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Joan Alfaro, un sastre de reyes y santos
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Una vida entre telas

Joan Alfaro, un sastre de reyes y santos

Desde los 13 años, este sastre vive enamorado de un oficio en peligro de extinción que le ha permitido vestir a premios nobel, artistas como Montserrat Caballé, Felipe VI (cuando era príncipe) y algún santo

Foto: Joan Alfaro, en su taller de Barcelona. (Joan Mateu Parra)
Joan Alfaro, en su taller de Barcelona. (Joan Mateu Parra)

Desde su sastrería familiar Roma Alfaro, Joan Alfaro ha vestido a todo tipo de personalidades. Su amplia clientela la componen mayoritariamente abogados, jueces y doctores, pero también premios nobel, artistas de la talla de Montserrat Caballé y algún que otro expresidente. También personajes de tal envergadura como Su Majestad el Rey (cuando era príncipe de Asturias). E, incluso, algún santo. Todos han pasado por las expertas manos de este sastre que, desde su pequeño taller en el corazón de Barcelona, se jacta de ofrecer la mejor calidad en sus tejidos. ¿Su secreto? Continuar con la misma técnica que aprendió a los 13 años ("entrar en mi local es como dar un salto en el tiempo", comenta risueño) y un trato cariñoso y cercano que le permite ganarse la vida, si bien es cierto que cada vez con más dificultad, de un oficio en peligro de extinción.

El origen de la sastrería se remonta a 1940, cuando José Alfaro Guixot, padre de Joan, fundó el negocio. "Empezó diseñando trajes eclesiásticos", cuenta. Como su hijo, comenzó joven y su trayectoria también está plagada de anécdotas. Como la del tirón de orejas que se llevó en los años 40 por parte del obispado de Barcelona cuando diseñó la sotana-pantalón. "El motivo es muy sencillo", relata Joan. "En aquella época, los curas se movían de pueblo en pueblo en moto para dar misa. Pero la sotana se les enrollaba en la cadena. Cuando un cliente y amigo suyo murió así, decidió crear una sotana que tuviera incorporado un pantalón para que pudieran montar sin riesgo". El invento le ganó una llamada de atención del Obispado de la ciudad condal, así que tuvo que aparcarlo.

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Pero eso no quitó al cabeza de familia las ganas de probar nuevas experiencias. Decidió entonces ampliar horizontes y embarcarse en el mundo jurídico, y así es como su sastrería se especializó en togas de abogados, jueces y trajes académicos. En ese contexto comenzó Joan sus andadas entre tijeras y telas junto con su hermano José. "Empezamos a trabajar con 13 años cuando acabamos el colegio. Nos sacamos BUP y COU en una escuela nocturna", recuerda. Al acabar, Joan renegó temporalmente del taller y comenzó las oposiciones en la escuela militar de Zaragoza. "Pero no saqué plaza para ese año, así que decidí ser abogado. Ahí mi padre me frenó y dijo: tú a la sastrería", ríe.

Género 100% español

Una característica que destaca de sus productos es que el género es 100% español, como así lo reflejan en los presupuestos. "Nuestros proveedores son muchas veces catalanes por el tema textil, pero también compramos al resto de España, sobre todo pequeñas fábricas de origen familiar", detalla. Hasta hace poco, ejemplifica, las borlas de seda floja se las encargaba a una costurera que lleva colaborando con su padre desde los inicios del negocio. "Esta señora ha cumplido 90 años y se ha retirado, así que ahora se lo estoy enseñando a hacer a una chica joven para continuar con la tradición", narra Alfaro.

placeholder Joan Alfaro en su taller en Barcelona. (JMP)
Joan Alfaro en su taller en Barcelona. (JMP)

La preferencia por empresas nacionales no es un capricho suyo. "Fue una promesa que le hicimos a mi padre antes de morir. Lo estoy cumpliendo, pero me va a llevar a la ruina", confiesa. Y es que la competencia es cada vez más feroz. Los proveedores españoles no abundan y los extranjeros ofrecen precios con los que la sastrería de Joan difícilmente puede competir.

