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Una tarde en Árticus: algo supuestamente divertido que no volveré a hacer
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50 FORMAS DE HUMILLAR A UNA FAMILIA

Una tarde en Árticus: algo supuestamente divertido que no volveré a hacer

Tome dos billetes de 50 y quémelos. ¿Nota el calorcillo en sus manos? Pues ya ha tenido una experiencia más gratificante que Árticus

Foto: La actriz Dafne Fernández, durante la inauguración y encendido de 'Árticus: la estrella de la Navidad'. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
La actriz Dafne Fernández, durante la inauguración y encendido de 'Árticus: la estrella de la Navidad'. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

"Londres tiene su Winter Wonderland, París sus Marchés de Noël y Nueva York su maravilloso Rockefeller Center, ¡nosotros no podíamos quedarnos atrás! Si buscas qué hacer en Madrid estas Navidades, ¡lo tienes todo en la Casa de Campo!", reza la web de Árticus.

Con estos referentes, decidí acercarme al nuevo parque temático navideño, una vez superado el caos en el que se vio sumido el primer fin de semana, cuando cientos de personas con entrada no pudieron acceder por exceso de aforo, se acabó la comida en los puestos y pudo verse a los empleados corriendo de un lado para otro como pollos sin cabeza.

Foto: Los embajadores de Árticus. (EFE)

El episodio situó a Árticus como uno de los peores lugares de la ciudad para visitar a tenor de sus reseñas en Google, con una nota media de 1,1 sobre cinco. Esta circunstancia, puro veneno para la taquilla, la han resuelto los organizadores por la vía rápida: eliminando su perfil en Google y volviéndolo a crear. Después de repetir varias veces la operación, Árticus luce ahora un lustroso 2,2 que, sin llegar al aprobado, es mucho más de lo que merece.

Los sinsabores de Árticus llegan desde que compras la entrada. El precio de la básica es de cinco euros, pero te cobran siete; los dos extra responden a los "gastos de gestión", que a la postre consiste en adjudicarte un código QR. Siete euros que, por cierto, solo dan acceso al recinto, ya que se ha de pagar después por cada evento o atracción.

El paseo desde el metro, en este caso Alto de Extremadura, hasta la entrada, sirve para ambientarse, concretamente en un campo de refugiados en Siberia. El recinto ferial de la Casa de Campo se diseñó hace casi un siglo y no lo han remodelado desde Tierno Galván. Así, el acceso a Árticus consiste en una larga caminata por una carretera destartalada, minada por los excrementos de los caballos de la Policía, que solo permite entretenerse con los matojos del camino y el zumbido de los grupos electrógenos de la feria.

placeholder El largo camino hacia la Navidad. (EC)
El largo camino hacia la Navidad. (EC)

Por el camino me topo con una trabajadora de Árticus que acaba de terminar su jornada y, visto mi desconcierto, decide acompañarme hasta la puerta. "La verdad es que de día Árticus da mal aspecto, como de zona en obras, pero por la noche, con las luces, es vistoso", me cuenta. Habla del primer fin de semana como su Vietnam, tanto que por momentos se echa la mano al pecho como si le faltase el aire: "Fue un desastre. Yo trabajo a menudo en eventos y nunca había visto algo así. ¡El primer día no teníamos ni datáfonos! De la puerta enviábamos a la gente a las taquillas y ellos nos los mandaban de regreso a la puerta, porque nadie podía cobrarles. Hubo momentos de tensión salvaje, pensábamos que nos iban a agredir los padres".

En los 20 minutos que tardamos en llegar, la trabajadora rememora una decena de catástrofes, desde un niño desmayado en la pista de hielo a quien casi no pueden atender por falta de walkies hasta un motín de padres que habían pagado por una comida que no existía. La joven sostiene que la mayoría de los problemas se han subsanado, pero que hay otros con los que no saben cómo lidiar: "En una zona se proyecta una aurora boreal sobre el techo. Sin embargo, cuando es de día no se ve nada, así que muchos visitantes se quedan absortos mirando al techo, esperando a que pase algo, y les tenemos que pedir que no se esmeren demasiado y que, a poder ser, vuelvan al caer el sol. Te puedes imaginar la cara que ponen unos padres a los que les dices esto a las cinco de la tarde".

