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La secretaria Arellano y la prepotencia de Rato
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José Antonio Zarzalejos

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La secretaria Arellano y la prepotencia de Rato

Hoy, Rato declara en el juzgado de instrucción nº 31 de Madrid. Ignoro si el juez decretará algo más que el embargo de bienes. Por ejemplo, un tiempo en la cárcel, como su secretaria en el calabozo

Foto: Imagen de televisión de Teresa Arellano, la secretaria personal de Rato. (EFE)
Imagen de televisión de Teresa Arellano, la secretaria personal de Rato. (EFE)

La periodista de 'El Mundo' Lucía Méndez escribió una buena pieza testimonial el pasado día tres. La tituló “La última comida con Teresa”. Relataba el almuerzo con la secretaria de Rodrigo Rato durante 30 años, una mujer que idolatraba al exvicepresidente del Gobierno y a la que este habría manipulado para que firmase como administradora de sociedades de su entramado, pantallas, al parecer, de presuntos delitos fiscales, blanqueo y corrupción entre particulares. Teresa Arellano se ha venido abajo. Mientras su jefe “de toda la vida” permanecía en su casa, ella y otro testaferro de Rato pasaron dos noches en el calabozo de la Comandancia de Tres Cantos. Teresa no cobraba el sueldo desde hacía meses y podría ser un testaferro ignorante de su trascendencia instrumental en la ingeniería defraudadora del que fuera director gerente del Fondo Monetario Internacional.

Rodrigo Rato se ha desplomado ante la opinión pública en todos los aspectos, hundiendo así los méritos atribuidos a su gestión pública, pero causa una cierta repugnancia moral que un hombre con tanto poder se haya valido de su secretaria permanente para perpetrar presuntos delitos. Teresa Arellano debió sentirse muy importante durante mucho tiempo. Era el factótum de Rato pero, al parecer, le ofuscaba el aprecio y la admiración hacia su sempiterno jefe. Su fidelidad a prueba de bombas, su fe en Rato, incólume, y su entrega, total. Rato solo tuvo que manejar ese haz de sentimientos en Arellano para ponerla al servicio de sus planes. “Firma aquí, Teresa”. Y ella firmaba.

Provoca más irritación que los delitos de presunta corrupción de Rodrigo Rato esa prepotencia de señorito de provincias que consiste en utilizar a sus subordinados en enjuagues seguramente delictivos. Porque hacerlo contiene una carga de soberbia y de malvada irresponsabilidad que supera al dolo delictivo de perpetrar este fraude, aquella mordida o ese blanqueo. Demostraría que el material humano -siempre débil- no es de la mínima calidad, de esa que se envilece a sí misma pero que no implica a los demás -inocentes, en principio- en la perversión. Rato se ha caído por partida doble: porque sus posibles delitos -de factura burda, avariciosa, descarada- le retratan y porque sus métodos le describen como personalidad de ínfima aleación ética. Confieso paladinamente que habiéndole conocido y tratado, me ha golpeado mucho más la detención y encarcelamiento de su secretaria -mientras él dormía en su cama- que la noticia de sus mordidas.

Hoy, Rato declara en el juzgado de instrucción nº 31 de Madrid. Ignoro si el juez decretará algo más que el embargo de sus bienes. Por ejemplo, un tiempo en la cárcel, dos noches, al menos, como las que pasó en el calabozo su secretaria. Lo que haga el juez bien hecho, seguramente, estará. Pero en términos de opinión pública, el mazazo de un Rato corrupto y corruptor es lacerante para él, desde luego, pero es letal para lo que políticamente representó. Ha pasado de ser un gran personaje a una persona pequeña, casi insignificante, dando la impresión de que estuvimos en las peores manos -como contribuyentes- mientras él mandaba con mano de hierro y hacía mandar a Teresa Arellano, hoy destruida por el fervor a su jefe y arrollada por los acontecimientos.

Esta bilateralidad entre corruptor y el corrompido es especialmente importante. El corruptor siempre está en un plano de superioridad y raramente de igualdad

El respeto a los subordinados, a los mandados, a los que son más débiles y menos poderosos; la consideración hacia su dignidad y su honor, rescata al jefe de los excesos de su jefatura sobre todo cuando esta es, como la de Rato parece serlo, torticera. En la corrupción siempre miramos con severidad a los corruptos, pero no reparamos todo lo que se debería en los corruptores. Esta bilateralidad entre corruptor y corrompido es especialmente importante. Porque el corruptor siempre está en un plano de superioridad y raramente de igualdad.

De tal manera que en los delitos de corrupción hay también una permanente actitud de prepotencia por aquel que es corrupto y corrompe para socializar el delito o para valerse de instrumentos para perpetrarlos. Lo estamos viendo en el caso de Rato y su secretaria Teresa Arellano, pero si pudiésemos penetrar en las interioridades de otros episodios parecidos siempre encontraríamos al hombre o la mujer importante, fuerte, inteligente, con mando en plaza que, al mismo tiempo que garantiza la impunidad, dice con voz persuasiva: “Teresa, firma aquí”. Y Teresa, y tantas otras teresas, firman. Así los corruptos se llevan por delante el botín material y la dignidad de sus subalternos. Se perpetra de tal forma un delito, pero también una villanía. Como escribió Víctor Hugo, “es extraña la ligereza con la que los malvados creen que todo les saldrá bien”.

La periodista de 'El Mundo' Lucía Méndez escribió una buena pieza testimonial el pasado día tres. La tituló “La última comida con Teresa”. Relataba el almuerzo con la secretaria de Rodrigo Rato durante 30 años, una mujer que idolatraba al exvicepresidente del Gobierno y a la que este habría manipulado para que firmase como administradora de sociedades de su entramado, pantallas, al parecer, de presuntos delitos fiscales, blanqueo y corrupción entre particulares. Teresa Arellano se ha venido abajo. Mientras su jefe “de toda la vida” permanecía en su casa, ella y otro testaferro de Rato pasaron dos noches en el calabozo de la Comandancia de Tres Cantos. Teresa no cobraba el sueldo desde hacía meses y podría ser un testaferro ignorante de su trascendencia instrumental en la ingeniería defraudadora del que fuera director gerente del Fondo Monetario Internacional.

Rodrigo Rato