Toros y casticismo madrileño o por qué echamos de menos a Gabinete Caligari
'Cómo perdimos Madrid', una biografía del trío, nos recuerda que su sonido es más actual que nunca, reivindicando los bares y una forma de vida ya casi desaparecida
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Esta historia da comienzo en un bar. Uno que ya no existe. A finales de los ochenta, Jaime Urrutia, Edi Clavo y Ferni Presas entraban en un local anodino del centro de Madrid con la intención de convertirlo en su cuartel general. Lo llamaron Cuatro Rosas. No tenía el glamour del Rock-Ola ni el pedigrí del King Creole, pero tenía algo más importante: carácter. "Lo que hicieron fue crear un espacio donde sonara lo que querían oír, no lo que se esperaba", dice Carlos H. Vázquez, responsable de la última biografía del grupo, Cómo perdimos Madrid (Sílex, 2025), retrato emocional y polifónico de una ciudad que ya no existe.
Para Vázquez, Gabinete Caligari fue eso desde el principio: acción directa. Madrid estaba cambiando, y ellos decidieron ser parte activa de aquello. En una ciudad marcada por la inercia del franquismo y la resaca de la Transición, la idea de hacer algo tan sencillo como abrir un bar se convirtió en un gesto definitorio, una afirmación de estilo y una declaración de estilo contra el aburrimiento cultural.
"En ese bar había una parte del Madrid de entonces", dice Vázquez. "No el Madrid de postal ni el de los programas institucionales, sino el de las decisiones improvisadas, las mesas sucias y la mezcla de todo: pijos, rockers, punks, taurinos, modernos". En ese entorno nació el Gabinete más reconocible, el de las patillas, el de las camisas de lunares, el que hacía del dandismo una forma de crónica urbana. Cuatro Rosas se convirtió en una extensión de la ciudad que estaban cantando. Era un bar donde podías escuchar a Bambino después de los Clash. Era un bar que hablaba en voz baja sobre una ciudad que empezaba a dejar de reconocerse.
Madrileñismo en vena
Gabinete Caligari empezó en el afterpunk más gélido. Pero ni Madrid era Manchester, ni Jaime Urrutia fue nunca Ian Curtis. Pronto viraron hacia un sonido que era imposible desligar de su ciudad. "La mili les cambia", explica Vázquez. "Jaime y Edi llegan de escuchar The Cure y acaban compartiendo litera con chavales que oyen a Los Chichos y a Los Chunguitos". Y esa mezcla será reveladora.
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Que Dios reparta suerte (1983) fue su disco bisagra, donde el dandismo se codeaba con lo quinqui. Le seguiría Cuatro Rosas (1985) y Al calor del amor en un bar (1986). Dos obras que hoy definen tanto a la banda como a una idea de ciudad que desaparece ante nuestra mirada. "Cuatro Rosas habla de una forma de querer y de beber muy madrileña. Esa mezcla de afecto y aguante, de romanticismo. Todo está dicho con un guiño", apunta Vázquez, que se detiene especialmente en Camino Soria (1987), su álbum más aclamado. "Ese disco es una elegía. Una narración melancólica sobre el paisaje interior de Madrid proyectado hacia Soria, que es el no lugar, el escape, el olvido". La España vacía como espejo de la España saturada.
A medida que los discos avanzaban, Gabinete Caligari se alejaba del éxito comercial, pero se aferraba con más fuerza a una forma de hacer música con sentido e identidad. "Jaime Urrutia, el líder visible, venía de una familia donde la música y los toros no se excluían. Su padre fue cronista taurino", explica Vázquez, que comenta cómo Jaime heredó esa sensibilidad, sumándole una estampa que oscilaba entre lo quinqui y lo barroco. "Por el contrario, Edi Clavo, batería y luego cronista pop, fue el más formal, el que daba solidez a la propuesta". Por último, Ferni Presas, bajista, aportó siempre una mirada aguda, menos visible pero igual de crucial.
Casticismo y herencia torera
En el relato oficial de La Movida, pocos elementos resultan tan incómodos como la relación de Gabinete con lo taurino. "Más que afición, fue un código cultural", dice Vázquez. "Es el momento en el que Las Ventas se comienza a llenar de modernos porque allí iba Jaime. Y eso, poco a poco, marca tendencia".
