de presión atmosférica que, a su vez, causan el viento). Estas, aunque todavía suponen desafíos tecnológicos notables (como el aumento de la eficiencia o la conservación de la energía en momentos de exceso para su utilización cuando exista una carencia), cada vez ocupan un mayor porcentaje de la producción eléctrica de nuestro país.

Según datos de BloombergNEF, España es el quinto mercado renovable más atractivo del planeta. De hecho, solo en 2020, la inversión en energías limpias en nuestro país alcanzó los 11.000 millones de dólares (10.441 millones de euros), lo que nos sitúa solo por detrás de China, EEUU, Japón y el Reino Unido. Esto ha provocado que, según datos de la Agencia Internacional de la Energía (IEA), la energía solar (tanto fotovoltaica como térmica) y la eólica supongan a día de hoy más de un 30% del total.

placeholder La energía eólica, ante otro desafío. (iStock)
La energía eólica, ante otro desafío. (iStock)

Pero no todo son buenas noticias. Al igual que la energía solar necesita que sea de día para poder convertir esos 'fotones solares' en corriente eléctrica, los aerogeneradores necesitan de algo tan simple como aire en movimiento que mueva sus aspas. Pero, como explican desde la propia Comisión Europea: "La velocidad de los vientos alrededor del mundo parece descender en un fenómeno conocido como 'estancamiento', que comenzó en los años sesenta".

En efecto, cada vez hay menos viento en nuestro planeta. Diversos estudios científicos han probado que la velocidad media del aire en la superficie terrestre (esto no tiene nada que ver con los vientos a gran altitud) ha descendido a un ritmo de 0,5 kilómetros por hora cada década desde que tenemos registros fiables, que datan de mediados de la década de los años sesenta.

placeholder Los vientos amainan a nivel global. (iStock)
Los vientos amainan a nivel global. (iStock)

Pero la confirmación de este problema, explican desde la Comisión Europea, "se descubrió recientemente, durante la última década". Y lo que es peor: sabemos que el cambio climático está relacionado, de algún modo, con este 'estancamiento', pero todavía no hemos podido vincularlo. Dicho de otro modo: no tenemos ni idea de cuáles son las causas exactas de que este fenómeno esté teniendo lugar.

Esto no solo supone un eslabón perdido de la crisis climática, sino que además amenaza una de las dos cestas (renovables) en que hemos puesto todos nuestros huevos energéticos de cara al futuro: la energía eólica. Como explica el doctor César Azorín Molina, climatólogo de la Universidad Sueca de Gotemburgo y principal investigador del programa Stilling de la UE, "existe una necesidad urgente de determinar las causas del 'estancamiento' en un clima que no para de cambiar".

Foto: Parque eólico marino. (Unsplash)

El problema, explica el científico, afecta a muchos sectores económicos diferentes, así como a procesos naturales: "Existen serias implicaciones del cambio de los patrones de viento en áreas como la agricultura o la hidrología, básicamente por la influencia que tiene el viento en los procesos de evaporación". Y continúa: "Que estas velocidades del aire tiendan a la baja puede tener un impacto a largo plazo en la generación eléctrica, y los vientos más mansos pueden significar una menor dispersión de los contaminantes de las grandes ciudades, lo que a su vez puede exacerbar los problemas causados por la mala calidad del aire y, por tanto, tener un impacto en la salud de las personas".

Por supuesto, no entremos en pánico: el viento no va a desaparecer. Pero esta tendencia preocupa a aquellos que están invirtiendo grandes cantidades de dinero en apostar por la energía eólica y que necesitan, cuanto antes, que este gran misterio se resuelva, para poder realizar predicciones precisas sobre cuál será la evolución de los patrones de viento y cuáles serán los mejores lugares para colocar los aerogeneradores tanto a medio como a largo plazo.

Queramos o no, las políticas climáticas de todo el mundo, en especial las de la UE, están variando. Esto se debe no solo al compromiso climático que hemos adoptado para volvernos 'neutros en carbono' para el año 2050, sino también a otros factores, entre los que destacan, hoy en día, la guerra en Ucrania y el elevado precio de los combustibles fósiles, en particular el gas, que supone una parte mayoritaria de las fuentes de energía de la UE.

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