Lucio, 50 años sirviendo huevos estrellados a reyes y artistas (y alma de La Latina)
Lucio Blázquez es uno de los cocineros más populares de España, figura imprescindible de la historia reciente de Madrid y del país. Por las mesas de su restaurante han pasado todo tipo de personas y se han escrito historias únicas
Lucio Blázquez es Lucio a secas. Basta con su nombre de pila para saber de quién se está hablando, aunque rechaza que le llamen restaurador. “Soy mesonero, tabernero... Lo otro me suena a tienda de antigüedades”, defiende. Su local de la Cava Baja es un referente de Madrid. Lo mismo que su cocina, que sigue manteniendo un perfil en el que la calidad y la sencillez son el denominador común.
Tiene platos fijos dependiendo del día de la semana. Por eso muchos clientes saben que si quieren cocido madrileño con sus cinco vuelcos, deben visitar Casa Lucio los miércoles. Los lunes están reservados para las lentejas con perdiz, mientras que los martes es el turno del guiso de judías de La Granja. Pero además, desde que abren y hasta que cierran, los callos, las gambas al ajillo, el chuletón, la merluza rebozada, los embutidos, los boquerones en vinagre y, por supuesto, los huevos estrellados.
El icónico plato de la casa lo ideó su abuela, que creó la receta por necesidad. Lucio cumplió este febrero 92 años y lleva medio siglo sirviendo a reyes y artistas, con una memoria impresionante, recuerda anécdotas y remarca que la familia es el éxito del negocio.
Artistas y presidentes internacionales, reyes y herederos europeos, políticos y empresarios, sin distinción de género, acuden a su local de la Cava Baja, cuyas paredes esconden secretos que nunca desvelará. Si algunos han trascendido es porque fueron sus propios protagonistas los que decidieron contar su historia. En el segundo piso del restaurante se reunían algunos de los padres de la Constitución. Y antes, tras la muerte de Franco, los líderes y otros miembros de los partidos recién legalizados elegían Lucio para tratar temas de actualidad. Siempre les acompañaban una fuente de huevos estrellados y de postre, arroz con leche.
De aquello ya han pasado 50 años, pero Lucio y su hija Mari Carmen mantienen la excelencia del restaurante. El mesonero ya no se pasea por las mesas con su chaquetilla blanca saludando a los comensales a los que conoce por su nombre. Y aunque a sus 92 años sigue manteniendo su agenda, ahora acude todos los días al restaurante a mediodía y desde su mesa, situada en la entrada, sigue controlando y saludando a los que llegan a su casa. Si se tercia, se arranca a contar alguno de los chistes que siempre le han caracterizado. Mantiene su cercanía, esa que hacía que Juan Carlos I le pidiera que le contara todos los chascarrillos en los que el monarca era el protagonista.
Lucio es una referencia, su figura trasciende la gastronomía. Es parte de la historia y no solo de Madrid. “A mi padre le conocen en todas partes. Hay clientes mexicanos que vienen a comer y nos dicen que gracias a él han descubierto lugares de Madrid que de otra forma no habrían visitado”, cuenta su hija.
Nunca quiso franquicias y eso que tuvo ofertas importantes para montar sucursales en Washington, Nueva York y, sobre todo, en México, de donde son muchos de sus clientes. Cantinflas era uno de sus grandes amigos, igual que varios presidentes latinoamericanos, pero se dio cuenta de que la Cava Baja era su lugar y no el exclusivo barrio de Polanco, en la capital mexicana.
Entre las muchas anécdotas que adornan su vida hay una que refleja ese cariño que le demuestran los vecinos del barrio, desde la dependienta de la floristería o el propietario del kiosco de prensa, hasta los comerciantes del mercado de La Cebada. Ahora se baja directamente en la puerta del restaurante, pero hasta que su movilidad era buena llegaba caminado. “Mi padre respira muy bien en este barrio”, explica su hija, en referencia al vínculo de Lucio con la Latina.
Cuando falleció el presidente Calvo Sotelo, cliente y amigo, Lucio le dijo a su hija que tenía que acudir al funeral. Mari Carmen le respondió que al ser un acto oficial, solo podían acudir a la catedral por invitación. Como nunca ha aceptado un no por respuesta, padre e hija se acercaron a la Almudena.
El exterior del recinto estaba acotado con vallas y al no tener invitación era prácticamente imposible pasar. En un momento dado, un policía se acercó y, al reconocerle, le dijo: "Pero don Lucio, qué hace usted ahí, pase". Dentro del templo se repitió la misma escena. Se sentaron en uno de los últimos bancos y antes de que comenzara la ceremonia se acercó una persona de protocolo y, de nuevo, la misma frase, “don Lucio, pase adelante con la familia”.
Ese era su éxito. Tratar a todo el mundo con el mismo respeto y generosidad. “Mi padre nos ha enseñado a querer a las personas. Saber que cualquiera que entra en nuestra casa puede que no esté bien y por eso parece un cliente difícil. Pero sobre ellos siempre nos ha dicho: 'A ese hay que darle más cariño”.
Otra anécdota que condensa lo que significaba Lucio como reclamo de la actualidad es la siguiente: en julio del 2105, sin anuncio oficial, los clientes que esa noche se encontraban en el comedor fueron testigos de una foto histórica. A la vista de todos, el rey Juan Carlos, hasta hace un año jefe del Estado, sentaba en su mesa a los cuatro presidentes vivos de la democracia: Felipe González, José María Aznar, Mariano Rajoy y Jose Luis Rodríguez Zapatero. Adolfo Suárez había fallecido el 23 de marzo del año anterior.
Cuando abrió el restaurante hace cinco décadas no fue fácil. Sabía que con esfuerzo y mucho trabajo saldría adelante, pero las dudas son libres y para Lucio era una responsabilidad muy grande. El boca a boca funcionó como un tan-tan y en poco tiempo se popularizó la frase “quedamos en Lucio”. El mantra sigue funcionando medio siglo después.
Lucio ha sido y es un trabajador de los de arremangarse. Nació en una familia humilde, en un pequeño pueblo de Ávila, Serranillos. Su padre se lo trajo a Madrid y con doce años comenzó a trabajar en el Mesón del Segoviano limpiando, después pasó a ser camarero y más tarde se convirtió en propietario. Tenía don de gentes y ganaba más dinero con las propinas que con el sueldo. Ese mesón se convirtió con el paso del tiempo en Casa Lucio.
Horas y horas trabajando sin horario, sin vacaciones, sin fines de semana, que era precisamente cuando más comandas había que servir. Detrás, al lado y con el protagonismo justo, Carmen García, madre de sus tres hijos. Cincuenta y nueve años juntos y a punto de cumplir sus bodas de diamante, falleció en febrero del 2020. Para Lucio Blázquez fue su compañera de vida a la que sigue echando de menos todos los días.
Lucio Blázquez es Lucio a secas. Basta con su nombre de pila para saber de quién se está hablando, aunque rechaza que le llamen restaurador. “Soy mesonero, tabernero... Lo otro me suena a tienda de antigüedades”, defiende. Su local de la Cava Baja es un referente de Madrid. Lo mismo que su cocina, que sigue manteniendo un perfil en el que la calidad y la sencillez son el denominador común.