La estética taurina en Gabinete Caligari no responde a un folclore sin sustancia. Su forma de vestir y de enfrentarse a su público componen una masculinidad castiza nacida de una herencia transformada. "En aquella época era una afirmación de lo popular desde dentro, desde la raíz. Surgía de manera natural", indica Vázquez. La decisión de abrazar lo cañí les separa de otras bandas de su tiempo. Tampoco se alejaron tanto de lo que podía representar la copla o el pasodoble. "Y esa osadía los hace, en muchos sentidos, más vanguardistas que sus contemporáneos", termina de completar el biógrafo.
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Canciones como La culpa fue del cha-cha-chá o Suite nupcial muestran esa mezcla entre lo culto y lo popular. En ese juego de diferentes capas uno puede encontrar un profundo y armado discurso. "Hay diferencia entre apropiarse de un estilo y haberlo mamado desde niño. Gabinete tenía legitimidad. Su música brotaba del suelo de Madrid".
Del desencanto a la continuidad
El desenlace de Gabinete Caligari esquiva el dramatismo. "Es una travesía del desierto", explica Vázquez. "Llegó un punto en el que dejaban de aparecer en las listas, en las radios, en las salas. Su estética ya no era atractiva para el mercado. Castizos para el indie, alternativos para la radiofórmula".
En Gabinetísimo (1995), intentaron adaptarse al nuevo ciclo sin perder el acento. "Edi y Ferni empezaban a mirar hacia el grunge, y Jaime, por su lado, seguía fiel a los Stones. Cada uno mantenía su visión. Eso les impidió rendirse a las modas", destaca. Vázquez dedica varios capítulos a esa fase final. La describe como una afirmación. En la actualidad, bandas como Los Zigarros o Alcalá Norte reflejan esa influencia. Más que replicar su sonido, entienden que el rock en español se fortalece cuando dialoga con el entorno.
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"Madrid intenta vestirse de modernidad, pero recurre una y otra vez a la iconografía castiza. Y lo hace sin reconocer a quienes ya mezclaron esas capas con autenticidad. Gabinete lo hizo antes que nadie", resume. Hoy recibirían homenajes, sin embargo, en esos años ya eran unos proscritos y quedaron relegados.
La ciudad como personaje
"Madrid es el gran personaje del libro", dice Vázquez. "Actúa, se transforma, influye en el grupo tanto como sus decisiones personales". Desde los primeros capítulos aparece un lazo entre la evolución de la ciudad y la de Gabinete. El Cuatro Rosas, Las Ventas, Malasaña, trenes a pueblos perdidos… cada elemento conforma el mismo relato.
La crónica de Vázquez no suspira por el pasado, aunque advierte: la ciudad se ha vuelto ajena al ritmo que la hizo mágica. "Idealizar no sirve. Pero sí importa comprender que hubo un momento en que bares, toros, música y barrio conformaban una experiencia unificada. Gabinete Caligari demuestra que esa mezcla podía llevarse a cabo con elegancia y con algo de humor", concluye. Hoy parece que todo debe ser revisitado bajo la estética vintage. Sin embargo, en su momento formó parte del día a día. Contarlo como lo hace Vázquez, con profusión de voces y un cuidado análisis por todo aquello que dejamos atrás, se hace imprescindible.
Esta historia da comienzo en un bar. Uno que ya no existe. A finales de los ochenta, Jaime Urrutia, Edi Clavo y Ferni Presas entraban en un local anodino del centro de Madrid con la intención de convertirlo en su cuartel general. Lo llamaron Cuatro Rosas. No tenía el glamour del Rock-Ola ni el pedigrí del King Creole, pero tenía algo más importante: carácter. "Lo que hicieron fue crear un espacio donde sonara lo que querían oír, no lo que se esperaba", dice Carlos H. Vázquez, responsable de la última biografía del grupo, Cómo perdimos Madrid (Sílex, 2025), retrato emocional y polifónico de una ciudad que ya no existe.