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El 8-M sigue siendo necesario
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Marta García Aller

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El 8-M sigue siendo necesario

Que no sea el momento de salir a manifestarse, y no creo que lo sea, no significa que las reivindicaciones del 8-M sean más necesarias que nunca en plena pandemia

Foto: Vista general de la marcha feminista celebrada en Madrid el 8 de marzo, con motivo del Día Internacional de la Mujer, en 2020. (EFE)
Vista general de la marcha feminista celebrada en Madrid el 8 de marzo, con motivo del Día Internacional de la Mujer, en 2020. (EFE)

El 8 de marzo se cumplirá un año de que Vox convocara en Vistalegre unas 9.000 personas vociferando en un mitin del partido. Su secretario general, Javier Ortega Smith, anduvo abrazando fieles con evidentes síntomas gripales. Días después, dio positivo en coronavirus. Pese a lo apropiado que hubiera sido para la ocasión, la formación de Santiago Abascal se ha olvidado mencionar esta efeméride al proponer esta semana que el 8-M pase a celebrarse el Día Nacional de las Víctimas del Coronavirus.

No solo Vox carece de las razones, más allá de las propagandísticas, también de los apoyos para que semejante propuesta salga adelante. Sus ataques al Día Internacional de la Mujer pueden tener otra consecuencia. Vox no es, como pretende, una amenaza para el 8-M. Es su mayor aglutinador, en un momento delicado de profunda división interna dentro del feminismo. También lo ha sido ver a todos los demás grupos parlamentarios, en respuesta a los diputados de Abascal, aplaudir el martes en el hemiciclo la lectura de los nombres de las 1.081 mujeres asesinadas desde 2003 por violencia de género.

Sin embargo, el Día de la Mujer llega en pleno cisma feminista. La reivindicación de los derechos de las mujeres trans tiene enfrentado a una parte del feminismo tradicional con la nueva generación de feministas en una lucha que desde fuera puede resultar confusa. Esta división interna ya estaba presente en el 8-M del año pasado, pero entonces quedó eclipsada por la polémica que suscitaron las manifestaciones masivas pocos días antes de que se decretara el estado de alarma y el confinamiento por la pandemia. Desde entonces, la división se ha ido enconando.

Sería mucho resumir dejar el clima de discordia actual dentro del feminismo reducido a un desencuentro entre la vicepresidenta Carmen Calvo y la ministra Irene Montero. Tampoco haría justicia ceñirlo únicamente a la brecha generacional, que la hay, ni a la lucha de poder, que también. Una parte del feminismo, con la que me identifico, considera que visibilizar a la minoría trans no invisibilizará a la mayoría de mujeres. Reivindicar más derechos para un grupo de personas discriminadas no resta fuerzas al resto, sino que las suma. Otra cuestión es que todavía haya mucho que discutir y mejorar en las leyes que se están tramitando.

Pero volvamos al 8-M. El coronavirus impide que este año se celebren las manifestaciones de otros años, que solo en Madrid llegaban al millón de personas. La pandemia hace poco recomendable juntarse. En las movilizaciones que impulsan diversos colectivos feministas, han impuesto una restricción de aforo superior al autorizado por la propia Delegación de Gobierno e incluso exigen acreditación previa para asistir al acto. También el Ministerio de Igualdad ha aclarado que seguirá las recomendaciones de Sanidad de no manifestarse, después de que la ministra Carolina Darias, que el año pasado dio positivo en coronavirus poco después de asistir al 8-M, afirmara tajantemente que, tal y como está la pandemia, “no ha lugar” a manifestarse.

Foto: Irene Montero (2i) y la delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, Victoria Rosell (2d), en la manifestación por el Día de la Mujer del pasado año. (EFE)

Que este año no vaya a haber actos masivos no debería impedir que se sigan visibilizando de otras muchas formas las razones fundamentales que hacen del 8-M una cita simbólica por la igualdad. Que no sea el momento de salir a manifestarse, y no creo que lo sea, no quita para que sea más necesario que nunca recordar que queda mucho camino por andar para llegar a la igualdad de oportunidades.

El coronavirus no ha hecho sino añadir motivos para las reivindicaciones. La pandemia ha incrementado la desigualdad en el reparto de los cuidados en el hogar, la vulnerabilidad de las mujeres a la pérdida de empleo, ha traído mayor precariedad y riesgo de pobreza, así como un aumento del riesgo de sufrir violencia de género durante los confinamientos. También desde la llegada del covid-19 está aumentando la brecha salarial entre hombres y mujeres. Todo esto hace el 8-M más necesario que nunca en plena pandemia. Y ni los ataques que tratan de desacreditar el movimiento feminista ni suspender las movilizaciones para evitar cualquier riesgo de contagio son amenazas para el 8-M. El mayor problema sería olvidarse de recordar todo lo que une al feminismo.

El 8 de marzo se cumplirá un año de que Vox convocara en Vistalegre unas 9.000 personas vociferando en un mitin del partido. Su secretario general, Javier Ortega Smith, anduvo abrazando fieles con evidentes síntomas gripales. Días después, dio positivo en coronavirus. Pese a lo apropiado que hubiera sido para la ocasión, la formación de Santiago Abascal se ha olvidado mencionar esta efeméride al proponer esta semana que el 8-M pase a celebrarse el Día Nacional de las Víctimas del Coronavirus.

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