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Tierra quemada, la estrategia de Rajoy
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Ignacio Varela

Una Cierta Mirada

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Tierra quemada, la estrategia de Rajoy

Es el autosabotaje como plan de combate: consiste en no oponerse al avance del enemigo, pero destruir todos los recursos que pueden serle de utilidad: campos, casas, alimentos...

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (Reuters)
El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (Reuters)

Las tácticas de tierra quemada son un clásico en la historia de las guerras. Es el autosabotaje como plan de combate: consiste en no oponerse al avance del enemigo, pero destruir todos los recursos que pueden serle de utilidad: campos, puentes, casas, alimentos… Cuanto más se adentran la tropas invasoras en territorio extranjero, más desasistidas se encuentran y finalmente se rinden por agotamiento. Así se derrotó a los ejércitos más poderosos. Con la ayuda del invierno, Rusia lo practicó de forma demoledora al menos en dos ocasiones memorables: frente a la invasión del ejército de Napoleón en 1812 y en la Segunda Guerra Mundial ante la penetración de las tropas de Hitler. Eso sí, a costa de sacrificios inmensos para el pueblo ruso.

Si nadie lo remedia, España va a estar hasta el otoño sin un Gobierno plenamente operativo. Ello produce situaciones indeseables no previstas en la ley, disfunciones, incertidumbres y daños múltiples al país y a sus habitantes. Pero la cosa es mucho peor cuando el Gobierno en funciones decide agudizar todos esos problemas porque conviene a su estrategia electoral.

Todo indica que el PP ha tomado una decisión: puesto que es imposible que este Parlamento vote a un Gobierno presidido por Mariano Rajoy, vamos a elecciones el 26 de junio con Rajoy como candidato. Ganamos en diciembre y no nos dejan gobernar, así que volvamos a ganar en junio y a ver si se atreven a vetarnos por segunda vez.

Rajoy comenzó su plan renunciando a la investidura. ¿No tiene tantas ganas Sánchez de ser candidato? Adelante, que compruebe lo que es recibir mandobles

Rajoy se ve a sí mismo como el artífice de haber salvado España del abismo de la recesión y el rescate. Para él es incomprensible que tras una proeza semejante y tras haber ganado las elecciones con un millón y medio más de votos que el segundo, alguien ose discutirle el derecho a seguir gobernando. Así que se dispone a reinvindicarse en dos fases: primero, que todo el mundo sienta lo malo que es estar sin Gobierno. Y segundo, que ese mequetrefe ambicioso llamado Sánchez, el listillo oportunista de Ciudadanos y el sectario populista de Podemos comprueben que yo no soy un político de plastilina como ellos y que paguen su insolencia con una segunda derrota. Entonces a lo mejor aprenderán a respetar al ganador y cederán al paso a quien ha demostrado que sabe gobernar.

El discurso de la campaña de Rajoy en junio ya está escrito. Le bastará mostrar los resultados de España en 2015 y compararlos con el desastre de 2016. Gobernando sin obstáculos, dirá, llegamos a las elecciones con crecimiento económico, creación de empleo, reactivación del consumo y la famosa prima de riesgo, que tanto nos hizo sufrir, bajo control. Tras las elecciones, se desataron las ambiciones de los perdedores por ocupar el poder que no se habían ganado en las urnas, nos impidieron gobernar y desde entonces todo ha ido a peor.

Será un mensaje concentrado en un viejo concepto: “Yo o el caos”. Así que para alimentarlo, nada mejor que suministrar un poco de caos. ¿No quieren que no gobierne?, pues no gobierno en absoluto y veamos qué sucede. Resistir mediante la inmovilidad total, un traje a la medida del personaje.

Se trata de agravar las consecuencias negativas del vacío de poder y transformar el malestar en una razón de voto: la próxima vez, vote usted más en serio

Rajoy comenzó su plan de tierra quemada renunciando a la investidura. Primera retirada y primera crisis institucional, el Rey sin un candidato viable. ¿No tiene tantas ganas este chico, Sánchez, de vestirse de candidato presidencial? Adelante, que compruebe lo que es recibir mandobles por la derecha y por la izquierda para terminar con 220 votos en contra.