Así, el precio de una toga puede oscilar entre los 300 euros y los 600 si el tejido es de mayor calidad. Por ejemplo, cachemir o terciopelo, como las encargan los grandes magistrados antes de retirarse, agrega el sastre. Otros comercios pueden ofrecerlas a un mínimo de 90 euros, "aunque el tejido no tendrá ni de lejos la misma calidad", subraya. Esta diferencia de coste los ha llevado a ser de uno de los principales proveedores a Cataluña a convertirse en un local marginal, donde acuden los clientes de siempre o gente que busca algo muy específico.

Dos días para la toga del rey

Aunque su sastrería se anuncia como especializada en el mundo eclesiástico y jurídico, los trajes favoritos de Joan son los académicos. "Dan más juego. El traje cambia según sea licenciado o doctor. Además, cada universidad tiene otorgado un color distintivo, que se refleja en la muceta, el birrete y la borla de seda floja. Periodismo es gris perla, por ejemplo, y derecho, rojo", comenta.

placeholder Detalles de la toga de los graduados sociales, diseñada por la sastrería Alfaro. (JMP)
Detalles de la toga de los graduados sociales, diseñada por la sastrería Alfaro. (JMP)

Muchas de las prendas que ha elaborado han acabado vistiendo a personalidades como el oftalmólogo Ignacio Barraquer, el historiador Pierre Vilar, el expresidente de la república italiana Sandro Pertini o algún premio nobel (no recuerda quién, "mi hermano es una enciclopedia y sabría decirte", apostilla). En el mundo de la ópera también acumula clientes, como el tenor Josep Carreras o la soprano Victoria de los Ángeles cuando, en 1990, la hicieron doctora 'honoris causa' de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona. También estuvo en casa de Montserrat Caballé ("muy cariñosa y correcta", recuerda) tomándole medidas. "De todo menos de la cabeza", concreta. ¿Por qué? "Ah. No quería que le tocáramos el pelo. Nos dijo que tenía una 59 y así fue", comenta.

De media, una toga de abogado estándar le lleva una semana, "desde que la corto hasta que se la entrego al cliente", especifica el sastre. Pero alguna vez ha tenido que trabajar con plazos más apretados, como cuando tuvo que vestir a Felipe VI para un acto de apertura solemne cuando todavía no era rey. Ninguna de las togas que tenía el Ilustre Colegio de Abogados de Barcelona (ICAB), donde se celebraba el evento, valían al entonces príncipe de Asturias. "Era altísimo", rememora. Dos días antes, la sastrería de los Alfaro recibió el encargo, pero desde la Casa Real no les mandaron medidas. "Mi padre tuvo que mirar fotografías para confeccionarle el traje. Trabajamos día y noche para entregarlo a tiempo. Y lo conseguimos", celebra.

placeholder Foto: JMP.
Foto: JMP.

Pero este no es el cliente del que más presume haber engalanado. "Estás hablando con una persona que ha vestido a un santo", anuncia con orgullo. Se trata de San Antonio María Claret, un sacerdote fallecido en 1870, canonizado en 1950 y actualmente enterrado en Vic. Su padre, cuenta el sastre, solía hacer las prendas de obispo con las que le vestían en la urna. Para dar forma al cuerpo, rellenaban el esqueleto con algodón, pero con el paso del tiempo, se iba chafando. "A mi padre se le ocurrió hacerle un relicario que fuera un cuerpo de cobre, que encargamos a un gran orfebre de Barcelona", relata. El Vaticano envió a notarios y sacerdotes para vigilar y documentar el proceso. "Había un hermano, que era químico, que no lo veía nada claro", rememora riendo. Él personalmente tuvo que limpiar la urna, introducir los restos en el relicario y, junto a su padre, le vistieron.

Togas feministas

Aunque parezca vivir anclado en el tiempo, el taller de Alfaro no solo ha sentido los cambios que han ido sacudiendo a la sociedad, sino que ha participado en ellos. Un ejemplo fue la introducción de la mujer en el mundo de la abogacía. "Hace años, sobre los años 70 u 80, una secretaria de la administración de justicia en Cataluña llamó a mi padre por un problema: estaban recibiendo muchas quejas de abogadas porque las togas que había en los juzgados no les iban bien", narra el sastre.

placeholder Una toga jurídica y otra eclesiástica de la sastrería Roma Alfaro. (JMP)
Una toga jurídica y otra eclesiástica de la sastrería Roma Alfaro. (JMP)

En aquella época, los tribunales tenían una sala con un repertorio de estos trajes a disposición de los letrados que no quisieran (o pudieran) comprar uno. Algo que también ocurre a día de hoy, con la diferencia de que, entonces, todas las prendas estaban pensadas para cuerpos masculinos. Las mujeres, cada vez más numerosas, recibían una toga de caballero, y aunque les daban la talla más pequeña, la tela les quedaba ancha, el largo era demasiado corto y le sobraban mangas. "Así que creamos el tallaje de togas femeninas. Y eso fue un éxito absoluto", recuerda Joan.

