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Los 'búhos' que recogen migrantes en Irún y los mandan rumbo a Francia
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Los 'búhos' que recogen migrantes en Irún y los mandan rumbo a Francia

Un grupo de voluntarios de Irún acude todas las noches a la estación de autobús y tren para atender a migrantes desprotegidos y desplazarles en sus coches al centro de acogida de Cruz Roja

Foto:  Un grupo de voluntarios atiende a varios migrantes a las puertas del centro de acogida Martindozenea. (Gari Garialde / Bostok Photo)
Un grupo de voluntarios atiende a varios migrantes a las puertas del centro de acogida Martindozenea. (Gari Garialde / Bostok Photo)

El autobús llega a la estación de Irún pasadas las 22:30 y por las escaleras descienden tres migrantes en tránsito que se dirigen a París. Raúl, Juan Luis y Ainhoa se acercan a ellos y, en francés, les explican que existe un centro de acogida municipal gestionado por Cruz Roja en el que pueden comer y pasar la noche en caliente, y se prestan a trasladarles hasta el lugar en sus vehículos privados. Aceptan sin rechistar. En cierto modo, hasta extraña la rapidez con la que dan su conformidad. Pero se puede decir que hay ‘truco’. Estos jóvenes de Guinea y Malí ya estaban sobreaviso. Llevan un periplo de 21 días por España y, a su paso por Almería, ya habían sido informados de que en esta localidad guipuzcoana situada en la frontera con Francia habría alguien de Cruz Roja esperándoles en la estación para atenderles.

Pero la información con la que vienen no es del todo cierta. Porque ni Raúl, ni Juan Luis ni Ainhoa pertenecen a la Cruz Roja. Son voluntarios. Son los 'gautxoris' (búhos en euskera) de la red de acogida de migrantes Irungo Harrera Sarea, y todas las noches acuden a la estación de tren y autobuses, situada a la par, para ayudar a extranjeros que llegan a la ciudad fronteriza en tránsito al norte de Francia u otros países europeos, y que en la mayoría de las ocasiones, por ser las horas que son, se encuentran indefensos en un municipio que no conocen y sin saber adónde ir y dónde pasar la noche. Su labor consiste en informar a estas personas, en su inmensa mayoría subsaharianas, de que cuentan con el centro de acogida Martindozenea y trasladarles, en su caso, en sus vehículos particulares hasta este espacio. Ya por la mañana, otros grupos de la red se encargan de informarles de los servicios públicos de los que disponen y de las posibilidades que tienen para pasar la frontera y llegar a Bayona, punto obligado de paso para continuar con su trayecto hasta su destino final, así como de ofrecerles ropa o incluso acompañarles en los trámites en caso de que decidan solicitar asilo.

Cuesta convencerles de que vayan al centro de acogida. Se lo piensan mucho. Es normal, no las tienen todas consigo y desconfían de nosotros

“Ha sido muy fácil, pero no es lo habitual. Cuesta convencerles de que vayan al centro de acogida. Lo habitual es que se lo piensen mucho”, previene Raúl. Y las dudas, efectivamente, viajan en el último autobús procedente de Madrid, que llega pasadas las 23:00. Cinco subsaharianos no saben dónde van a pasar la noche, les aguarda dormir a la intemperie, pero no se fían de este grupo de voluntarios. Son reacios a hablar y el no está más cerca de imponerse. “No estáis obligados a venir pero allí tenéis un sitio donde comer y dormir”, les insiste Juan Luis. Todo cambia cuando les informa de que “es gratis, no os vamos a cobrar nada”. Es algo que se da por supuesto, pero en ocasiones hay que insistir en lo de la gratuidad, ya que muchos migrantes recelan de las verdaderas intenciones que se esconden tras esta samaritana conducta. “No entendían qué hacíamos aquí y por qué les queríamos ayudar”, señala Juan Luis. “Es normal. No las tienen todas consigo y desconfían de nosotros”, replica Raúl. La labor, parece, ha dado sus frutos. “Todavía no han entrado a Martindozenea”, advierte Raúl. Porque en el trayecto de apenas dos kilómetros hasta el centro de acogida las cosas pueden cambiar. Habla la experiencia.

placeholder Juan Luis, uno de los voluntarios, informa a los inmigrantes a las puertas del centro de acogida Martindozenea de Irún. (J. M. A.)
Juan Luis, uno de los voluntarios, informa a los inmigrantes a las puertas del centro de acogida Martindozenea de Irún. (J. M. A.)