Los primeros meses de 2016 están siendo horrorosos para la economía española. Se ha frenado el crecimiento, se vuelve a destruir empleo y las cifras de retroceso del consumo son pavorosas. ¿Ha visto alguien a este Gobierno dar muestras de alarma o mover un dedo para tratar de corregir la situación? ¿Alguna medida económica relevante desde el 20-D? No señor, estamos en funciones. Si quieren acción de gobierno, que nos dejen gobernar.

Como estamos en funciones, dimitimos también de la política exterior. Se suspenden los viajes del Rey, nadie sabe por qué. Hay un cambio histórico en Argentina y por allí ya han aparecido Hollande y Renzi, pero no España; viene el presidente de Cuba a Europa por primera vez en décadas y nadie se molesta en intentar que pase por aquí.

En estos meses, la Unión Europea ha negociado dos acuerdos trascendentales: con Reino Unido sobre el Brexit y con Turquía sobre los refugiados. Se desconoce el papel del Gobierno de España en ambas negociaciones, si es que ha tenido algún papel. Es más, el propósito del Gobierno es que España sea el único país de los Veintiocho en el que estos dos acuerdos no se debatan en su Parlamento. Se acepta sin rechistar un canje atroz para convertir a Turquía en un contenedor de refugiados. Como hay protestas, con la misma indiferencia se envía a Margallo a Bruselas para que se retracte. Y cuando le pregunten por qué tanto vaivén, que se encoja de hombros y responda: “Ya saben, estamos en funciones y no nos dejan gobernar”.

Se monta un conflicto institucional completamente innecesario a cuenta del control parlamentario del Gobierno. Es obvio que este Parlamento no puede, por ejemplo, votar una moción de censura. Pero no veo qué problema hay, con un poco de buena voluntad, en que un ministro acuda a una comisión o al pleno para informar sobre asuntos relativos a su departamento. Pues no, vamos a provocar una colisión entre el poder legislativo y el ejecutivo para que la tenga que resolver el judicial. Cuanto peor, mejor.

Que el Gobierno haga del desgobierno su primera baza electoral es una novedosa contribución española a la ciencia política. Luego dicen que no innovamos

Y por supuesto, paramos la Administración. Resulta que desde enero las licitaciones de obra pública han tenido un frenazo del 70%, una catástrofe para el sector de la construcción. Esto solo puede responder a una decisión política, porque nada impide a un Gobierno en funciones tramitar las obras que están previstas y aprobadas. Se supone que se adelantaron los Presupuestos de 2016 para evitar problemas como este. Pero aquí se ha decidido que todo el mundo pague el pato del bloqueo político: si no nos dejan conducir, apagamos los motores y que pidan explicaciones a Sánchez, Rivera y compañía.

Esto no es una pataleta, es un plan de campaña electoral. Se trata de agravar al máximo las consecuencias negativas del vacío de poder y transformar el malestar resultante en una razón de voto: la próxima vez, vote usted más en serio y asegúrese de apoyar a quien sabe gobernar.

Si lo de la tierra quemada les parece fuerte, dejémoslo en una huelga de brazos caídos: un Gobierno en funciones que se sabotea a sí mismo y deja de funcionar. Que el Gobierno haga del desgobierno su primera baza electoral es una novedosa contribución española a la ciencia política. Luego dicen que no innovamos.

Las tácticas de tierra quemada son un clásico en la historia de las guerras. Es el autosabotaje como plan de combate: consiste en no oponerse al avance del enemigo, pero destruir todos los recursos que pueden serle de utilidad: campos, puentes, casas, alimentos… Cuanto más se adentran la tropas invasoras en territorio extranjero, más desasistidas se encuentran y finalmente se rinden por agotamiento. Así se derrotó a los ejércitos más poderosos. Con la ayuda del invierno, Rusia lo practicó de forma demoledora al menos en dos ocasiones memorables: frente a la invasión del ejército de Napoleón en 1812 y en la Segunda Guerra Mundial ante la penetración de las tropas de Hitler. Eso sí, a costa de sacrificios inmensos para el pueblo ruso.

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