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Poli Díaz, tirar la toalla
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POTRO DESBOCADO

Poli Díaz, tirar la toalla

El plus de agresividad requerido para empuñar unos guantes y lo tóxico de sus entornos, devuelven con frecuencia a sus submundos a algunos boxeadores

Foto: Ilustración de Poli Díaz. (Jate)
Ilustración de Poli Díaz. (Jate)

En la última pelea de Poli Díaz no ha habido ring. No ha habido árbitro ni reglas. Ni público, ni gloria, ni honor, ni bolsa que repartir. Seguro que no ha habido apuestas, aunque muchos hubiéramos apostado a ojos cerrados y entristecidos por un final trágico de por sí.

Besar la lona es un eufemismo maravilloso. Sucumbir, derrotado sin remedio, descrito como un gesto de amor al suelo que para tu caída y te ubica en la consciencia de tu propio desastre es una genialidad casi poética. Besó la lona Poli Díaz, y van…

Empeora la noticia, que de repetida ni hubiera alcanzado ese rango, con los indicios evidentes de haber extendido su maltrato autoinfringido habitual al de su sufrida, y empiezo a pensar inexplicable, pareja.

Foto: Don Juan Carlos y Poli Díaz. (EFE)

Hay pelea en las entrañas de los hombres. Ni siquiera la civilización está acabando con eso. Se demuestra constantemente. De lo burdo de vencer a un oponente en un recinto de cuerdas a los sublimados y menos violentos retos de vencer a otros haciendo algo en equipo. Hemos desarrollado mil reglas, lo hemos llamado deporte y forman un eje conductual esencial para canalizar la agresividad interior en las sociedades más desarrolladas.

Funciona aparentemente. Aunque a veces el control de ese furor, de esas ganas de pelea, se desborde puntualmente, parece un buen método el creado.

placeholder Poli Díaz en una imagen de archivo. (EFE)
Poli Díaz en una imagen de archivo. (EFE)

El gasto físico de la práctica del deporte, su poder para alinearnos en una facción u otra, el sentido de pertenencia y la sensación de victoria, y en cierta forma de supremacía, supone un adelanto evidente en el intento de un orden mundial y social alejado del derramamiento de sangre. Es parte de la analgesia que requiere tanta desazón interior que, por áreas económicas, aparenta estar solucionada. Sobre todo si la comparamos con la violencia gratuita, con la violencia barata de matar sin más móvil que un móvil, con la ley del de verdad más fuerte o temerario vigente en tantos rincones del mundo, sobre todo del más poblado. Lugares de involución que, bien por el poder de un férreo gobierno o bien por todo lo contrario, alimentan las estadísticas de muertes y de desgracias o llevan a cero las áreas de libertad personal. Lugares desatendidos y mirados desde tan lejos que a fuerza de desatención parecen no decrecer. De hecho amenazan en metástasis su expansión, en las noticias de demasiadas ciudades del supuesto primer mundo. Dirán dentro de mucho que por qué no pusimos remedio, pero a estas alturas yo creo que ni el fútbol va a poder arreglarlo.

En esa generalidad, en esa violencia intrínseca que parece dictar la ley de la supervivencia, siempre hay elementos destacados. Personas que sienten la necesidad de una batalla permanente. Una guerra interior que se convierte en una guerra contra el mundo. La primera víctima son ellos y parecen no saberlo. Algunos encuentran en el deporte un desvío momentáneo de su irremediable destino. Pero la inevitable decadencia física, o antes la decadencia moral que da el exceso, derriban casi siempre el trampantojo.

placeholder El boxeador Poli Díaz. (Antena 3)
El boxeador Poli Díaz. (Antena 3)

Vemos con frecuencia casos en el mundo del boxeo. El plus de agresividad requerido para empuñar unos guantes, la eficiencia de los golpes recurrentes en la aniquilación de las conexiones neuronales, lo efímero de sus carreras, lo tóxico de sus entornos, devuelven con más frecuencia a sus submundos a gente que durante un tiempo aparentó ser simplemente empecinados, sufridos o talentosos.

Paradigma de esta historieta es el Potro de Vallecas. Un chaval con fuego dentro en la hoguera vallecana. Unos ladrillos pesados, unos sacos de cemento empujándole al gimnasio. Un primer reconocimiento en un entorno descarnado que pudo mostrarle un camino. Un talento involuntario, que le concentra en los puños la desazón y el tormento, descubierto por los pelos. Un querer no querer ser uno a base de puñetazos, que podía dar dinero. Un par de golpes de suerte en la mandíbula adecuada. Una España deseosa, al final de los ochenta, de historias de cenicientas. Dos canales en la tele, un manager con los contactos, un desparpajo de barrio, un David de uno sesenta contra el Goliat americano. Un ojalá lo consiga que inspiraba la ternura de saber bien que, en el fondo, sería una historia efímera. Se dieron todas las circunstancias, títulos de Europa incluidos, para crear un superhéroe no solo con los pies de barro. Un listón inalcanzable para un valiente macarrilla que solo azuzaba el fuego. Un final precipitado por el acceso a los lujos. Un principio de Peter de libro escrito por Sarasola. No cabía más final que el que se hubiera escrito si el día que pasó por la puerta del gimnasio de la avenida de la Albufera hubiera mirado a otro lado.

Con el dinero quemado, con la cabeza ya hueca, con la soledad del fracaso, la alienación de las drogas le originaron un mundo igual de falso y soportable que el que le habían mostrado. Y comenzó su caída sin encontrarse la lona. La bajada hasta el infierno fue rápida y a la vez larga. La poca dignidad de los primeros intentos de sujetarse a una vida -llegó a hacer cine porno- sucumbió a la virulencia de todas sus adicciones. En especial a la más importante de todas, la de querer destruirse.

placeholder Poli Díaz en una imagen de archivo. (EFE)
Poli Díaz en una imagen de archivo. (EFE)

Veinte años hasta el cuello de mala salud, de pinchazos. Dos décadas de subsistencia a sus propios puñetazos. Tímidos intentos de huida de semejante estercolero a foros televisivos a los que también les va el estiércol. Dinero para unos días que te arrastran más a la miseria. Hasta que apareció una chica que supo tirar del hilo que desembrollara la bola de tantos años de líos. Parecía haberlo hecho. Le recuperó de las drogas y recuperó una parte de la dignidad perdida contando por los gimnasios las glorias y puñetazos que repartió en sus mejores días.

Por lo que ahora parece, todo el pago que puede ofrecer este bruto decadente también es en su moneda. Parece que no se conforma con ser él solo la víctima. Si se confirma el asunto y sin desearle más mal, que ya tiene suficiente, espero que su pobre novia tome la decisión correcta. Y tenga el atrevimiento y el suficiente apoyo de todos para darse cuanto antes cuenta de que es combate perdido y poder, sin remordimientos, tirar tranquila la toalla.


En la última pelea de Poli Díaz no ha habido ring. No ha habido árbitro ni reglas. Ni público, ni gloria, ni honor, ni bolsa que repartir. Seguro que no ha habido apuestas, aunque muchos hubiéramos apostado a ojos cerrados y entristecidos por un final trágico de por sí.

Poli Díaz
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