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No quiero ir a Las Ventas, pero voy a ir
La Feria de Otoño reúne carteles interesantes para la afición, pero muy poco atractivos para mí y me siento víctima del abono cautivo
No es una experiencia demasiado grata renovar un abono lúdico sin convicciones ni ganas. Me refiero a Las Ventas y a la Feria de Otoño que se avecina. Y digo avecina con inquietud y aprensiones, porque los carteles que la componen me resultan en su conjunto muy poco atractivos.
Ni siquiera estoy discutiendo el criterio de los organizadores. No es habitual que las figuras acudan a Madrid en estas fechas, pero resulta que la feria ha conseguido contratar al número uno, Roca Rey, y ha reunido otros alicientes de interés inequívoco, como la despedida de Ponce, el mano a mano de los gladiadores (Borja Jiménez-Fernando Adrián), la corrida de Victorino (Perera-de Justo) y las presencias de Manzanares y Rufo.
Nada que objetar desde el punto de vista programático. De hecho, la Feria de Otoño -del 28 de septiembre al 12 de octubre- encandila a la afición madrileña porque reúne a varios de sus toreros favoritos -Paco Ureña, por ejemplo- y a ganaderías de prestigio. Mi grave problema es la ausencia total de los matadores artistas. Y no es que Morante parezca en situación de venirse a Las Ventas extemporáneamente, pero decepciona y desconcierta que tampoco comparezcan Diego Urdiales, Juan Ortega, Pablo Aguado o Ginés Marín. ¿No han querido venir? ¿Se los ha discriminado?
Son las cuestiones inquietantes por las que me he planteado renunciar al abono. No sacarlo. El problema consiste en que mis localidades en Las Ventas son particularmente cómodas en una plaza donde proliferan las localidades incómodas. Me arriesgo a perder el abono, quiero decir. Y me consta que podría encontrar otros cuando sobrevenga la Feria de San Isidro, pero menos "cualificados" de los que dispongo ahora. Lo digo también como respuesta a algunos aficionados del tendido siete y otros personajes extravagantes (Herman Leopold Tertsch) que me acusaban de ir a los toros sin pagar. Y han tenido razón, claro, cuando los motivos que me llevaban a Las Ventas eran estrictamente profesionales. Y no es que no pagara. Me pagaban por venir a los toros. Venía a trabajar como comentarista del Canal Toros de Movistar, pero a los ultras les irritaba que dispusiera de un asiento en el callejón o que me ubicara en un palco a la vera del maestro Esplá.
Me costeo los abonos (dos) desde hace un par de temporadas, incurriendo en una mezcla de afición y de masoquismo. No por el desembolso en sí mismo, sino porque mantengo una relación difícil con Las Ventas. Me resulta una plaza justiciera, injusta y arbitraria, especialmente cuando la tiraniza el siete o cuando los tendidos se alcoholizan o se desata el esnobismo.
Por eso también he dudado en renovar los abonos. A los toros se debe ir con pasión y convencimiento, no por obligación ni por otras ataduras. Me interesa muy poco la despedida de Ponce. Me atraen muy poco los mano a mano programados. Y no me estimula lo suficiente reencontrarme en Las Ventas con Roca Rey, o con Manzanares, o con Tomás Rufo.
Quiero decir que la verdadera razón por la que voy a sacar los abonos -ya lo he admitido- consiste en no perderlos. El abono cautivo no crea afición. Y me parece desesperante acudir a la plaza desmotivado, como quien acude de oficio o lo hace porque no tiene otra cosa que hacer.
No es una experiencia demasiado grata renovar un abono lúdico sin convicciones ni ganas. Me refiero a Las Ventas y a la Feria de Otoño que se avecina. Y digo avecina con inquietud y aprensiones, porque los carteles que la componen me resultan en su conjunto muy poco atractivos.