El grupo nocturno lo componen una decena de voluntarios activos que todos los días de la semana se turnan para acudir a la estación para localizar y ayudar a migrantes que están desprotegidos, bien porque no saben adónde ir en plena noche —el recorrido hasta el centro de acogida no está señalizado— o bien porque han sido abandonados o engañados por las mafias. Algunas noches se juntan ocho, otras cinco. Hay veces que son dos o tres… La disponibilidad, y el cansancio acumulado, marca el número de cada jornada. Las salidas nocturnas comenzaron en noviembre. Hasta entonces, acudían de día a la estación para esperar la llegada de los autobuses —la inmensa mayoría de los extranjeros en tránsito llegan mediante este medio de transporte—. Pero las necesidades cambiaron y hubo que modificar los hábitos. “Nos dimos cuenta de que llegaban más migrantes de noche y, además, estaban más desprotegidos”, señala Gari. Por aquel entonces, el centro de acogida de Martindozenea, abierto en septiembre, acababa de comenzar a estar operativo las 24 horas del día —al principio cerraba a las 22:00—, de modo que ya existía un local público para que estas personas pudieran pasar la noche en un lugar caliente.

Sobre el papel, la suya puede resultar una tarea sencilla. Pero, en este caso especialmente, el papel no lo aguanta todo. Porque hay "muchas barreras" a superar desde el momento en que llega el autobús hasta la puerta de entrada de Martindozenea. La primera, la marca la desconfianza de los propios migrantes. Hay que ponerse en su situación. Llegas de noche a una ciudad que no conoces, se te acercan varias personas sin ningún distintivo identificativo que aseguran ser voluntarios y se ofrecen a llevarte en sus coches particulares —el principal, una furgoneta con las lunas tintadas— hasta un lugar situado a la entrada de la ciudad que apenas está iluminado y que carece de emblemas de la Cruz Roja, y del que sale un guardia de seguridad para llevarte a su interior sin posibilidad de que quienes te han llevado hasta ahí puedan acompañarte dentro. Y en muchos casos, además, en la mochila de viaje llevas palizas, robos e incluso secuestros para pedir un rescate a tu familia.

El grupo nocturno lo componen una decena de voluntarios activos que desde noviembre se turnan todos los días de la semana para ir a la estación

“¡Como para fiarte! Yo no hubiera confiado”, coinciden en resaltar los voluntarios. Ya 'a priori' no es nada fácil ganarse la aprobación de los migrantes cuando se va 'a pelo'. “La desconfianza es total. Lo último que se esperan es que vengas a ayudarles”, remarca Josune. “Les extraña muchísimo que no les pidamos dinero. No pueden entenderlo”, señala. Para sentirse seguros, muchos de los migrantes exigen alguna acreditación de la Cruz Roja. Los ‘gautxoris’ han pensado identificarse con algún distintivo, pero no es una cuestión sencilla. Un chaleco llamativo puede inducir, por ejemplo, a pensar que son policías. De hecho, ya tuvieron que quitarse las chapas identificativas que habían elaborado con el búho como imagen porque hay quien veía en el diseño un cierto paralelismo con la policía de su país.

Cualquier mínimo detalle puede hacer saltar por los aires la débil confianza que depositan los migrantes. “En ocasiones, llegas a sudar la gota gorda para llevarles hasta Martindozenea”, señala Ainhoa. “Muchos no te creen porque les ha pasado de todo en la vida”, corrobora Gari. Por ello, cada migrante que llega al centro de acogida es un pequeño triunfo personal. “Mucha gente no se puede imaginar las barreras que hay que superar hasta que por fin los migrantes entran al centro de acogida”, afirma Ainhoa.

placeholder Varios voluntarios 'gautxoris' esperan a que se bajen los pasajeros del autobús por si viene algún migrante en tránsito para ofrecerles su ayuda. (J. M. A.)
Varios voluntarios 'gautxoris' esperan a que se bajen los pasajeros del autobús por si viene algún migrante en tránsito para ofrecerles su ayuda. (J. M. A.)