Otro reflejo del empoderamiento femenino en este sector son las peticiones que hacen cada vez más letradas sobre los escudos. Antes, cuenta el sastre, los distintivos de los cargos tenían los letreros de 'fiscal', 'juez o 'magistrado', "pero ahora los bordamos para que ponga 'jueza', 'magistrada' o 'letrada'. Las clientas piden expresamente que la placa esté en femenino", señala.

placeholder Joan Alfaro, en su taller. (JMP)
Joan Alfaro, en su taller. (JMP)

El reflejo del 'procés'

El pequeño local de Alfaro también ha notado el cambio social en Cataluña que trajo por el 'procés'. En algunos casos, han sido pequeños detalles, como peticiones de clientes que quieren que sus placas aparezcan escritas en catalán. Es decir, que en el letrero del cargo debajo del tradicional escudo pase a decir 'jutgessa' o 'magistrat'. "Nos lo han pedido siempre, pero ha sido más frecuente en los últimos años", comenta.

placeholder Placa con la inscripción 'Magistrat' en catalán.
Placa con la inscripción 'Magistrat' en catalán.

Pero en otros casos, el cambio social se ha materializado de manera más llamativa. "Los magistrados, cuando vienen a la sastrería, suelen guardar silencio. Al contrario que los abogados, que suelen desahogarse con facilidad, es muy raro que los jueces hagan comentarios del trabajo o de la situación política y social. Ha sido así toda mi vida, desde los 13 años que llevo conviviendo en estos ambientes. Pero ahora eso ha cambiado", describe.

Entre su clientela perteneciente al poder judicial, se encuentran varios de los magistrados implicados en conflictos legales relacionados con el 'procés', y cada vez son más los que hacen comentarios sobre el momento político, su situación y se quejan de que las peleas entre políticos acaben ante los tribunales. "Pero todo queda en capilla, dentro de la sastrería", subraya, y rechaza concretar personalidades.

Un futuro incierto

Actualmente, la sastrería de los Alfaro lucha por sobrevivir. La competencia no es el único obstáculo que encuentra el taller. "Hemos notado muchísimo el covid. Nuestros trajes son a medida, y los clientes no han podido venir al taller", señala Joan. La ausencia de actos académicos y la dispensa de la toga en los juicios paralizaron los pedidos. A ello se le une el infarto que sufrió su hermano José, que le ha impedido trabajar durante estos últimos meses.

placeholder Foto: JMP.
Foto: JMP.

A pesar de ello, comenta que poco a poco se están recuperando (tanto de salud como económicamente) y los eventos vuelven a ser más habituales, así que el negocio sigue adelante. Su futuro, no obstante, parece más incierto. Una vez él y su hermano no estén, la sastrería quedaría en manos de sus dos hijos, de 18 y 16 años. "Son dos regalos que me ha dado la vida, pero no sé si querrán continuar con el taller", comenta apesadumbrado. En todo caso, celebra poder dedicarse a un oficio que, aunque esclavo y mal remunerado, es, a sus ojos, el "más bonito del mundo".

Desde su sastrería familiar Roma Alfaro, Joan Alfaro ha vestido a todo tipo de personalidades. Su amplia clientela la componen mayoritariamente abogados, jueces y doctores, pero también premios nobel, artistas de la talla de Montserrat Caballé y algún que otro expresidente. También personajes de tal envergadura como Su Majestad el Rey (cuando era príncipe de Asturias). E, incluso, algún santo. Todos han pasado por las expertas manos de este sastre que, desde su pequeño taller en el corazón de Barcelona, se jacta de ofrecer la mejor calidad en sus tejidos. ¿Su secreto? Continuar con la misma técnica que aprendió a los 13 años ("entrar en mi local es como dar un salto en el tiempo", comenta risueño) y un trato cariñoso y cercano que le permite ganarse la vida, si bien es cierto que cada vez con más dificultad, de un oficio en peligro de extinción.

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