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La historia olvidada del Palacio del Buen Retiro: de residencia real a ser el pulmón verde de Madrid y parque del pueblo
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APENAS QUEDAN DOS EDIFICIOS EN PIE

La historia olvidada del Palacio del Buen Retiro: de residencia real a ser el pulmón verde de Madrid y parque del pueblo

El Palacio del Buen Retiro fue una de las mayores apuestas arquitectónicas de la monarquía española del siglo XVII. Aunque hoy apenas queda rastro, su huella sigue viva en el parque madrileño

Foto: Vista aéra del Real Parque de El Retiro de Madrid (iStock)
Vista aéra del Real Parque de El Retiro de Madrid (iStock)

La construcción del Palacio del Buen Retiro se gestó en pleno Siglo de Oro, cuando Madrid buscaba consolidarse como centro político y cultural del imperio español. Aunque el germen del proyecto fue un modesto cuarto anexo al Monasterio de San Jerónimo usado por Felipe II para su recogimiento religioso, fue Felipe IV, aconsejado por su todopoderoso valido el Conde-Duque de Olivares, quien convirtió esa humilde estancia en un ambicioso palacio. La idea no solo respondía a necesidades de retiro y descanso, sino también a la intención de exhibir la grandeza de la monarquía ante las potencias europeas.

La decisión se formalizó en 1630, cuando se adquirieron varios terrenos colindantes (entre ellos un gallinero) para dar forma a un nuevo Real Sitio. Con más urgencia que planificación, miles de hombres trabajaron día y noche en levantar un complejo palaciego que, si bien resultó imponente por su extensión, no lo fue tanto por la calidad de sus materiales. Los madrileños, molestos por los nuevos impuestos sobre el vino y la carne que sufragaban las obras, no tardaron en mostrar su disconformidad. No obstante, la Corte encontró allí un espacio donde alternar solemnidad y ocio.

En diciembre de 1633, Felipe IV oficializó el cambio de nombre del Cuarto Real por el de Buen Retiro. A partir de entonces, este palacio fue escenario de fastos, juras reales y representaciones teatrales. Su vida palaciega se desarrollaba entre salones, patios y jardines con estanques y ermitas. Sin embargo, el esplendor pronto dio paso a un largo declive, reflejo también de los tiempos turbulentos que vivía la monarquía española.

El palacio que quiso ser Versalles y terminó en ruinas

Desde sus primeros años, el Palacio del Buen Retiro fue tan ambicioso como desordenado. Contaba con más de veinte edificios, cinco plazas, ocho ermitas, un gran estanque y hasta una leonera. Su arquitectura, inspirada en el gusto de los Austrias, destacaba por la planta cuadrada, torres con chapiteles y un gran patio central, aunque el conjunto carecía de unidad formal. A pesar de ello, fue un espacio vibrante, donde se representaban obras de Calderón de la Barca y se organizaban espectáculos ecuestres y festivos.

placeholder Vista del palacio y jardines del Buen Retiro (1636-1637), de Jusepe Leonardo. (Patrimonio Nacional)
Vista del palacio y jardines del Buen Retiro (1636-1637), de Jusepe Leonardo. (Patrimonio Nacional)

Durante el siglo XVIII, los primeros Borbones trataron de adaptar el palacio a las nuevas modas, aunque la mayoría de reformas propuestas, como la de Felipe V en estilo francés, nunca pasaron del papel. Tras el incendio del Alcázar en 1734, el Buen Retiro se convirtió temporalmente en residencia oficial, pero en 1764 Carlos III trasladó la corte al nuevo Palacio Real. A partir de ese momento, comenzó su paulatino abandono.

La estocada final llegó durante la Guerra de la Independencia, cuando las tropas napoleónicas usaron el recinto como fortaleza y cuartel. El daño fue tal que, a su término, Fernando VII optó por demoler buena parte de lo que quedaba. Solo se salvaron dos edificios: el Salón de Reinos y el Casón del Buen Retiro. El resto del complejo quedó reducido a escombros, transformando lo que fue símbolo de poder en ruina monumental.

placeholder Bautizo de la Infanta Isabel en el Palacio del Buen Retiro, ca. 1742, de Antonio González. (Museo Lázaro Galdiano)
Bautizo de la Infanta Isabel en el Palacio del Buen Retiro, ca. 1742, de Antonio González. (Museo Lázaro Galdiano)

Con el paso del tiempo, y tras la revolución de 1868, lo que había sido el corazón de la vida cortesana se convirtió en un espacio público. El parque se abrió a los madrileños y poco a poco fue configurando el perfil verde que hoy conocemos, quedando el Palacio del Buen Retiro como un recuerdo de un Madrid barroco que ya no existe.

Del esplendor regio al pulmón cultural de Madrid

El actual Parque del Retiro es el legado más visible de aquel ambicioso Real Sitio. Sus jardines, rediseñados con el tiempo, conservan parte de la traza original, aunque el estilo cambió profundamente desde que Carlos III impulsara reformas con carácter ilustrado. Hoy es un espacio para el ocio, la lectura y el paseo, frecuentado tanto por madrileños como por turistas, y sede de eventos como la Feria del Libro.

El Casón del Buen Retiro, antiguo salón de baile del palacio, es uno de los pocos edificios originales que ha llegado hasta nosotros. Reconstruido en el siglo XIX, fue sede del Museo de Arte Moderno y, más tarde, acogió temporalmente el "Guernica" de Picasso. Actualmente, alberga el Centro de Estudios del Museo del Prado, y en su bóveda aún se conserva la alegoría del Toisón de Oro pintada por Luca Giordano.

El otro gran superviviente es el Salón de Reinos, concebido como espacio de exaltación monárquica con pinturas de Velázquez, Zurbarán y otros grandes maestros. Allí se representaban las victorias militares y los símbolos de los 24 reinos que componían Las Españas. Hoy forma parte del Museo del Prado, que proyecta convertirlo en un nuevo espacio expositivo, recuperando su fisonomía original y sus programas decorativos.

Aunque el Palacio del Buen Retiro desapareció casi por completo, Madrid heredó un gran espacio verde para el recreo de quien lo visita

Así, aunque el Palacio del Buen Retiro desapareció casi por completo, su espíritu permanece entre los árboles, estanques y monumentos del parque, y en las salas restauradas que alguna vez acogieron la pompa y el esplendor de la monarquía. Madrid no solo heredó un espacio verde, sino también un fragmento crucial de su historia palaciega y artística.

La construcción del Palacio del Buen Retiro se gestó en pleno Siglo de Oro, cuando Madrid buscaba consolidarse como centro político y cultural del imperio español. Aunque el germen del proyecto fue un modesto cuarto anexo al Monasterio de San Jerónimo usado por Felipe II para su recogimiento religioso, fue Felipe IV, aconsejado por su todopoderoso valido el Conde-Duque de Olivares, quien convirtió esa humilde estancia en un ambicioso palacio. La idea no solo respondía a necesidades de retiro y descanso, sino también a la intención de exhibir la grandeza de la monarquía ante las potencias europeas.

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