El Confidencial lo vive en primera línea acompañando a este grupo de 'ángeles de la guarda' en su quehacer nocturno. Las circunstancias hacen que sean tres noches de ‘vigilancia’ junto a Raúl, Gari, Josune, Jokin, Jaione, Adrián, Juan Luis, Ainhoa, Jon…. Martes, 19 de febrero. Pasadas las 22:00 llega el autobús que recorre la cornisa cantábrica desde Santiago de Compostela con paradas, entre otras, en Bilbao y San Sebastián. Las puertas se abren y no baja ningún migrante. Lo mismo ocurre en los sucesivos autobuses procedentes de diferentes destinos. En torno a las 23:40 llega el último autobús del día, el que cubre la ruta desde Gijón pasando por Bilbao, y la jornada se cierra sin que ningún migrante haya puesto pie en Irún en horario nocturno.

Jueves, 21 de febrero. Más de lo mismo. “A ver si vas a ser tú el culpable”, bromea Raúl ante otra noche en blanco. Es cuestión del azar, ya que el lunes y el miércoles sí hubo movimiento de migrantes con traslados a Martindozenea. “Ahora no hay tanto movimiento”, admite. Por estas fechas no hay rastro de esas noches movidas en las que se ha llegado a trasladar a 35 migrantes. El bajón lo asocian al mal tiempo, a la mala mar del Mediterráneo por estas fechas… Pero son conjeturas, porque muchos migrantes siguen llegando a Bayona, donde existe un amplio dispositivo de acogida municipal, sin pasar por Irún. "No sabemos cómo lo hacen, pero llegan. Igual tienen contactos en Donostia o Bilbao que les llevan directamente allí, pero no sabemos. Hemos visto a algunos incluso andar por la autopista", señalan. En todo caso, el movimiento en Bayona ha caído mucho por estas fechas, como apunta Lore, una voluntaria en la localidad francesa que se ha desplazado a Irún para ver 'in situ' cómo trabaja Irungo Harrera Sarea. Hasta hace unos meses, podían llegar entre 100 y 150 migrantes al día. Ahora lo hacen entre 20 y 30.

El movimiento de migrantes ha caído en febrero: no llega ninguno las noches del martes y el jueves; el viernes se realizan 8 traslados al centro de acogida

Es previsible que el trajín en la ciudad fronteriza se active con la llegada de la primavera. “No sé dónde vamos a meter a toda la gente que venga”, vaticina Raul en previsión de que las 60 plazas de las que dispone Martindozenea sean pocas con la llegada del buen clima. A este respecto, el ayuntamiento prevé habilitar en los próximos meses un nuevo centro con más capacidad en previsión de una significativa afluencia de migrantes. Pero esa es la historia a futuro. La del presente tiene fecha de 22 de febrero. Y en esta ocasión, la noche no ha sido en balde. Han sido ocho traslados. “Es más fácil convencerles cuando vienen en grupo que solos. En esos casos cuesta mucho”, indica Ainhoa. “Cada vez que ves a un migrante entrar al centro de acogida, te da un subidón”, se sincera Juan Luis.

placeholder Varios migrantes acceden al centro de acogida Martindozenea tras pasar la verja acompañados de un guardia de seguridad. (J. M. A.)
Varios migrantes acceden al centro de acogida Martindozenea tras pasar la verja acompañados de un guardia de seguridad. (J. M. A.)

La cifra de traslados en la noche podría haber sido más elevada de no ser porque los tres migrantes que, poco antes de la medianoche, llegan a Irún en el último autobús de la jornada muestran la otra cara de esta realidad: la de las mafias. Ni siquiera se paran a escuchar a los voluntarios. Desatienden sus palabras y pasan de largo. Están aleccionados. A pocos metros de la estación un contacto les espera en un coche. Saben perfectamente dónde ir porque su ubicación está en la pantalla del móvil de uno de los migrantes. “Les alertan de nuestra presencia y cuando bajan del autobús ya saben lo que tienen que hacer y adónde se tienen que dirigir”, expone Josune. Los unos —los voluntarios— y los otros —los contactos de las mafias— se conocen bien. Al principio fue una convivencia difícil, ya que quienes se aprovechan de los migrantes veían un riesgo para el negocio. Hubo “algún encontronazo”, pero ahora la situación está “más tranquila”. Los 'gautxoris' desconocen lo que pasa desde el momento en que los migrantes con contacto abandonan la estación. Sí saben que algunos de los que han pagado se quedan tirados porque les han prestado ayuda posteriormente. “Lo peor es cuando vemos a niños y mujeres, porque no sabemos dónde pueden acabar”, afirma Jaione. Han sido muchas las ocasiones en que el grupo ha tenido que ayudar de madrugada a mujeres y niños que habían sido engañados.

