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La increíble historia de Pedro Gómez, el hombre que puso de moda los plumíferos de montaña
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"Empecé en una buhardilla"

La increíble historia de Pedro Gómez, el hombre que puso de moda los plumíferos de montaña

Aquellos plumas que triunfaron en los ochenta y noventa han vuelto a la vida, reflotados por artistas y nuevos empresarios que han confiado en el nombre de una marca mítica

Foto: En el centro, Pedro Gómez. (Cedida)
En el centro, Pedro Gómez. (Cedida)

Pedro Gómez tiene 96 años y una mente más lúcida que la de muchos adolescentes que han vestido sus plumas. Recuerda cada episodio de su ajetreada vida como montañero y sastre. Sentado en una silla de ruedas —las piernas son lo único que le fallan—, con una camiseta larga azul y un chaleco de Sherpa y El Igloo, Gómez comienza a desgranar cómo era aquel Madrid de los años cincuenta, cuando dio vida a una marca que se ha convertido en historia del vestir. “Empecé en una buhardilla en Princesa, en el antiguo barrio de Las Pozas”, describe de aquel oficio que empezó como cortador de camisas. Junto a su hermana, poco a poco, se hará un nombre compaginando sus dos pasiones, la montaña y la confección. “De allí pasé a un piso en Bravo Murillo y cuando empecé a hacer dinero compré tres locales”.

El imperio de Pedro Gómez comenzaba. Su nombre se hace habitual en algunas de las principales expediciones españolas a las cumbres más importantes del planeta. Sacos de dormir será lo primero que diseñe, en el año 1954. Era una época en que las mantas que se portaban se congelaban a gran altitud. Gómez consigue alternar el nylon, que había conocido de las expediciones francesas, con duvet, un material que consigue dar calor y que muchos también llaman plumón. Luego vendrían los pantalones de competición, los guantes, los forros polares y, finalmente, los plumíferos, su emblema. Hasta Cuatro Caminos se desplazaban las famosos más relevantes de la jet madrileña.

El Igloo, en Cuatro Caminos

“Había dos negocios, la fabricación de anoraks, que estaba en un taller aparte, y luego estaba El Igloo, que era la mejor tienda de montaña de España, con mucha diferencia”, recuerda de su establecimiento, situado en el número 7 de la calle Marqués de Lerma. "Tenía tres pisos, abajo se arreglaban los esquís y en la planta de calle se vendía lo que llamábamos el material duro", añade. En la planta de más arriba era donde hacían los anoraks de montaña. "Había cinco probadores y teníamos mucho surtido", comenta, "allí iba lo mejor de lo mejor: los reyes me visitaban con asiduidad, las Koplowitz, la Preysler y los presidentes de los bancos”.

placeholder Anuncio antiguo de un anorak. (Cedida)
Anuncio antiguo de un anorak. (Cedida)

El filósofo y antropólogo Iñaki Domínguez, uno de los más avezados analistas de lo que es todo el fenómeno del moderneo y la cultura de la calle, ha documentado en su último libro la historia de los pijos malos madrileños. "Los plumas siempre eran Pedro Gómez o Roc Neige", cuenta uno de sus entrevistados en La verdadera historia de la Panda del Moco. "A finales de los setenta y principios de los ochenta ya se llevaban los Pedro Gómez. Luego, los bakalas lo que hacían era robárnoslos a los pijos", afirma. "Pedías el regalo a tu padre, te ibas a la tienda de El Igloo, te lo hacían a medida, con los colores, con la pluma y con la cantidad de pluma que tú querías… Tenían varios colores, a veces era solo el hombro, a veces era solo la manga", explica. "Los había que se les podía quitar las mangas y se quedaba chalequito", de forma que "pasó de ser un símbolo de pijo a ser un símbolo de quiero y no puedo".

Un símbolo de status

Lo que más recuerda Teresa es el miedo que le daba llevar su Pedro Gómez de color rosa. "Aquello era como una maldición", nos cuenta. "Madrid estaba llena de zombies, de heroinómanos. Y luego también estaban los pijos malotes que robaban a otros pijos". Teresa había soñado con aquel plumas en las navidades del 86, pero cuando lo tuvo no era capaz de sacarlo a la calle. "Imagínate, todo de rosa. Era como decir atrácame", bromea. "Lo pedí con doble relleno, era pesadísimo. También me viene a la mente su olor, muy característico". Aquel plumas terminó en el armario de sus primos, según termina relatando.

placeholder Pedro Gómez luce un plumífero. (Foto: )
Pedro Gómez luce un plumífero. (Foto: )

Un par de años más tarde, Zape se hizo con el suyo. “Mis recuerdos están ligados a un amigo, que fue al primero que se lo vi", rememora. "Después de un tiempo logré reunir las cuarenta mil pesetas que costaban y me compré el mío: aquello se convirtió en un símbolo de status". Apunta a que el proceso en su conjunto era "muy importante", desde ir a mirar, elegir los colores, tomar las medidas... "Era algo único”, sentencia.

