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Una historia de amor por la tierra y el vino: la marca que nació hace 40 años en un mítico restaurante segoviano

Hacia un futuro mejor

Sandra Carbajo

Alma Carraovejas es un conjunto de proyectos singulares en torno a la vid. Tienen bodegas repartidas por cuatro regiones diferentes de España, cuentan con un restaurante de estrella Michelin y una fundación para promover la cultura vitivinícola

Dice la sabiduría popular que “el vino es la única obra de arte que se puede beber”. En una tierra como la nuestra, con casi un centenar de denominaciones de origen protegidas (entre las D.O., las D.O. calificadas, los V.P. y los V.C.), la vid forma parte de nuestra identidad cultural, de esa dieta mediterránea a la que Unesco calificó como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

“Estamos en el mejor momento de los vinos de España. Hay una evolución técnica increíble y se elaboran enseñas maravillosas en todo el país. Antes estaba concentrado en dos o tres regiones, pero ahora el abanico es muy amplio”, explica Pedro Ruiz Aragoneses, CEO de Alma Carraovejas. A esto se une, además, un cambio en la cultura vitivinícola: “El cliente cada vez está más formado y quiere no solo disfrutar, sino conocer más acerca de todo lo que rodea a este mundo”, apunta.

Pedro es una de esas personas que lleva en la sangre el amor por la vid. Sus padres fundaron el famoso restaurante José María de Segovia a principios de los 80, donde nació Carraovejas, el vino que acompañaría al cochinillo y que no tardaría en convertirse en una de las señas de identidad de la casa. Su padre, que había sido sumiller y representante patrio en certámenes internacionales, introdujo pequeños cambios que hasta entonces prácticamente ningún hostelero hacía: empezó a servir su vino en botella, en vez de en la tradicional jarra, además de tener su propia bodega de Ribera del Duero.

Con 24 años, Ruiz tomó las riendas de la bodega cuando todavía estaba ejerciendo de psicólogo en la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Segovia. Corría el año 2007, el proyecto familiar apenas contaba con 20 trabajadores y estaba presente únicamente en Ribera del Duero con la etiqueta Pago de Carraovejas en Peñafiel (Valladolid). Más tarde, llegaron el verdejo segoviano Ossian; Milsetentayseis, también en Ribera del Duero pero en la zona de Fuentenebro (Burgos); y el restaurante Ambivium, dentro de la bodega vallisoletana con más de 4.000 referencias en su carta, además de una estrella Michelin y una Estrella Verde por su compromiso con la gastronomía sostenible. A ellos le siguieron en la región gallega de Ribeiro, Viña Meín y Emilio Rojo; en Rioja Alavesa, Aiurri -cuya primera añada verá la luz en 2024-; y en la Sierra de Gredos, en San Martín de Valdeiglesias (Comunidad de Madrid), bodega Marañones.

Asimismo, en plena pandemia crearon su importadora, Singular Vineyards Wines, “una forma de atraer proyectos singulares del resto del mundo a España con referencias de Italia, Francia, Portugal y Alemania”, apunta Ruiz. Y la Fundación Cultura Líquida para proteger y promover la cultura del vino, a través de una editorial, la formación con un título de management que imparten junto al Instituto de Empresa y una residencia itinerante de intercambio artístico a nivel internacional, “donde podremos unir el mundo de la ciencia, el arte y la cultura en torno al vino, además de recuperar edificios históricos y aportar esa parte de desarrollo social, económico y cultural”, subraya.

Viticultura ecológica

“No importa el qué hacemos, sino cómo lo hacemos y para qué”. Y en este punto, su relación con el entorno puede resumirse en “vivimos de la naturaleza, nos debemos a ella”. Así, en cada uno de los proyectos y regiones que conforman Alma Carraovejas hay un estudio exhaustivo de la flora, la fauna, la entomofauna (insectos) y los suelos. Trabajan con viticultura ecológica y en algunos casos, como en Marañones, con la biodinámica. También ponen especial cuidado en su huella de carbono e hídrica, lo que les ha llevado a conseguir varias certificaciones sostenibles a nivel nacional e internacional.

Y si hablamos de retos, el CEO reconoce que el mayor es “adaptarnos a las condiciones climáticas. Un ejemplo es cómo somos capaces de controlar el PH por el aumento de las temperaturas y cómo de generar más acidez, bien en el manejo de los suelos o bien a través de variedades de uva que puedan permitirnos hacer todo esto mejor, que en muchos casos no es solo innovar para atraer nuevas, sino, volver atrás, a viñas viejas como el albillo o la bobal en la Ribera del Duero”.

Otro de los desafíos de Alma es elaborar vinos cada vez más saludables sin perder su identidad. Para ello, trabajan en la reducción de histaminas, azufres y sulfuros.

Y, en cuanto a su proyección internacional, Pedro admite que le gustaría crecer en el exterior. En la actualidad, solo tienen un 15% de venta internacional: “La dificultad es que en España tenemos mucha más demanda aún de lo que ya vendemos y evidentemente si salimos fuera, ese aumento de la producción es vino que tenemos que sacar de aquí y tenemos que ver cómo somos capaces de equilibrar. Es un reto importante porque también es posicionar la marca fuera de nuestras fronteras, reconoce". Para ello, han creado su propia importadora en EEUU y en China y cuentan con el apoyo de Banco Santander, quien les acompaña no solo como socio financiero en esta andadura, sino mostrándoles su confianza en todos los proyectos.

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