Ha habido "encontronazos" con la mafia, que ha visto en los voluntarios un riesgo para su negocio

Ha llegado el último autobús, pero la noche del viernes no ha acabado. En su regreso a casa, Raúl y su hijo Adrián se encuentran por casualidad en la calle a uno del grupo de cinco migrantes trasladados a Martindozenea que, desorientado, trata de llegar a la estación. Se ha dejado, afirma, la cazadora con todos los papeles y el dinero en el autobús. El joven se derrumba cuando se percata de que acaba de esfumarse su futuro, su salvoconducto hasta Lyon, su destino final. Tiene que afrontar sin papeles y sin los 250 euros que llevaba consigo una carrera en la cual aún hay muchos obstáculos por saltar. Cuatro meses escondido en el bosque en su huida desde Camerún a Marruecos y otros 14 meses “deambulando” por España para llegar a esta situación, a lo que parece un callejón sin salida. Se sienta en la acera y no para de llorar. “Mañana te acompañamos a la Policía para hacer de nuevo los papeles”, repite una y otra vez Raúl. Pero nada le consuela. “¿No estará, por casualidad, en la furgoneta?”, pregunta Juan Luis. Y el sol sale de noche. Las lágrimas no cesan, pero ahora son de emoción. “Me habéis salvado la vida”, clama entre un aluvión de besos.

Cuatro meses de salidas nocturnas dan para muchas historias. Buenas y malas. Han presenciado los lloros de los migrantes, han visto cómo algunos se han derrumbado ante ellos... También ha habido abrazos y besos, eternas gratitudes… “Hay historias brutales”, resume Raúl. Pero muchas de las historias que llegan a Irún dentro del equipaje se quedan en el interior de los migrantes, poco dados por norma general a hablar. “La mayoría se calla. No quieren hablar. Es difícil entablar una conversación”, reflejan los voluntarios. “Muchos están asustados, no nos conocen, no saben si somos policías”… Son apenas dos kilómetros desde la estación hasta el centro de acogida, pero esta distancia física se puede convertir en un mundo temporal. Los segundos se pueden hacer “eternos". “Algunas veces voy acojonada en el coche para que no se tiren en marcha. Ves que están asustados, van temblando y no sabes cómo van a reaccionar", confiesa Ainhoa.

placeholder Voluntarios hablan con migrantes nada más bajar del autobús. (J. M. A.)
Voluntarios hablan con migrantes nada más bajar del autobús. (J. M. A.)

Ante las puertas de Martindozenea se vive un momento “delicado”. En ocasiones es necesario “calmar” a los migrantes, que no saben qué se van a encontrar dentro de las paredes de una imponente casa en la que la ausencia de distintivos de la Cruz Roja les infunde desconfianza o temor. El último escollo antes de adentrarse en el interior del edificio, donde les esperan miembros de la ONG, es una verja y unos 30 metros de pasillo bajo la mirada de un guardia de seguridad. En la calle, los voluntarios aguardan cinco minutos para comprobar que se les ha acogido. Tener papeles —en esencia, el documento de expulsión de 30 días expedido por la Policía Nacional a su entrada a España por Andalucía— da derecho a 10 días de estancia. En caso contrario —muchos de ellos han roto este documento policial—, para poder pasar la noche los migrantes deben comprometerse por escrito a que al día siguiente irán a dependencias policiales para que les den este documento. No todos dicen que sí. La alternativa es dormir en la calle. O que alguien les acoja.

placeholder El centro de acogida, gestionado por la Cruz Roja, con la valla de acceso a la derecha. (J. M. A.)
El centro de acogida, gestionado por la Cruz Roja, con la valla de acceso a la derecha. (J. M. A.)

