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El club donde niños con cáncer vuelven a vivir a través del juego
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El club donde niños con cáncer vuelven a vivir a través del juego

La Fundación Juegaterapia demuestra que el juego puede reducir el dolor y el consumo de morfina en pacientes pediátricos. En este espacio único en España, el tratamiento también pasa por divertirse

Foto: María José Jara, directora del club Juegaterapia junto a Nuria Peñaloza de 18 años superviviente de leucemia (G. V.)
María José Jara, directora del club Juegaterapia junto a Nuria Peñaloza de 18 años superviviente de leucemia (G. V.)

El barrio de Salamanca, en pleno corazón de Madrid, acoge un espacio único: el Club Juegaterapia. Es un centro creado por la Fundación Juegaterapia para acompañar a niños y adolescentes que están atravesando un cáncer o se enfrentan a sus secuelas. Está ubicado en la planta baja de un edificio de oficinas, pero nada en su interior se parece al mundo corporativo. Aquí todo está pensado para cuidar, aliviar y, sobre todo, jugar.

Aunque comparte edificio con las oficinas de la Fundación, el Club tiene acceso propio y funciona con vida propia. En lugar de despachos, hay consolas encendidas, columpios, talleres de arte, teatro y una sala inmersiva con proyecciones en 360 grados. Es un lugar diseñado para que los menores se expresen, se relajen y vuelvan a ser ellos mismos, lejos del entorno médico habitual.

A diferencia de otros proyectos que la Fundación ha llevado a cabo en hospitales —con intervenciones en salas pediátricas o pasillos de oncología—, este es el primer espacio que nace dentro de su propia sede. No es una instalación temporal ni un complemento. Está concebido para quedarse. “Es una forma de convivir con nuestro propósito desde dentro. No es un espacio que montamos en otro sitio y luego dejamos atrás. Aquí, el Club vive con nosotros”, explica María José Jara, directora del proyecto.

placeholder Una de las salas polivalentes del Club Juegaterapia. (G. V.)
Una de las salas polivalentes del Club Juegaterapia. (G. V.)

La idea del Club comenzó a tomar fuerza tras la pandemia, aunque la Fundación la venía madurando desde tiempo atrás. El equipo de la Fundación detectó que muchos niños, incluso después de terminar su tratamiento, seguían necesitando acompañamiento, mientras que otros, aun en pleno proceso médico, se beneficiaban enormemente de contar con un entorno fuera del hospital donde poder jugar, estar tranquilos y sentirse escuchados. Por eso, el Club no se limita a una etapa concreta: aquí conviven niños en tratamiento activo, otros en mantenimiento y muchos ya dados de alta, pero que siguen lidiando con secuelas físicas, cognitivas o emocionales.

Como explica Jara, “la idea es que puedan desconectar, expresarse, tramitar lo que han vivido. Y que lo hagan desde el juego, sin sentirse juzgados, en un lugar seguro”. Esa expresión, “lugar seguro”, se repite mucho entre quienes conocen el Club. No solo por cómo está diseñado el espacio, sino por lo que representa: un entorno donde los niños no necesitan explicar qué les pasa, donde no son tratados como pacientes, sino como personas con ganas de volver a sentirse ellos mismos.

Entre quienes lo viven desde dentro está Nuria Peñaloza, una joven de 18 años que sigue en tratamiento de mantenimiento tras haber superado una leucemia. Acude al hospital cada dos semanas y, aunque su situación es estable, aún forma parte de ese grupo de pacientes que conviven con la enfermedad. “Aquí no tengo que justificarme ni dar explicaciones. Todo el mundo entiende lo que pasa. Nadie te mira raro”, cuenta.

placeholder Los Baby Pelones ayudan a financiar el proyecto y es una de las imágenes de Juegaterapia. (G. V.)
Los Baby Pelones ayudan a financiar el proyecto y es una de las imágenes de Juegaterapia. (G. V.)

Nuria conoció el Club gracias a Javi, otro adolescente que participó activamente en las actividades. “Me invitó a un concierto de RVFV. Fue uno de los recuerdos más bonitos que tengo. Javi me ayudó mucho en los momentos más duros. Después, murió. Y eso también pasa. Durante la enfermedad haces amigos, pero a veces no se quedan. Y hay que aprender a vivir con eso”.

"Hoy Javi ya no está pero hay que aprender a vivir con eso"

Hoy, Nuria está volcada en un proyecto que le hace especial ilusión: quiere impulsar clases de baile dentro del Club, una actividad que le apasiona y con la que conecta especialmente con los más pequeños. “Me encanta ver cómo se sueltan bailando, cómo se olvidan de todo por un rato”, cuenta. Su objetivo es crear un espacio en el que los niños puedan expresarse a través del cuerpo, sin presiones ni juicios, como ella misma aprendió a hacer. “Intento estar ahí como Javi estuvo para mí”, dice.

