Danas violentas en otoño y récords de calor en invierno: ¿cómo llamamos a esto?
Tres meses después de la peor catástrofe meteorológica, la Comunidad Valenciana bate récords de altas temperaturas. Los expertos insisten en que esta alta variabilidad es una consecuencia más del cambio climático
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El pasado lunes 27 de enero la ciudad de Valencia alcanzó los 27,1 grados de temperatura máxima. Según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), se trata del valor más alto registrado en la ciudad en un mes de enero en más de siglo y medio de datos, desde 1869. El anterior récord para el mismo mes fueron los 26,6 grados registrados el día 22 de enero de 2018. Un dato que no se quedó ahí, sino que se vio incluso superado por los registrados en otros puntos de la comunidad, como los 28,8 grados alcanzados en Oriola, los 28,3 de Albatera o los 28,3 de Oliva.
Este episodio de calor, que los servicios informativos de la televisión valenciana no dudaban en calificar como “unas temperaturas de escándalo” (las temperaturas para esta época del año no deberían superar los 16 grados según la serie histórica), llega tres meses después de la catástrofe provocada por la dana del pasado 29 de octubre que afectó a varias comunidades, castigando especialmente la comarca de la Horta Sud de Valencia. Una catástrofe natural provocada por un fenómeno meteorológico extremo que se vio agravada por la nefasta gestión de la emergencia.
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En aquel momento las principales agencias y centros de investigación dedicados al estudio de la atmósfera, desde la NASA y la NOAA hasta Copernicus, coincidieron en vincular la extrema virulencia de las precipitaciones al constante y acentuado aumento de las temperaturas en el Mediterráneo. Un mar recalentado que, como también subrayan los informes del IPCC, se ha convertido en una auténtica ‘gasolinera’ atmosférica. Una estación de recarga que aumenta la potencia de las tradicionales gotas frías que desde siempre han caracterizado el clima de la región, pero que ahora, renombradas como danas, se manifiestan con mayor virulencia y capacidad destructiva.
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De hecho la excepcionalidad de la dana del pasado 29 de octubre ha pasado a convertirse en uno de los ejemplos más utilizados a nivel internacional para alertar de las amenazas a las que nos enfrenta el avance del cambio climático. Esta misma semana sin ir más lejos el exvicepresidente norteamericano Al Gore recordaba la catástrofe durante su participación en el Foro de Davos, a donde acudió para promover la acción climática y advertir sobre los riesgos de bajar la guardia.
La dana como señal del calentamiento
Tras destacar que el año pasado ha sido el más cálido desde que se tienen registros, y después de denunciar que ya hemos superado el grado y medio de aumento de la temperatura media del planeta que nos pusimos como límite con la firma del Acuerdo de París, el líder climático dirigió su mirada a la Vicepresidenta de la UE, Teresa Ribera, para advertir: “Miren lo que pasó en Valencia: el 93% de todo ese calor se acumula en los océanos y el Mediterráneo se está convirtiendo en un jacuzzi”.
Y no es mala metáfora. De hecho, mientras la temperatura media de los océanos a escala global ronda los 21 grados, el año pasado la media del Mediterráneo fue de 28,15 grados: la más alta de la serie histórica, y en Mallorca se rozaron los 32 grados (31,87 para ser más exactos el 12 de agosto en la boya de Sa Dragonera) fulminando cualquier récord anterior.
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En declaraciones a El Confidencial el profesor Jorge Olcina, catedrático de análisis geográfico de la Universidad de Alicante y director del laboratorio de climatología de dicha institución académica, señala que “las altas temperaturas invernales que se han registrado estos días en las costas del Mediterráneo, no solo en Valencia, sino también en la provincia de Alicante y en la región de Murcia, están causadas por un viento cálido que ha atravesado toda la península y que cuando desciende hacia el mar se calienta y provoca esas temperaturas anormalmente altas para esta época del año”.
Todo ello acaba dando lugar, según este experto, “a un reajuste térmico de la atmósfera: como la atmósfera es cada vez más cálida necesita reajustarse y nos envía masas de aire frío que son las que pueden dar lugar a danas o borrascas que pueden ser muy activas y muy enérgicas”. Negar la relación de estos fenómenos es un error. Atribuirlos a la casuística o intentar encajarlos en la variabilidad que desde siempre ha caracterizado al clima mediterráneo es negar la evidencia científica de que el cambio climático se está fortaleciendo, y que España está entre los países que se van a ver más afectados por ello.
Una ‘verdad incómoda’, como diría Al Gore, que debería afrontarse desde una gobernanza responsable que, entre otras acciones, anteponga el criterio científico en la toma de decisiones. Que agilice la puesta en marcha de mayores medidas de adaptación, amplíe los fondos destinados a la prevención de riesgos y refuerce los protocolos de seguridad ante las alertas de la AEMET.
El pasado lunes 27 de enero la ciudad de Valencia alcanzó los 27,1 grados de temperatura máxima. Según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), se trata del valor más alto registrado en la ciudad en un mes de enero en más de siglo y medio de datos, desde 1869. El anterior récord para el mismo mes fueron los 26,6 grados registrados el día 22 de enero de 2018. Un dato que no se quedó ahí, sino que se vio incluso superado por los registrados en otros puntos de la comunidad, como los 28,8 grados alcanzados en Oriola, los 28,3 de Albatera o los 28,3 de Oliva.