"¡Miradme a la cara!": los asesinos de Miguel Ángel Blanco nunca se han arrepentido
Txapote, el etarra más sanguinario, fue quien disparó, apoyado por su pareja Irantzu Gallastegi 'Amaia' y José Luis Geresta 'Oker': el exedil en Eibar Ibon Muñoa ejerció de soplón
Existe el convencimiento generalizado de que si ETA hubiera asesinado a Miguel Ángel Blanco en la estación de tren de Eibar en vez de secuestrarlo para darle muerte 48 horas después, al expirar el ultimátum dado al Gobierno de José María Aznar, no hubiera surgido la rebelión cívica que dio lugar al ‘espíritu de Ermua’. Pero con su chantaje, la banda terrorista provocó una respuesta ciudadana nunca antes vista, espoleó a una sociedad que había permanecido de forma mayoritaria en silencio ante los crímenes de ETA y, en cierto, modo comenzó a cavar de forma inconsciente su propia tumba.
Tras la acción que, según coinciden todos, vino a marcar el comienzo de la defunción social de ETA se encontraba al frente el terrorista más sanguinario de todos, Francisco Javier García Gaztelu, ‘Txapote’. Él fue quien disparó dos veces en la cabeza a un Blanco maniatado y de rodillas tras mantenerle retenido durante las 48 horas de plazo dadas al Gobierno para acercar a todos los presos etarras a cárceles vascas a cambio de perdonar la vida del joven concejal del PP. Todavía es un misterio dónde le mantuvieron retenido los etarras, si bien se especula con que estuvo en todo momento encerrado en el maletero del coche robado que utilizaron para acometer el dramático crimen. La Beretta del calibre 22 con la que segó la vida de Blanco nunca ha sido localizada.
Txapote impuso en la calle con sus pistolas la socialización del sufrimiento auspiciada sobre el papel por Rufi Etxeberria (hoy en la cúpula de la 'nueva' Batasuna) para poner en la diana a todo aquel que se opusiera a los designios de ETA, ya fueran políticos, periodistas, intelectuales, profesores o jueces, con la pretensión de infundir terror y obligar al Estado a negociar. Por todos sus crímenes acumula más de 600 años de cárcel de condena. Nutrido desde muy joven en la escuela etarra de la ‘kale borroka’, a los 28 años ya formaba parte del ‘comando Donosti’ a las órdenes del jefe etarra José Javier Arizkuren ‘Kantauri’. Su determinación terrorista y su carácter sanguinario y totalitario pronto auparon a los cielos de la banda terrorista a este chico conflictivo de Galdako (Vizcaya).
Participó de forma activa en los asesinatos de los concejales populares Gregorio Ordóñez, José Luis Caso, José Ignacio Iruretagoyena y Manuel Zamarreño, del dirigente socialista Fernando Múgica, del periodista José Luis López de Lacalle o del policía municipal de San Sebastián Alfonso Morcillo. Como exponente de la línea más dura de ETA, era partidario de golpear sin cesar al Estado. Esta estrategia de la bomba lapa y el tiro en la nuca por encima de todo, con independencia de los efectos que tuviera para el brazo político de la banda terrorista Herri Batasuna, se traduce en que, según los expertos en la lucha antiterrorista, participase en más de 70 atentados en un año con más de 20 víctimas a sus espaldas. No había que dar tregua al Estado y por ello se oponía a la tregua de 1998, antes de la cual huyó a Francia para ascender a la cúpula etarra tras la detención de su mentor Kantauri. Fue detenido el 22 de febrero de 2001 en la localidad de Anglet, en el sur del país galo, cuando comía en el lujoso restaurante Havana Café.
Dos años antes había sido detenida en un hotel de París su compañera de pistolas y pareja sentimental, Irantzu Gallastegi, alias ‘Amaia’, en una operación en la que también cayeron Kantauri y el exparlamentario de HB Mikel Zubimendi. Ella fue quien el 10 de julio de 1997 abordó a Miguel Ángel Blanco a la salida de la estación del tren de Eibar, cuando este se dirigía a la empresa en la que trabajaba en esta localidad guipuzcoana colindante a Ermua tras haber comido en casa de sus padres, y le introdujo en un vehículo en el que se encontraban Txapote y José Luis Geresta Mujika, alias ‘Oker’. Ella, a diferencia de su pareja, no ha descargado la pistola sobre algún 'enemigo vasco' en su trayectoria etarra.
Txapote y Amaia nunca se han arrepentido de sus asesinatos y se han vanagloriado durante los juicios entre sonrisas de su pertenencia a ETA
En el momento del secuestro y asesinato del concejal del PP apenas contaba con 24 años. Había ingresado en ETA tras haber pasado previamente por las juventudes etarras de Jarrai. Amaia y Txapote forman la pareja más mediática y dura de ETA. Concibieron dos hijos durante su estancia en cárceles francesas y españolas (nacieron en 2002 y 2007). Nunca se han arrepentido de sus acciones y en los múltiples juicios a los que se han enfrentado se han vanagloriado de su pertenencia a la banda terrorista. En estos procesos, Txapote siempre ha mantenido una actitud desafiante. La familia de Blanco no olvida las continuas risas de ambos durante el juicio por el asesinato del edil popular, que se celebró en junio de 2006, nueve años después del crimen. “Hijos de puta. Vais a pagar por lo que habéis hecho”, les gritó la hermana de Blanco, Mari Mar, presa de la ira y la rabia mientras trataba de llamar su atención. “Miradme a la cara”, les espetó entre la ovación de la sala. Fueron condenados a 50 años de cárcel por este asesinato, la mayor condena posible.