Al fin llegamos a la entrada, que produce sensaciones varias; ninguna de ellas es la ilusión. El recinto está delimitado por vallas de obra tapadas con una lona blanca, estilo gulag, el suelo está embarrado y las familias revolotean sin tener muy claro adónde van. Entro con una de ellas que viene de Arganda del Rey, en Madrid. Los padres, Ramón y Esperanza, vienen con sus dos hijos y el amigo de uno de ellos: "Hemos comprado las entradas con el espectáculo Peter Pan on ice: en total, más de 50 euros", dice la madre.

placeholder El color blanco se asocia con la Navidad. (EC)
El color blanco se asocia con la Navidad. (EC)

Les sigo hasta la primera zona, Církulus, que no es más que una feria de pueblo. El aladino, el pulpo, la noria y la montaña rusa, ya sabe. Nada más verla, los niños se quieren montar en la montaña rusa: son seis euros por cabeza más el padre, que quiere acompañarlos. Esperanza paga los 24 euros mientras los observa al pie de la estructura: "Todo esto es un poco cutre, ¿no?", lamenta.

Se refiere a que ninguna de las atracciones luce motivos navideños, tan solo se ha abierto el acceso al parking a unos cuantos feriantes que hacen la guerra por su cuenta. Para solucionarlo, la organización se ha limitado a colgar unas tiras de leds morados y a distribuir unos muñecos de nieve por las esquinas. Los niños de Esperanza bajan de la atracción ateridos por el frío, pero quieren volver a montar. Al más pequeño, de cinco años, le ha dado tanto el aire en la cara que ha perdido el gorro y es incapaz de articular palabra, solo tira del brazo de su padre en dirección a la taquilla. Serán otros 24 euros, casi 100 para los de Arganda, que solo llevan 15 minutos en Árticus.

placeholder San Pedro del Pinatar, 1989. (EC)
San Pedro del Pinatar, 1989. (EC)
placeholder Frosty ha vivido días mejores. (EC)
Frosty ha vivido días mejores. (EC)

Continúo mi camino, que me lleva a la Senda del Ártico, patrocinada por Samsung. Consiste en un paseo rodeado de animales iluminados que ni se mueven ni emiten sonido alguno. Taxidermia new age. Hay cables por el suelo, leds atados a los árboles y unas luces estroboscópicas que a buen seguro destaparán alguna epilepsia. Como en la naturaleza, a los animales que se les funden las luces se los va apartando de la manada, siendo testigos de lo fugaz de la existencia. Sin embargo, esta es la zona en la que más felices se ve a los padres, porque pueden hacerse fotos de familia sin tener que sacar la cartera.

De repente empieza a chispear. Los visitantes corren hacia el final de la senda, donde se atisban unas carpas para poder refugiarse, pero un agente de seguridad nos impide el paso. Es una situación ridícula, porque nos estamos mojando, las carpas están a 30 metros y el camino está despejado. Pero no nos dejan pasar. Por más que le pregunto, el agente solo acierta a decirme que son "órdenes de la organización" y nos insta a dar toda la vuelta. Poco después lo comprenderé: ese camino te obliga a pasar por delante de la tienda de Samsung, que es quien ha pagado el despliegue de bichos luminosos.

placeholder Una foto para el recuerdo. (EC)
Una foto para el recuerdo. (EC)
placeholder Una caravana de carritos se encamina —por fuerza— a la tienda de Samsung. (EC)
Una caravana de carritos se encamina —por fuerza— a la tienda de Samsung. (EC)

Paso por delante del ice bar y decido entrar a tomarme un café. Hay mucha gente esperando, si bien no todos entrarán, porque en ningún momento se avisa de que cuesta 10 euros la entrada con consumición, de modo que muchas familias se marchan cuando se enteran. En la puerta me ofrecen un abrigo y unos guantes que rechazo, porque me he fijado que son los mismos que se acaba de quitar uno de los que salen del bar. Dice la organización que por aquí pasan 50.000 personas al día y la pregunta que me asalta es por cuántas manos habrán pasado esos guantes sin lavarse.

