"¡No somos cuatro frikis!": así es tomarse un café rodeado de gatos en este bar de Madrid
Eva es la dueña de La Gatoteca, el único local especializado en gatos de la capital. Llevan una década abiertos y ya han dado a más de 800 animales en adopción. Con la entrada en vigor de la Ley de Bienestar Animal hay algunos cambios
No es fin de semana, sino un miércoles por la mañana. Son las once en la calle Duque de Rivas, junto a la plaza de Tirso de Molina y en pleno centro de Madrid. Justo en la esquina acaba de abrir un local bastante poco al uso, pero que lleva más de una década existiendo. Tan solo pararse justo en frente ya llama la atención. "La Gatoteca", puede leerse en un cartel, que corona la puerta principal. ¿Qué es eso? Aunque hace unos instantes que levantaron la persiana, ya hay unas siete u ocho personas dentro. Pero esto no es lo más llamativo. Tampoco lo que ocupa buena parte del local, de unos 200 metros cuadrados. Más de una veintena de gatos de todos los colores, formas y tamaños suben y bajan de los mini-parques plegables, se restriegan en la pierna de algún visitante (solo los más aventurados) o beben agua de un cuenco. La fiebre de los gatos lleva tiempo asentada, y esto es solo la punta del iceberg.
"¡No somos cuatro frikis!", resalta la ideóloga y dueña del espacio, Eva Aznar. El suyo es el único café gatuno de la ciudad. La entrada (5 euros) te incluye una bebida (no venden alcohol) y te da derecho a pasar 30 minutos con los animales. La capitana es ilustradora de profesión y diseñadora de interiores y confiesa que todo surge de un loco proyecto de fin de carrera que, al final, dio sus frutos. "Todo el mundo planteaba hoteles o casas de lujo, así que intenté hacer algo distinto. Como soy una amante de los gatos y de Japón, me fijé primero en los nekocafés", explica.
Cuenta que la primera de estas cafeterías surgió en Taiwán en el año 2004, pero tardaron muy poco en saltar y popularizarse por todo el país nipón, donde llegó a haber "más de 200". Aunque no todos subsistieron y poco a poco se fue apagando el boom, a Aznar el fenómeno le dio algunas ideas que podía readaptar en España. Aunque La Gatoteca es el único lugar del estilo que existe en Madrid, no es una anomalía a nivel nacional: hay otros cafés con gatos en Barcelona, Santander, Murcia, Valencia... "Pero somos los primeros que trataron de dar los animales en adopción", se enorgullece la presidenta del local, que consta como organización sin ánimo de lucro.
Pero nada de esto fue sencillo de lograr, sobre todo durante los inicios. El papeleo, las garantías o el conseguir luz verde de todas las administraciones se convirtió en una montaña rusa de la que finalmente lograron salir. "Que si ahora Urbanismo, que si hay que pedir esto a Sanidad, que si desde Protección Animal te piden otro documento más...", rememora la dueña, que dice ser consciente de que los gatos "no son juguetes" y ve con buenos ojos que haya que pasar ciertos controles para abrir locales como este. En la planta principal, la que se aprecia nada más entrar, calcula unos 24 felinos en total. Pero bajando unas escaleras, en otra zona no abierta al público, guardan otros 27 que esperan en otra estancia para no saturar la sala.
Le costó un año y medio obtener todos los permisos para abrir, pero lo consiguió en 2013, cuando aún no estaba ni permitido entrar con perros a muchos bares. "Fue un tetris", reseña. Este no fue su primer local, sino otro con el mismo nombre pero en la calle Argumosa, entre Lavapiés y Ronda de Atocha. La irrupción de la pandemia frustró todas sus esperanzas de seguir adelante, y en 2020 cerraron sus puertas. "No tardamos ni un año en volver a abrir, pero esta vez en otro sitio", cuenta Aznar entre risas. Y aquí siguen.
Esa mañana habían ido a visitarles Isabel y Gabriel. Esta pareja, de 39 y 31 años respectivamente, viene de Lanzarote y está de paso por Madrid y no han podido resistirse a entrar en el único café gatuno de la capital, en pleno centro. Lo más curioso es que ella no lo ha sabido hasta el instante antes de pasar por la puerta. "Era una sorpresa, ¡no me lo esperaba!", confiesa Isabel, a la que su novio le había engañado diciendo que iban a pasar por casa de un amigo. A ella le encantan estos espacios y, a través de Instagram, sigue varias cuentas de negocios similares en Cataluña.
