Es noticia
La independencia de chirigota
  1. España
  2. Matacán
Javier Caraballo

Matacán

Por

La independencia de chirigota

La segunda parte de 'Ocho apellidos vascos' se parece mucho a la independencia que plantean Mas y los suyos: una mentira de la que no quieren despertar

Foto: El principal elenco de 'Ocho apellidos catalanes' en una escena de la película.
El principal elenco de 'Ocho apellidos catalanes' en una escena de la película.

¿Ocho apellidos catalanes? Pues la misma reflexión que el año pasado, cuando se estrenó ‘Ocho apellidos vascos’, pasó por las salas de cine como un huracán, arrasándolo todo, y algunos se molestaron por la supuesta frivolidad con la que se trataba el terrorismo, el acoso de la 'kale borroka' y el debido respeto a las víctimas de la barbarie etarra. Acaba de estrenarse ‘Ocho apellidos catalanes’ y ahora, como entonces, la película y el fenómeno merecen la misma consideración: solemnizar sobre el humor siempre puede conducir al ridículo, pero si, aun así, se quieren extraer conclusiones políticas de la película, la única, a mi juicio, sería esta: lo que logra la película es romper mediante el humor y la parodia la endogamia nacionalista, los prejuicios y los tópicos.

El personal, a ver, no acude en masa a la película con el espíritu de quien asiste a una conferencia sobre teoría política; la gente va a divertirse, porque se lo pasa bien con las cosas de Dani Rovira y Karra Elejalde y nada más. Ni pretendían entonces asistir a una lección magistral sobre las entrañas del conflicto vasco ni buscan ahora que les aclaren las ideas sobre la amenaza soberanista catalana. Van a reírse y esa es la única noticia, que dos películas consiguen la desmitificación de un discurso que ha sobrepasado todos los límites de la realidad y de lo permisible.

Muchos reprochan a Mas el enorme error táctico de haber aprobado una declaración de independencia que estanca a Cataluña en un callejón sin salida

Solo una comedia sobre el afán independentista catalán ha conseguido situar a la clase política catalana en el momento preciso en el que se encuentra, fuera de la realidad. Porque se oye estos días a los dirigentes de la mayoría de Junts Pel Sí y cada vez se parecen más a la independentista de la película, el personaje de Rosa María Sardà, que vive en una mentira de la que no quiere despertar. Un ‘Good bye Lennin’ a la catalana. Una independencia de chirigota que se celebra en los bares comiendo pernil de cuatro jotas que se paga con ‘moretenes’, “la nova moneda de l'estat independent”.

En su desesperada huida hacia delante, agotados ya todos los recursos de entretenimiento y provocación, campañas y movilizaciones, el presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas, se vio forzado a aprobar en el Parlament de Cataluña una declaración de independencia que se mantiene en el limbo, en la nada, porque ni es legal ni nadie en el mundo le ha dedicado ni un segundo de interés. Hasta hace tres semanas no había otra noticia que esa, pero desde hace tres semanas, tras los atentados de París, la guerra ha estallado en Europa y cuando se oye ahora a los líderes independentistas, la impresión de desconexión con la realidad alcanza el patetismo. Y solo son ellos, los independentistas, los que no parecen conscientes de esa realidad, de estar fuera de todo, de situarse al margen de todo.

Muchos pensaban, dentro y fuera de Cataluña, que el órdago independentista solo buscaba mayores cuotas de autogobierno, una autonomía que abandonara el ‘café para todos’, pero que nunca iba a llegar al extremo de forzar un proceso real de independencia de España. Y eso es, precisamente, lo que se le reprocha ahora a Artur Mas, lo que le reprochan los suyos: el enorme error táctico de haber aprobado una declaración de independencia que, en vez de lograr ninguna mejora en el autogobierno, estanca a Cataluña en un callejón sin salida. Como esas pesadillas de un dolor imposible, “que mientras más corría más le dolía y si paraba, reventaba”. De ahí, la decepción de tantos que ahora solo le piden a Artur Mas que vuelva sobre sus pasos, como se describía bien en el editorial de ‘La Vanguardia’ de hace dos semanas: “No es inteligente. No es justo. No es necesario. No fue eso lo que se votó el pasado 27 de septiembre. Después de más de tres años de intensas movilizaciones cívicas en favor de un mayor reconocimiento de Catalunya y de un trato más justo, llega el momento del error. Es decepcionante”.

Sólo una comedia sobre el afán independentista catalán sitúa a la clase política catalana en el momento en el que se encuentran, fuera de la realidad

El peor error de un dirigente político es perder el contacto con la realidad, y el vértigo mayor de un gobernante es el de no controlar la agenda política de cada día. El presidente en funciones de la Generalitat de Cataluña ha cometido los dos errores y ha arrastrado en su deriva a las instituciones catalanas y a cuantos le han seguido en su aventura, sin prever este final de estancamiento en la nada. Dentro de Cataluña, la CUP, que nada tiene que perder, celebra como un triunfo la liquidación de Artur Mas, como una pieza conquistada después de haberlo arrastrado hacia una declaración de independencia que le ha supuesto la ruptura con su entorno natural. Y fuera de Cataluña, el Tribunal Constitucional sigue anulando, auto a auto, todos los pasos de la pretendida independencia. Dentro de Cataluña, las juventudes de la CUP gritan “¡Hasta nunca, Mas!”, como dicen en su último comunicado: “Artur Mas quiere decir impunidad ante la corrupción y los corruptores, quiere decir interés del capital y banca, austeridad y recortes en sanidad y educación, injusticia de clase y obediencia al régimen". Y dentro y fuera de Cataluña, todos miran al 'president' en funciones y lo único que se preguntan es: “¿Dónde nos has metido, Artur Mas?”.

En sus ‘Proverbios y cantares’, Machado se remontaba al refranero para advertir de la tentación de vivir en sueños, como si la realidad no existiera. “El que espera desespera,/ dice la voz popular./ ¡Qué verdad tan verdadera!/ La verdad es lo que es,/ y sigue siendo verdad/ aunque se piense al revés”. Pues eso.

¿Ocho apellidos catalanes? Pues la misma reflexión que el año pasado, cuando se estrenó ‘Ocho apellidos vascos’, pasó por las salas de cine como un huracán, arrasándolo todo, y algunos se molestaron por la supuesta frivolidad con la que se trataba el terrorismo, el acoso de la 'kale borroka' y el debido respeto a las víctimas de la barbarie etarra. Acaba de estrenarse ‘Ocho apellidos catalanes’ y ahora, como entonces, la película y el fenómeno merecen la misma consideración: solemnizar sobre el humor siempre puede conducir al ridículo, pero si, aun así, se quieren extraer conclusiones políticas de la película, la única, a mi juicio, sería esta: lo que logra la película es romper mediante el humor y la parodia la endogamia nacionalista, los prejuicios y los tópicos.

Artur Mas Generalitat de Cataluña Parlamento de Cataluña