Este espacio lo patrocina Beefeater, que ha tenido una pequeña concesión humorística con el vistante: todos los abrigos son de la misma talla, XL, así que los niños pequeños se lo pisan y se caen constantemente de cabeza al suelo. Es el único entretenimiento del ice bar porque, ejem, no es un ice bar. Se trata de una barraca de feria con dos esculturas de hielo y el aire acondicionado a toda pastilla.

placeholder El 'glamour' del Ice Bar. (EC)
El 'glamour' del Ice Bar. (EC)

Me acerco a la barra y le pido al camarero un café cortado:

—No tenemos.
—Vaya. ¿Y una Coca-Cola?
—Tampoco. Solo tenemos estos cinco cócteles.
—¿Tiene alguno sin alcohol?
—Sí, pero ahora no nos queda. Solo nos quedan estos cuatro con alcohol.
—De acuerdo, ponme el de berries.
—No tenemos. En realidad solo nos queda el de ginebra con maracuyá.

Ya he pagado la entrada y en la sala no hay nada que hacer (ni siquiera hay sillas), así que me veo obligado a tomarme un copazo a las siete de la tarde. Ni siquiera me lo sirven en un vaso congelado, como es caracterísitico en los ice bars, sino que emplean un vaso de papel... ¡sin hielo!

placeholder Mi copazo de 10 euros. (EC)
Mi copazo de 10 euros. (EC)

Atravieso una zona con los clásicos chiringuitos de Navidad mientras trago ginebra a disgusto. Uno vende manualidades de arcilla, otro churros con chocolate a 11 euros, incluso los hay que compiten con los mismos productos a distinto precio. No me extrañaría que alguno vendiese hachas o un revólver, porque este es un parque temático construido a base de subcontratas: hasta los músicos, desperdigados por todo el recinto, ponen delante la funda de la guitarra para que les dejes unas monedas.

Apuro el copazo fijándome en los padres que empujan sus carritos por este páramo helado y comprendo sus calificaciones en Google. Aquí se viene a gastar dinero, la Navidad es una excusa. Pese a que Árticus se hace llamar "la estrella de la Navidad", no hay apenas referencias navideñas más allá de las luces. En toda la tarde no me topé con un Papá Noel o unos Reyes Magos, pero sí con todo tipo de marcas (Samsung, Beefeater, Orange, Hyundai...) que nada tienen que ver con la Navidad. Supongo que este es el futuro que hemos elegido darnos los madrileños.

placeholder La atracción que mareó a Steven Spielberg. (EC)
La atracción que mareó a Steven Spielberg. (EC)

Quise, por último, entrar a uno de los eventos. La trabajadora que me acompañó a la entrada me recomendó Peter Pan on ice, pero las entradas estaban agotadas. Por mi parte descarté Grandioso, porque las imágenes que circulan por Twitter son dantescas, así que me decidí por Jurasicus Park. Es una sucesión de dinosaurios inanimados con unos altavoces que recrean gruñidos y emiten una música sospechosamente parecida a la de una película de 1990 sobre esta temática. De hecho, todo recuerda a esa película: ¿cómo ha permitido el ayuntamiento algo tan rayano al copyright infringement? Para justificar que esta instalación figure en un parque navideño, se ha esparcido corcho blanco por el suelo y circulen que aquí no ha pasado nada. ¿Podría esto gustarle a un niño? Sin duda, pero tiene que ser muy, muy pequeño o haber nacido en la época de los setenta, cuando estos dinosaurios de papel maché tenían algún sentido.

De vuelta a casa echo cuentas: me he dejado 37 euros en una ginebra con maracuyá y un paseo. De Árticus, lo único salvable son los trabajadores, excepcionalmente atentos y simpáticos con el visitante: lo demás es una mezcla de improvisación, ideas mal ejecutadas, cesiones comerciales y muchísimo cutrerío. En el vestíbulo del metro me encuentro con la familia de Arganda sumida en otra larga cola: el lector de tarjetas de la máquina de billetes se ha estropeado y todos están esperando a que un operario la resetee. Hay caras de cansancio generalizadas, pero a Esperanza y los suyos parece que les hubiera atropellado el camión de la basura. Me armo de valor y le pregunto qué les ha parecido. Se lo piensa, porque sabe que acabará en el periódico. "Una y no más, santo Tomás", me dice mientras carga al niño anteriormente congelado, ahora dormido en sus brazos.

"Londres tiene su Winter Wonderland, París sus Marchés de Noël y Nueva York su maravilloso Rockefeller Center, ¡nosotros no podíamos quedarnos atrás! Si buscas qué hacer en Madrid estas Navidades, ¡lo tienes todo en la Casa de Campo!", reza la web de Árticus.

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