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La lección de este 2022: hay que unificar las cumbres internacionales sobre medio ambiente
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La lección de este 2022: hay que unificar las cumbres internacionales sobre medio ambiente

El fiasco de la cumbre del clima de Egipto, en contraste con el éxito de la cumbre de biodiversidad de Montreal, muestra el error de afrontar el mismo reto de forma separada

Foto: Protestas a favor del planeta en Madrid. (Reuters/Juan Medina)
Protestas a favor del planeta en Madrid. (Reuters/Juan Medina)

Cada vez son más las voces que, desde el mundo científico y conservacionista, pero también desde la política, señalan la oportunidad de unificar las conferencias del clima y de la biodiversidad en un solo evento. Se trataría de retomar el concepto de Cumbre de la Tierra con el que se alude a la famosa conferencia de la ONU sobre medio ambiente y desarrollo que se celebró en Río de Janeiro, Brasil, en junio de 1992.

De hecho, uno de los propósitos de aquella cumbre fue el de ensamblar perspectivas, unificar los objetivos medioambientales y de desarrollo, y generar alianzas para afrontarlos de manera conjunta. Algo para lo que sería necesario un nuevo plan de acción conjunta que debería orientar la cooperación internacional y política en el siglo XXI.

Foto: Una joven activista climática durante una protesta en la COP27. (EFE/K. Elfiqi)

Más de 30 años después, cuando estamos a poco de alcanzar el primer cuarto del siglo XXI, esa acción está más dividida que nunca, incluso a nivel medioambiental. En la Cumbre de la Tierra de 1992 se reconoció que integrar y equilibrar las preocupaciones económicas, sociales y ambientales era básico para seguir desarrollándonos como sociedad y garantizar las condiciones que hacen posible la vida humana y la del resto de seres vivos que habitamos el planeta, y se concluyó que ese enfoque integrado es posible y necesario.

placeholder La pérdida de naturaleza acelera el cambio climático, y viceversa. (Reuters/A. Perobelli)
La pérdida de naturaleza acelera el cambio climático, y viceversa. (Reuters/A. Perobelli)

También se animó a la comunidad de países a cambiar las percepciones de la forma en que producimos y consumimos, la forma en que vivimos, trabajamos y tomamos decisiones para ajustarlas a los límites del planeta y avanzar hacia un modelo de desarrollo más sostenible, de manera que podamos satisfacer nuestras necesidades sin poner en riesgo el derecho a ello de las generaciones futuras.

Un objetivo común

En la Declaración de Río, se hace un llamamiento a la cooperación internacional hacia un mismo objetivo, el de avanzar hacia un nuevo modelo económico donde “la protección del medio ambiente constituya parte integrante del proceso de desarrollo y no pueda considerarse de forma aislada”. Aplicando el mismo criterio, las acciones contra el cambio climático y la pérdida de biodiversidad deberían llevarse a cabo de forma conjunta mediante acuerdos, no ya complementarios, sino únicos y homogéneos.

placeholder Selva calcinada por un incendio climático en Petén, Guatemala. (EFE/CNAP)
Selva calcinada por un incendio climático en Petén, Guatemala. (EFE/CNAP)

Los científicos que evalúan ambos problemas destacan el alto nivel de interdependencia de la biodiversidad y el cambio climático, y muchos de ellos llevan años demostrando el grave error de afrontar ambas crisis por separado.

Un ejemplo claro. Está demostrado que la restauración de los ecosistemas silvestres degradados podría favorecer la absorción de alrededor de 300 millones de toneladas de dióxido de carbono al año: una cantidad equivalente a todas las emisiones anuales de gases de efecto invernadero (GEI) de España. En la cumbre de Montreal se ha acordado que el 30% de esa degradación se recupere antes de 2030. ¿Es un acuerdo a favor de la biodiversidad o del clima?

Las soluciones están en la naturaleza

Por otro lado, está igualmente demostrado que los océanos son uno de los mayores sumideros de carbono del planeta, ya que absorben entre el 25% y el 30% de los GEI que emitimos a la atmósfera con nuestra actividad. Sin embargo, están pagando una factura muy alta a cambio de ese servicio ambiental que nos prestan: el aumento de su acidificación, lo que está acelerando el deterioro y la pérdida de la biodiversidad que albergan, como ocurre con el blanqueamiento de los arrecifes coralinos. Por lo tanto, cualquier acuerdo de reducción de GEI es, en esencia, un acuerdo a favor de la conservación de la naturaleza y la protección de la biodiversidad del planeta.

placeholder El cambio climático amenaza a la gran barrera de coral australiana. (EFE/D. Ped)
El cambio climático amenaza a la gran barrera de coral australiana. (EFE/D. Ped)

Entre los varios convenios que surgieron de la cumbre de Río de 1992 hay dos que merecen ser destacados por su especial relevancia. El primero, aunque no más importante, es la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático (UNFCCC, por su sigla en inglés), que dio lugar a la primera cumbre del clima, celebrada en Berlín en 1995 bajo el acrónimo de COP1 (por Conference of Parties): desde entonces se han celebrado 27. La última de ellas tuvo lugar del 6 al 19 de noviembre en la ciudad egipcia de Sharm El-Sheikh.

El segundo fue el Convenio sobre Diversidad Biológica (CBD) del que hasta ahora se han celebrado 15 conferencias de las partes firmantes, entre las que, por cierto, no figura Estados Unidos. La última de ellas ha sido la celebrada del 7 al 19 de este mismo mes en Montreal, Canadá.

Foto: Reserva Natural de Muniellos, en Asturias (Foto: Jose Luis Gallego)

La propuesta sería promover el desarrollo conjunto de ambos convenios para aunar esfuerzos y compartir estrategias, de manera que, en lugar de convocar por separado a las partes firmantes de cada uno de ellos, se celebrara periódicamente, y no necesariamente con carácter anual, una sola cumbre: una gran conferencia mundial sobre biodiversidad y cambio climático que bien podría ser llamada Cumbre de la Tierra en honor a la celebrada en Río.

Además, de ese modo, se reduciría como mínimo a la mitad la huella de carbono asociada a la celebración de cada cumbre por separado, y se fundirían ambas agendas, la climática y la de biodiversidad, para dar lugar a una misma hoja de ruta, un empeño común para avanzar juntos hacia un objetivo indivisible: el de paliar el cambio climático y mitigar la pérdida de especies, o viceversa.

Cada vez son más las voces que, desde el mundo científico y conservacionista, pero también desde la política, señalan la oportunidad de unificar las conferencias del clima y de la biodiversidad en un solo evento. Se trataría de retomar el concepto de Cumbre de la Tierra con el que se alude a la famosa conferencia de la ONU sobre medio ambiente y desarrollo que se celebró en Río de Janeiro, Brasil, en junio de 1992.

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