Los familiares de sus víctimas han mostrado sus deseos de que Txapote jamás pise la calle. Por eso no han ocultado su indignación por el primer permiso extraordinario que le fue concedido a principios de año, y que se concretó en mayo, para poder visitar a su padre enfermo en su domicilio de Basauri, dado que este tenía serias dificultades de movilidad que le impedían trasladarse a la cárcel de Huelva a visitar a su hijo (Amaia también está interna en este penal). La decisión del juez de vigilancia penitenciaria de la Audiencia Nacional José Luis Castro provocó una cascada de críticas desde las víctimas y también fue rechazada por la Fiscalía. La pareja ha pasado por varias cárceles de España, dejando muestras en todas ellas de su carácter conflictivo y radical.
El cadáver de Oker fue hallado en marzo de 1999 con un tiro en la sien. La versión oficial asegura que se suicidó, si bien su familia la pone en duda
El tercer autor material del asesinato de Blanco fue José Luis Geresta Mujija, ‘Oker’. Era quien sujetaba al indefenso concejal del PP cuando Txapote le disparó por la espalda en un paraje de Lasarte, en Guipúzcoa, mientras Amaia aguardaba en un coche para emprender la huida. Su breve trayectoria etarra se cortó en marzo de 1999 cuando fue hallado su cadáver con un tiro en la sien. La versión oficial dice que se suicidó, si bien su familia siempre ha puesto en duda que se quitara la vida. Oker, cuyo comportamiento en los últimos meses había sorprendido a la dirección etarra, fue enterrado como un héroe al grito de “Gora ETA”.
Los tres etarras fueron los autores materiales del asesinato de Miguel Ángel Blanco, pero el crimen lo inició el exconcejal de HB en Eibar Ibon Muñoa, que fue quien pasó información detallada del concejal del PP a ETA y posteriormente prestó cobertura logística a los asesinos para perpetrar su barbarie. Alojó en su casa a los etarras del ‘comando Donosti’ para poder llevar a cabo el secuestro del edil popular y puso a su disposición otra vivienda propiedad de sus padres en Zarautz (aunque no la llegaron a utilizar) y hasta su coche por si fallaba el vehículo que iban a utilizar.
Muñoa dio a ETA información detallada de Blanco y puso a disposición de los etarras dos pisos y un coche: fue condenado en 2003 a 33 años de cárcel
Fue uno de esos muchos chivatos y soplones al servicio de ETA que durante años delataron a ciudadanos vascos, poniéndoles en el centro de la diana con sus informaciones. Muñoa tenía muy controlado a Blanco. Conocía todos sus movimientos y sus horarios. La empresa familiar de Ibon Muñoa se encontraba apenas a 20 metros de la consultora Eman Consulting en la que trabajaba el edil popular, quien con apenas 27 años había accedido al Ayuntamiento de Ermua tras las municipales de 1995 como número tres en la lista del PP. Fue en definitiva el instigador del asesinato de Blanco al poner a ETA sobre la pista de un blanco aparentemente muy fácil con el que poder vengar la liberación apenas 10 días antes por parte de las FSE del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara tras permanecer secuestrado en un zulo durante 532 días.
El exconcejal de HB conocía en todo momento las intenciones de los etarras de secuestrar de forma inmediata a Blanco cuando los alojó en su casa. Y también era consciente de la “alta probabilidad de un desenlace mortal”, según se recoge en la sentencia de la Sección Primera de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional que le condenó a 33 años de cárcel como cómplice del secuestro y asesinato del edil del PP. Muñoa fue el primero en recibir un castigo judicial por este crimen, al ser condenado en octubre de 2003. También le fue impuesta una indemnización de medio millón de euros a los padres de Blanco por “el gravísimo sufrimiento que se deriva de las características de los hechos”.
Su apoyo a los terroristas no acabó con el asesinato de Blanco. Meses después alojó de nuevo en su casa a Txapote y Amaia, y posteriormente hizo lo mismo con Oker. Muñoa ya había sido condenado con anterioridad a 10 años de cárcel por pertenecer a ETA y falsificación de documentos. Durante el juicio por su participación en el asesinato de Blanco fue objeto de las iras del padre del edil del PP, quien le llamó “asesino” en varias ocasiones ante su silencio.
Existe el convencimiento generalizado de que si ETA hubiera asesinado a Miguel Ángel Blanco en la estación de tren de Eibar en vez de secuestrarlo para darle muerte 48 horas después, al expirar el ultimátum dado al Gobierno de José María Aznar, no hubiera surgido la rebelión cívica que dio lugar al ‘espíritu de Ermua’. Pero con su chantaje, la banda terrorista provocó una respuesta ciudadana nunca antes vista, espoleó a una sociedad que había permanecido de forma mayoritaria en silencio ante los crímenes de ETA y, en cierto, modo comenzó a cavar de forma inconsciente su propia tumba.