La importancia de hacer 'match'
Aunque en su caso se despidieron sin adoptar a un felino, la dueña del establecimiento comenta lo "increíble" que es que tanta gente haya decidido marcharse con un minino a su cargo. "Hemos cedido ya más de 800 gatos a las familias que, tras visitarnos, se interesaron por ellos", explica orgullosa. El proceso, no obstante, no es un camino de rosas. "Lo que más valoramos es que haya un buen match entre los miembros de su nuevo hogar y el gato", sostiene Aznar, que realiza personalmente las entrevistas para confirmar el flechazo.
Con esto quiere decir que "cada gato tiene una necesidad", al igual que ocurre con los humanos. "Las expectativas pueden ser contrapuestas, así que intentamos que el emparejamiento sea el mejor posible para ambas partes", añade. Además, exigen cumplimentar un curso básico obligatorio de entre tres y cuatro horas para formar en "las cosas más básicas" tanto a las futuras familias de acogida como a "cualquier persona interesada en aprender más sobre etología", la ciencia que estudia el comportamiento y la psicología de los animales.
La exigencia de tantas trabas hace que muchos tiren la toalla antes de lo previsto. "Cada vez viene más gente a ver el local, pero al mismo tiempo son cada vez más los que se retiran a mitad de un proceso de adopción". Cuenta Aznar que antes tenían menos visitas, pero la tasa de éxito entre quienes querían salir de allí con un animal de compañía era mucho mayor. "Entiendo que pueda ser frustrante para muchos, pero necesitamos asegurarnos bien de que el gato contará con buenas condiciones y estará en manos de gente que sepa cómo cuidarle. Por eso muchos, al poco de empezar, deciden que tal vez no sea aún su momento", zanja. Más allá de sus propios deseos como cuidadoras, también están los requisitos que se les exigen por ley.
La Ley de Bienestar Animal, ¿cambia algo?
"¿Que qué pienso de la Ley de Bienestar Animal? Para mí es un ni sí, ni no, ni claro", responde esta diseñadora. La norma, que entró en vigor a finales de septiembre del año pasado y fue impulsada por Unidas Podemos cuando aún formaban parte del Ejecutivo central, restringe algunas actividades con animales permitidas hasta entonces, como el uso de perros de caza para actividades cinegéticas, una medida que Eva celebra. Esto último es algo con lo que Aznar concuerda por completo, pero cree que hay aspectos algo difusos.
En lo que respecta a los gatos, el texto exige a los propietarios –todos los que viven en el café están a nombre de la asociación de Eva, salvo los que acaban siendo adoptados por algún cliente– tener revisiones de aviso de salud para sus mascotas. Todos los felinos adoptados deberán portar un microchip y estar inscritos en el registro de animales de compañía de la comunidad autónoma a la que pertenezcan. Las multas por no cumplir con alguna de estas demandas alcanzan grandes sumas de dinero, de entre 10.000 y 50.000 euros.
Luego, cada región tiene sus propios reglamentos. En la Comunidad de Madrid, donde se encuentra La Gatoteca, sigue vigente uno de hace casi una década –data de 2016–, pero la dueña de este establecimiento celebra que una nueva actualización está a punto de llegar. "Seguimos pendientes de que se apruebe una norma autonómica para la protección animal más reciente y que incluya las novedades de la estatal, porque si la segunda es la que marca la pauta general, la primera es la que te dice cómo aplicarlas en lo concreto", resume Aznar.
En cierto sentido, a veces cree que ellas mismas terminan por "hacer el trabajo a la Administración", especialmente a la hora de elegir los cuidados o hacer las entrevistas para dar a sus animales en adopción. "Cuando son las instituciones las que deberían dejar muy claras las pautas de lo que se puede hacer y lo que no, tener que estar velando por la seguridad extrema de un animal sin que la propia ley te lo exija a ese nivel puede ser frustrante".
No es fin de semana, sino un miércoles por la mañana. Son las once en la calle Duque de Rivas, junto a la plaza de Tirso de Molina y en pleno centro de Madrid. Justo en la esquina acaba de abrir un local bastante poco al uso, pero que lleva más de una década existiendo. Tan solo pararse justo en frente ya llama la atención. "La Gatoteca", puede leerse en un cartel, que corona la puerta principal. ¿Qué es eso? Aunque hace unos instantes que levantaron la persiana, ya hay unas siete u ocho personas dentro. Pero esto no es lo más llamativo. Tampoco lo que ocupa buena parte del local, de unos 200 metros cuadrados. Más de una veintena de gatos de todos los colores, formas y tamaños suben y bajan de los mini-parques plegables, se restriegan en la pierna de algún visitante (solo los más aventurados) o beben agua de un cuenco. La fiebre de los gatos lleva tiempo asentada, y esto es solo la punta del iceberg.
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