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Los científicos recurren al activismo como su "herramienta para salir del hoyo"
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Los científicos recurren al activismo como su "herramienta para salir del hoyo"

Diversos investigadores españoles han ido a Glasgow para participar en las protestas climáticas que están teniendo lugar durante la COP26. Critican que llevan avisando durante años del cambio climático y todavía no se ha hecho nada

Foto: Manifestantes protestando durante la COP26. (Reuters/Dylan Martinez)
Manifestantes protestando durante la COP26. (Reuters/Dylan Martinez)

"No hay planeta B", y lo dice una astrofísica. Elena González Egea, de 29 años, ha puesto en pausa el doctorado que está terminando, centrado en las estrellas enanas rojas, para asistir a las protestas y acciones organizadas en Glasgow (Reino Unido) en el marco de Cumbre del clima de Naciones Unidas que tiene lugar en la ciudad escocesa.

Desde Granada, donde vive, ha recorrido 2.800 kilómetros hasta llegar a Escocia, con dos paradas largas: una en Madrid y otra en Francia. Viaja con sus compañeros de activismo, científicos de diferentes disciplinas que forman parte también de Scientist Rebellion. Este movimiento social, una suerte de spinoff de Extinction Rebellion que nació en Reino Unido en 2019, es relativamente reciente en España, al que llegó ya en tiempos de pandemia. Su fuerza en este país es todavía moderada, aunque ha llevado a científicos —entre ellos, González Egea— a pegarse con pegamento a la cristalera de las oficinas de BBVA de Málaga. “Tuvieron que intervenir los bomberos, que nos despegaron las manos con gasolina”, cuenta ahora esta activista, incidiendo en la ironía de que su protesta, contra los combustibles fósiles, se resolviera precisamente con petróleo.

"Se llevan décadas y décadas publicando artículos científicos e investigaciones sobre el cambio climático y todavía no se hace nada"

Como ella, varios miembros de la comunidad científica cansados de que se ignoren sus advertencias dieron un puñetazo en la mesa y optaron por la desobediencia civil. “Si ya no nos hacen caso, habrá que hacer algo más para que nos escuchen”, zanja.

En su caso, acababa de leer los informes del IPCC, el grupo de especialistas climáticos de la ONU, cuando oyó hablar de este nuevo movimiento de científicos. Enseguida decidió unirse, presa “del pánico, de la rabia y de la impotencia”, comenta mientras atravesamos Argyle Street, rodeadas de miles de personas que asisten a la marcha convocada en Glasgow por Fridays for Future, y en la que han participado activistas que ya son celebridades, como Greta Thunberg. La propia Thunberg, cuyo mensaje suele incidir en que se haga caso a la ciencia, lo vuelve a recalcar en la manifestación: “Los líderes no pueden ignorar el consenso científico”.

placeholder Greta Thunberg durante la COP26. (EFE/Robert Perry)
Greta Thunberg durante la COP26. (EFE/Robert Perry)

“Se llevan décadas y décadas publicando artículos científicos e investigaciones sobre el cambio climático, y sobre la crisis ecológica y social a la que nos enfrentamos, y todavía no se hace nada”, coincide Víctor de Santos, también de 29 años. Este ambientólogo arguye que, así como durante la crisis sanitaria del coronavirus “se ha hecho caso a los epidemiólogos, y no al que fabrica mascarillas”, para abordar la crisis climática se debería hacer lo mismo: “No se tendría que hacer caso a los lobbies, ni a las multinacionales, sino a la ciencia”.

Pero matiza que con “la ciencia” no se refiere solo al ámbito académico, a los papers en publicaciones conocidas o a gente con bata blanca: sino que también incluye el conocimiento de quienes viven los impactos climáticos de cerca. Y pone el ejemplo de su padre, que en su pueblo, Mozoncillo (un municipio de Segovia de unos 800 habitantes), se ha dedicado toda la vida a la agricultura, cultivando sobre todo puerros y cebollas, pero también cebada y trigo. “Los cultivos de secano (como la cebada y el trigo) se han estropeado porque ya no llueve cuando tiene que llover. Además, las olas de calor vienen cuando no se esperan —en febrero, por ejemplo—, y vemos fenómenos meteorológicos extremos que ocurren cada vez con más frecuencia”, asegura. “En Latinoamérica, también los campesinos saben que el cambio climático les está afectando, aunque no necesariamente conozcan todos los detalles de cómo está ocurriendo”, agrega este activista, que tras estudiar en Salamanca y en Holanda, vivió en Bolivia durante un año y medio, involucrado en diferentes proyectos ambientales.

placeholder Un activista climático en Glasgow. (Reuters/@JamieLawson1001)
Un activista climático en Glasgow. (Reuters/@JamieLawson1001)

Con todo, de Santos percibe que en la comunidad científica, sobre todo entre quienes trabajan directamente con los datos relativos a la crisis climática y ecológica, hay mucha más conciencia sobre la gravedad del asunto que a pie de calle. “Muchos compañeros no quieren tener hijos”, apunta, ya sea para evitar la huella climática de traer una nueva persona al mundo, o para que sus descendientes no se encuentren con un planeta abocado al desastre social.

Foto: Manifestantes durante la COP26 en Glasgow, rodeados de policías. (Extinction Rebellion)

Pero la ciencia alberga sus propias sombras. Los activistas científicos se exponen al peligro de comprometer su carrera investigadora, y por eso siempre sobrevuela en su militancia el miedo a ser rechazados en solicitudes de becas, o incluso a ser despedidos de instituciones científicas o académicas más moderadas, que no compartan su discurso que aboga por el decrecimiento (que básicamente consiste en dar un paso atrás en el uso y consumo de recursos, lo que pasa por renunciar a ciertos aspectos del modelo de vida actual en las sociedades industrializadas). Estos temores paralizan a personas que se querrían unir a su lucha, porque comparten la motivación, pero no lo hacen por no correr riesgos, lamentan los científicos. “Te autocensuras a veces por miedo”, reconoce Víctor de Santos.

Javier de la Casa Sánchez, de 24 años, estudió biología porque creía en el poder transformador del conocimiento científico. Luego se desencantó con esta idea, y se fue involucrando más en el activismo. “Con la ciencia hay que tener mucho cuidado, porque sigue un método riguroso, pero no es totalmente neutral; existe un sesgo en el momento en que se elige dar voz a determinadas personas y financiar determinadas investigaciones”, juzga. A punto de empezar su doctorado, este biólogo optó al final por compaginarlo la acción directa y la desobediencia civil a través de Scientist Rebellion, algo que considera “una herramienta de emergencia para salir del hoyo”, la crisis climática. Y, a partir de ahí, dice, ya se decidirá con el conjunto de la sociedad (representada idealmente en asambleas ciudadanas) qué dirección seguir.

"No hay planeta B", y lo dice una astrofísica. Elena González Egea, de 29 años, ha puesto en pausa el doctorado que está terminando, centrado en las estrellas enanas rojas, para asistir a las protestas y acciones organizadas en Glasgow (Reino Unido) en el marco de Cumbre del clima de Naciones Unidas que tiene lugar en la ciudad escocesa.

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