Brihuega, el ayuntamiento que sustituyó sus campos de cereales por lavanda
Viajamos hasta la Alcarria para conocer uno de sus secretos mejor guardados, la flor que tiñe de morado sus campos. En Brihuega y alrededores, los empleos rurales se han triplicado. Un milagro en la España vaciada
En un pueblo de España cientos de familias viven de una flor breve y morada. Su aroma nos transporta directamente al verano. Para algunos, evoca la inminencia de las vacaciones; para otros, las bolsitas antipolillas del armario. Y para mí, los increíbles refrigerios que probé en el Festival de Brihuega. Por si no lo has adivinado, es la lavanda.
Pero no siempre fue así. Antes, el paisaje no era púrpura, sino pardo. Cereales. Muchos. Hasta que, en 2003, los hermanos Corral decidieron cambiar el color del campo —y el clima mediterráneo se lo puso fácil. Trajeron semillas de la Provenza y transformaron la industria local. Más de mil hectáreas se tiñeron de púrpura, y decenas de productores locales se sumaron al cuidado de este nuevo oro morado.
Repostería, cócteles, cosmética… y hasta tiendas esotéricas. Al fin y al cabo, la lavanda es una vieja aliada de la brujería europea. Se quema en rituales de purificación, se regala en ramos para proteger el amor conyugal y se pulveriza en la almohada para atraer buenos sueños. También se bebe: en infusión, como calmante y ansiolítico. Lo cura todo, o eso dicen. Algunos la llaman ya “la purga de Benito”: mucho rollo, pocas nueces.
Y, sin embargo, ha conquistado al público más sibarita. Porque la lavanda no es un ingrediente común. Y mola. ¿Una limonada lila con toque floral? Fotogénica, aromática, diferente. Brihuega lo vio claro —o más bien, su Ayuntamiento— y lo convirtió en reclamo. El Festival de la Lavanda: conciertos de Los Secretos, Beret, El Arrebato o Iván Ferreiro; food trucks, mercadillo y ese aire de campo chic que arrasa en TikTok e Instagram. Todos vestidos de blanco.
La obsesión púrpura, también en miel y cerveza
Para algunos vecinos del pueblo, julio no es solo una fecha señalada: es casi un sabbat wiccano. El mes en que la lavanda lo invade todo, desde los hornos hasta las bocas de los visitantes. Y si no que se lo pregunten aElima Sanz. Briocense de nacimiento que se sumó a esta tendencia creando Pasión Púrpura: una cerveza artesanal que también es unhomenaje a su tierra. Con el apoyo de su familia —que aún hoy le suministra la flor desde sus cultivos—, aquella receta se transformó en todo un símbolo del Festival. Solo se elabora una vez al año y se vende, como dicta la tradición, en el mercado de julio.
Cerveza Pasión Púrpura.
Con su aroma frutal, retrogusto floral y un final seco con notas amargas y afrutadas, Pasión Púrpura cuenta una historia. Una postal líquida de la Alcarria. Como bien dice su creadora: “La lavanda —o, como la llamamos aquí, espliego— ha puesto a Brihuega en el mapa y nos ha dado a conocer”. En el fondo, es un homenaje a ella. Como Joaquín Sorolla hizo en sus pinturas con su amada Valencia.
Otro negocio que invirtió en la lavanda esMariem. Todo empezó con un familiar— biólogo, meticuloso, aficionado a las abejas— con colmenas en la sierra de Madrid. Cuando los fundadores decidieron plantar lavanda, él propuso llevar las abejas a esos campos en flor. Para observar qué pasaba.
La miel cambió. Se volvió más clara, más dulce. Menos ruda en la boca. Cargada de propiedades nuevas: antimicrobianas y antiinflamatorias. Un detalle curioso: la lavanda que cultivan es una especie híbrida. Se reproduce por esquejes. No por semillas. La polinización no modifica la cantidad de aceite esencial que la planta produce. Es más un toque personal, una cuestión de carácter. Y es lo que les diferencia: la sensación de estar comiéndote el verano en cada cucharada.
Jaime Vela recolectando miel de lavanda.
Hoy, han tomado la rienda los hijos, Jaime y Miguel Vela. No hablan como empresarios, sino como guardianes de un legado que les pertenece desde siempre. Como si cada tarro de miel llevara un poquito de ellos dentro. Abanderados del marketing rural, descubrieron que la mejor forma de vender el campo es trabajando en él. Mostrando el proceso. Poniendo rostro a su labor.
Te visten con un mono de apicultor y te llevan a conocer a las verdaderas protagonistas de esta historia: las abejas. Algunos visitantes, emocionados, terminan apadrinando una colmena. Objetivo conseguido: han fidelizado clientes para siempre.
Jaime explica su valor añadido así: “Comprar miel en el supermercado es algo muy impersonal, donde no sientes una emoción al llevarte el bote. Nosotros queremos ir más allá, que la miel que recibas en casa sea directamente del apicultor”. Después de todo, su producto es único: miel de lavanda cruda y sin filtrar. Un proceso 100% natural realizado en Gajanejos y destilado en Brihuega.
El boom del espliego no es solo un cambio de paisaje, es una revolución en toda regla. En Brihuega y alrededores, los empleos rurales se han triplicado —un milagro en la España vaciada— atrayendo a decenas de agricultores y emprendedores decididos a reinventarse. Pero no todo es fácil: la caída de precios y el aumento de costes ponen en jaque el futuro del cultivo. Aun así, dicha planta aromática es el motor que mueve la economía local y un freno real a la despoblación. Porque aquí, en la Alcarria, la lavanda ya no es adorno: es sabor, alma y emblema de la tierra.
En un pueblo de España cientos de familias viven de una flor breve y morada. Su aroma nos transporta directamente al verano. Para algunos, evoca la inminencia de las vacaciones; para otros, las bolsitas antipolillas del armario. Y para mí, los increíbles refrigerios que probé en el Festival de Brihuega. Por si no lo has adivinado, es la lavanda.