Aunque la esencia del Club es lúdica, lo que ocurre en su interior tiene un impacto terapéutico real. Un estudio promovido por la Fundación demuestra que el juego puede reducir el consumo de morfina en pacientes pediátricos hasta en un 20%, y aliviar el dolor en un 14%. En momentos de mayor intensidad, como los episodios de dolor incidental, la mejora puede llegar al 44%.

placeholder La sala gamer del Club Juegaterapia que estará lista para verano. (G. V.)
La sala gamer del Club Juegaterapia que estará lista para verano. (G. V.)

La sala gamer, los talleres de robótica, las actividades de arte y teatro, y la sala inmersiva forman parte de un ecosistema flexible y polivalente que se adapta a cada niño. Algunos llegan agotados, otros necesitan moverse, explorar, hacer ruido. Aquí todo eso es posible. Las actividades se moldean según el momento vital de cada chico. No hay esquemas rígidos, solo la voluntad de acompañar desde lo que cada uno necesita.

Ese acompañamiento, sin embargo, necesita recursos. “Todo esto es posible gracias al compromiso de muchas personas y empresas que creen en el proyecto”, explica Patricia Loyo, directora de comunicación de la Fundación. “Recibimos donaciones de tecnología, consolas, ordenadores. Pero también apoyo económico de fundaciones privadas y particulares que entienden que este espacio tiene un valor social enorme”.

Una de las campañas que más ha ayudado a sostener el Club es la de los Pelones, unas figuras apadrinadas por celebridades y diseñadas por artistas de renombre. Cada Pelón tiene una personalidad distinta y representa valores, estilos o pasiones: hay un Pelón gamer, otro rockero, algunos inspirados en la moda, en el arte o en causas sociales. Han participado nombres como Georgina Rodríguez, Alejandro Sanz o Elena Huelva, que diseñó el suyo poco antes de fallecer. También colaboran youtubers e influencers del mundo del gaming, muy seguidos por los chicos que participan en el Club.

Foto: Imagen de archivo del Hospital Universitario La Paz. (EFE / J.J.Guillén)

“Los Pelones nos ayudan a financiar el proyecto, pero también a comunicarlo”, dice Loyo. “A través de ellos podemos contar lo que hacemos de una forma cercana, amable. Los niños los reconocen, se sienten identificados. Y eso también les ayuda”. Además de las donaciones, la Fundación busca fórmulas que garanticen la sostenibilidad del proyecto. Mientras no esté ocupado el espacio por los niños, el espacio del Club también se ofrece a empresas u organizaciones que deseen organizar actividades como sesiones de team building, dinámicas de grupo o eventos puntuales. Es una manera de obtener recursos adicionales que se reinvierten en el propio funcionamiento del Club y en los proyectos de la Fundación.

A partir de junio, con el lanzamiento oficial del Club, se activará una programación más estructurada que complementará las actividades ya en marcha. El club con un aforo para 33 niños tendrá propuestas como Los viernes pasan cosas, sesiones especiales en horario de tarde con charlas, proyecciones o encuentros con artistas y comediantes. Pensadas exclusivamente para los niños y adolescentes del Club, buscan ofrecerles experiencias distintas sin salir del entorno seguro que ya sienten como propio.

Entre los espacios más valorados por los niños destaca la sala inmersiva 3D, donde se proyectan entornos visuales y sonoros que cambian con luces, música y movimiento. En ese escenario envolvente pueden vivir un cumpleaños con sus compañeros, asistir virtualmente a un concierto o incluso conectarse con su clase cuando no pueden ir al colegio. También se utilizará con fines pedagógicos: explicar qué es un tratamiento o cómo actúa la enfermedad, de forma visual, comprensible y emocionalmente accesible.

placeholder Sala inmersiva 3D del Club Juegaterapia. (G. V.)
Sala inmersiva 3D del Club Juegaterapia. (G. V.)

“No curamos el cáncer”, dice Jara, “pero sí acompañamos lo que deja: lo que se queda después, lo que no siempre se ve, pero pesa”. En una planta baja del barrio de Salamanca, donde todo parece una oficina más, los niños dibujan, bailan, se sumergen en mundos virtuales y, en ese gesto —tan simple y tan poderoso—, vuelven a hacer lo que durante mucho tiempo no pudieron: ser niños.

El barrio de Salamanca, en pleno corazón de Madrid, acoge un espacio único: el Club Juegaterapia. Es un centro creado por la Fundación Juegaterapia para acompañar a niños y adolescentes que están atravesando un cáncer o se enfrentan a sus secuelas. Está ubicado en la planta baja de un edificio de oficinas, pero nada en su interior se parece al mundo corporativo. Aquí todo está pensado para cuidar, aliviar y, sobre todo, jugar.

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