Allí, un equipo de tres biólogos y dos trabajadores de mantenimiento se encargan de los distintos proyectos de recuperación y preservación del entorno que se realizan cada día en el Clot de Galvany. Al cuidado del vivero y el semillero donde se crían plantas endémicas que sirven para repoblar el paraje, se une el cuidado de los senderos, las vallas y otras infraestructuras. También el control biológico, con censos de todos los animales que habitan en este espacio tan singular, incluidas las especies invasoras que puedan romper el equilibrio del ecosistema.
De hecho, hoy es el turno de los galápagos leprosos, un tipo de tortuga. Cada semana Blas y Fran, los trabajadores de mantenimiento del paraje, se enfundan en sus trajes y recogen de las nasas colocadas estratégicamente en las seis charcas los reptiles que se hayan “colado”. Luego, los biólogos Víctor y Mariano los medirán, pesarán y marcarán, en caso de que sea necesario, y devolverán a su hábitat. Ya tienen contabilizados más de 420 ejemplares. En esas redes también aparecen galápagos de Florida, que son considerados invasores. Ellos no pasarán esta biometría de seguimiento, serán retirados y llevados al Centro de Recuperación de Santa Faz, en Alicante.
Pero el Clot de Galvany es, sobre todo, un refugio para las aves. En épocas migratorias se pueden ver más de 60 especies diferentes y desde que se tienen registros hace más de 20 años, se han observado 300 de las 360 aves migratorias que existen en Europa. Muchas de ellas en peligro de extinción como la cerceta pardilla, la malvasía cabeciblanca, el porrón pardo, la focha moruna o el chorlitejo patinegro. Además, en sus humedales se están recuperando nenúfares blancos; en las dunas, playas y saladar, lo hacen el limonium lobatum, el espinar alicantino, el lentisco, el espino negro… Y un largo etcétera de especies de flora y fauna que han encontrado en este paraje ilicitano un hogar seguro en mitad de la costa levantina.