Por norma general, la mayoría de los migrantes desaparece al día siguiente en dirección a Bayona tras ser informados de las alternativas que tienen para viajar hasta esta localidad situada apenas a 40 kilómetros. Media hora de viaje, pero un mundo en ocasiones. El trayecto no siempre acaba en Bayona por los controles policiales, que se han intensificado en los últimos meses. Hay personas que regresan forzadas tras ser expulsadas por la policía francesa a la espera de un nuevo intento de acceder al país galo. A Josune a veces le cuesta hablar sin que aparezcan síntomas de emoción. En algunos casos, resulta complicado no implicarse emocionalmente, y más ante las tragedias que escucha en primera persona. “Lo he pasado realmente mal”, confiesa. Pero ahora se ha puesto una coraza. Hubo un antes y un después con el caso de una familia que viajaba con un niño pequeño y con la que compartió unos días en Irún en su ayuda. Con su marcha, se “vino abajo”. Entonces, decidió “cambiar el chip”. “Pero aunque no quieras implicarte emocionalmente es inevitable”, tercia Raúl. A Gari, por ejemplo, se le encoge el corazón cada vez que los migrantes a los que ayuda a recoger el dinero que les envían familiares aportando su nombre y DNI le ponen sobre la mesa la pasta recibida para que se cobre el favor con una cantidad a su elección. Hay quien llegó a ofrecer incluso a un 'gautxori' 10 de los 20 euros que le habían enviado sus allegados por la ayuda recibida.

El 90% de los migrantes que acuden al centro de acogida es trasladado por voluntarios: la red de ayuda pide que se señalice el camino hasta el lugar

Los 'gautxoris' llevan al día las estadísticas de traslados. Y sus números dicen que “el 90%” de los migrantes que acuden a este centro de acogida va de su mano. “Si no fuera por nosotros, no llegan”, aseveran. Porque es “muy difícil” que lleguen desde la estación a Martindozenea por su propio pie. El camino desde la estación hasta el albergue no está señalizado, en el centro de acogida no hay distintivos de la Cruz Roja y, además, por norma general, muchos vecinos desconocen la existencia de este recurso municipal que apenas lleva medio año en funcionamiento. De hecho, es habitual que algunos ciudadanos remitan a los migrantes a la sede de la Cruz Roja, situada en otro punto de la ciudad. Esta misma semana, un migrante que no fue localizado por los 'gautxoris' al llegar su autobús a la estación con bastante antelación estuvo "toda la noche" en vano tratando de llegar al centro de acogida. Al final, tuvo que dormir en la calle. Y encima, unas horas antes, en Bilbao le habían robado la mochila con todas sus pertenencias. "Lo que está claro es que la gente se pierde", lamentan.

A la vista de esta situación, Irungo Herrira Sarea ha solicitado al Gobierno municipal del PSE que señalice el camino dentro de una serie de peticiones encaminadas a facilitar su labor, entre ellas disponer de un local para atender a los migrantes durante el día sin tener que estar expuestos en la calle. A este respecto, el pleno municipal acaba de aprobar una moción con los votos a favor de EH Bildu, Podemos y el PNV, y la abstención del PSE y del PP, por la cual el ayuntamiento se "compromete" a atender estas reivindicaciones. “Ahora todo está en manos de Santano [José Antonio, el alcalde]”, aseveran. Pero, 'a priori', el Gobierno municipal no está por la labor de señalizar el camino, ya que su intención es habilitar en los próximos meses un nuevo centro de acogida con mayor capacidad. Mientras tanto, el camino hasta Martindozenea estará señalizado con la capacidad de estos búhos de convencer a los migrantes.

El autobús llega a la estación de Irún pasadas las 22:30 y por las escaleras descienden tres migrantes en tránsito que se dirigen a París. Raúl, Juan Luis y Ainhoa se acercan a ellos y, en francés, les explican que existe un centro de acogida municipal gestionado por Cruz Roja en el que pueden comer y pasar la noche en caliente, y se prestan a trasladarles hasta el lugar en sus vehículos privados. Aceptan sin rechistar. En cierto modo, hasta extraña la rapidez con la que dan su conformidad. Pero se puede decir que hay ‘truco’. Estos jóvenes de Guinea y Malí ya estaban sobreaviso. Llevan un periplo de 21 días por España y, a su paso por Almería, ya habían sido informados de que en esta localidad guipuzcoana situada en la frontera con Francia habría alguien de Cruz Roja esperándoles en la estación para atenderles.

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