De pijos a bakalas

El ir como vestían los pijos del barrio de Salamanca y el norte de Madrid se pondrá de moda. Todo el mundo quería ser visto con camisetas Caribbean, zapatillas New Balance y plumas imposibles, por precio y confección. Nuestro antropólogo de cabecera, Domínguez, lo explica muy bien en su último ensayo: "Como me comentó en su momento el fotógrafo Miguel Trillo, a mediados y finales de los ochenta ser pijo estaba de moda (en los años en que La Movida había pasado a mejor vida y se dio una reacción contraria a la misma y su moderneo)".

Discotecas como OverDrive, New World, Die Mauer o Specka comienzan a recibir en oleadas a miles de bakalas que deciden apropiarse de aquella moda. "Yo llegué a tener cuatro Pedro Gómez", confiesa Alberto, que era de Ciudad Lineal, del parque Calero. "Uno de ellos era todo blanco. Si me lo quería poner debía ir en grupo, con los colegas de mi barrio. Si no, era fácil que te lo intentaran robar". Para poder ir con uno de estos plumas también era habitual llevar un gaseador, un puño americano o una navaja.

placeholder Una bolsa promocional de Pedro Gómez. (Cedida)
Una bolsa promocional de Pedro Gómez. (Cedida)

Todo terminó en 1998, cuando Pedro Gómez se jubila. "A mí me lo vendió ya con la tienda cerrada. Conocí a un amigo suyo y conseguí que me hiciera uno con los restos que había", rememora Anael. "Había mucho trapicheo y mucho robo antes de que cerrara. También a la salida de la tienda, con grupos esperando a compradores. Por eso era normal ir con medio barrio a llevártelo. Yo creo que por eso cerró".

Si se le pregunta a Pedro, su impresión es diferente al final de la tienda, aunque no a esta última etapa: "Aquello fue un boom, vendíamos demasiado. Lo empezaron a llevar los macarras. Pero si me preguntas el porqué del cierre, te diré que fue por viajar y tener más tiempo". Quería ir a Nepal y escalar, pero se dio cuenta de que no salía de la tienda. "Así que como no se lo quisieron quedar mis hijos, clausuré el negocio", confirma.

Reventa y puesta al día de Pedro Gómez

Los dos miles van a ver como la marca se convierte en objeto de culto, pasa a ser buscada por coleccionistas, que se hacen con modelos que llevaban hasta cuchilladas. "Habré tenido como treinta y pico", cuenta Reta, el hombre que hizo que el mercado de Pedro Gómez volviese a la vida mediante la reventa: "En su momento no tuve ninguno y yo, que soy muy friolero, me puse a buscarlos". Enseguida se dio cuenta de que podía comprar y vender, y que "había pijos que los tenían en el armario sin tocar".

Uno de ellos va a ser Zape, con el que hablamos al principio. Él se pone en contacto con Pedro Gómez para revitalizar la marca, le habla del interés que tiene por ponerla nuevamente de actualidad. Sus skills son grandes, es una de las figuras del streetwear en España, al frente de símbolos como Vans, entre otras. Gómez acepta que Zape nuevamente se haga con la marca, le pone en contacto con los proveedores que le suministraban originalmente y se queda como observador, dando consejos y haciendo recomendaciones.

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"Empezamos en 2019 con 500 plumas y una lista de espera personalizada. Ahora ya vendemos más de mil. Es un producto muy exclusivo. Nuestro objetivo es venderlo internacionalmente, como ocurre con los plumas de Moncler", señala Zape. También están rescatando modelos más antiguos, actualizándolos levemente. "Hay plumas delgados, que ya hacía Pedro en los setenta. Son muy modernos".

Lo último que han hecho son colaboraciones con artistas y grandes nombres del vestir más urbano. La colabo con Miguel Caravaca, que presentaron esta semana en la sede del Ayuntamiento, juega con elementos de la cultura madrileña. Parte del imaginario de Caravaca, artista que ha introducido namings locales como Goya o Princesa, consiste en eso mismo. ¿Y a Pedro Gómez, qué le parece? "A mí me gusta mucho que mi marca continúe llegando a las nuevas generaciones".

Pedro Gómez tiene 96 años y una mente más lúcida que la de muchos adolescentes que han vestido sus plumas. Recuerda cada episodio de su ajetreada vida como montañero y sastre. Sentado en una silla de ruedas —las piernas son lo único que le fallan—, con una camiseta larga azul y un chaleco de Sherpa y El Igloo, Gómez comienza a desgranar cómo era aquel Madrid de los años cincuenta, cuando dio vida a una marca que se ha convertido en historia del vestir. “Empecé en una buhardilla en Princesa, en el antiguo barrio de Las Pozas”, describe de aquel oficio que empezó como cortador de camisas. Junto a su hermana, poco a poco, se hará un nombre compaginando sus dos pasiones, la montaña y la confección. “De allí pasé a un piso en Bravo Murillo y cuando empecé a hacer dinero compré tres locales”.

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