Todo empezó en 1984, con una plaga de adolescentes en Nuevos Ministerios: historia del graffiti de Madrid
Una muestra, promovida por el Museo Nacional de Antropología y que puede visitarse hasta el uno de noviembre, narra los inicios de la cultura del hip hop, dando a conocer a muchos de los primeros artistas callejeros de Madrid
Todo empezó en 1984… probablemente en Nuevos Ministerios y con una plaga de adolescentes como protagonistas. Ellos y ellas, con sus chándales de felpa, sus calentadores y sus zapatillas Adidas, comenzaron a practicar algo que tenía todos los rasgos de un deporte de equilibristas. Un baile atropellado, callejero y fuera de cualquier convencionalismo. Bajo el calificativo de break dance, con sus radiocasetes a un lado que escupían las primeras bases de lo que aún ni se sabía que era electro, rap o funk sideral, se fue fraguando un movimiento. Una cultura que ha llegado hasta nuestros días.
Francisco Reyes fue uno de aquellos chicos que bailaba en las plazas, pintaba en los muros y rapeaba sin medida alguna. Ahora ejerce de comisario de la que es probablemente la exposición más completa sobre el fenómeno del graffiti en la península, con una gran presencia de Madrid como uno de los epicentros donde todo fue posible. “Lo primero que hice al plantear la idea a la dirección del Museo Nacional de Antropología, fue explicarles que, aunque fuese una exposición de graffiti, teníamos que contar el resto de la historia. Así están representados los elementos del hip hop en sus diferentes épocas”, explica Reyes.
“Inmediatamente entraron en la ecuación pesos pesados como Kapi, Koa, Fini, Shrimpy, Chile, Loco 13, Remebe, Maese KDS, Mata, Koas, Glub, Larry 88, Ezk, Madrid City Breakers, Suso33, Randy, Toro, Zeta, Skeep Rango, Hermano L…”, continúa. “La lista es larguísima porque no solo han aportado los que han cedido fotos y material para esta 'expo' concreta sino los que, sin saberlo, han sumado para que esto fuera creciendo y haya sido posible contarlo ahora, tantos años después de que empezase nuestra cultura en España”.
Torrejón de Ardoz
Para Reyes fue fundamental la base estadounidense de Torrejón de Ardoz: “Muchos jóvenes ponemos la radio y nos conectábamos a un programa nocturno llamado La Base. Ahí empezamos a escuchar mucha de la música que luego reconoceríamos como fundamental para nuestra cultura”.
Alrededor de aquel lugar aparecería el que parece que está documentado como el primer graffiti de España. “La foto es de junio de 1990 y el graffiti ya se ve muy deteriorado”, cuentan debajo de la instantánea. “Según nos contaba el dueño de la finca aquel verano: ‘Esta pintada lleva aquí desde 1976. Se coló un americano de La Base de Torrejón y la hizo. Como me gustó, ahí se ha quedado'”.
El escritor firmó como Michel y su estilo era deudor de un primitivo 'wild style', muy típico de la década de los setenta. Al lado de las letras se puede identificar a un personaje, que puede que sea Guille del comic Mafalda.
La muestra es un completo tratado de arqueología urbana. Con innumerables objetos, desde zapatillas a prendas de vestir, pasando por fotografías de murales y tags que ya no existen. El graffiti como un arte efímero que fue haciendo de la ciudad un lienzo donde comunicarse y enfrentarse con otros grafiteros.
“En Madrid la escena estaba dividida: por un lado los flecheros, que seguían el estilo del Muelle y por otro los primeros grafiteros de estilo hip hop. El grupo más importante era QSC. Allí estaban los grandes: AGS / Jast / Sems / Pocho, Seoane, Kool, Mata, Snow… y otros como Yopo, Merey y Came. En el bombardeo Sac y sobre todo Ardi. Además, estaban en el grupo Iván Q y Chema C haciendo rap”, resumen en una de las paredes del museo.
Los flecheros
En uno de los textos incluidos en la publicación, realizada para homenajear a la exposición y dar visibilidad a algunos de los artistas y expertos, se puede leer a Javier Abarca, alias Koas y Hen, una de las leyendas originales del graffiti: “Se suele afirmar que el graffiti nació en Filadelfia y pasó de allí a Nueva York, pero esa narrativa lineal es un mito. La práctica surgió en ambas ciudades de forma paralela. En Amsterdam, São Paulo, Monterrey o Madrid el graffiti surgió unos años después, y en cierta medida como eco lejano de lo sucedido en Nueva York”.
De esa forma, Abarca traza una genealogía y plantea el surgimiento del movimiento en Madrid. “Pero la información accesible sobre el tema era tan escasa que cada ciudad tuvo que reinventar el graffiti casi desde cero, adaptándolo al contexto local. Y a menudo bebiendo mucho más del graffiti de los punks que del neoyorquino, como en el caso de los flecheros madrileños. El resultado fue un fascinante conjunto de culturas que, sorprendentemente, son aún muy poco conocidas”.
Muelle
Juan Carlos Argüello, el hombre detrás de Muelle, va a ser la figura que mejor defina el graffiti de esos años ochenta y primeros noventa. Abarca cuenta como: “El trabajo de Muelle y los flecheros madrileños solo se puede valorar plenamente desde esta perspectiva. Fue una de las escasas culturas contemporáneas del graffiti ajenas a la neoyorquina, y eso la convierte en un tesoro antropológico. Algunas de estas culturas perduran, como la pixação de São Paulo o los ganchos de Monterrey. Otras, como la escena de Amsterdam o el graffiti flechero, desaparecieron con la expansión del graffiti de tradición neoyorquina. En cuanto conocimos esa cultura, la mayoría de escritores flecheros abandonamos la práctica local y adoptamos los nuevos códigos, que resultaban ser un juego mucho más complejo, interesante y divertido”.
Algunas de las fotografías que aparecen son verdaderos tesoros antropológicos. Es el caso de la recogida por Felipe Gálvez, uno de los grandes investigadores del fenómeno de un Muelle de color verde: “Esta foto la tomé a mediados de los noventa en Campamento, el barrio donde vivía Muelle. Recuerdo que por esa época quedaban muy pocas obras suyas y creo que esa pieza, junto con el cierre de la calle Seseña y un tag suelto que encontré cerca, era lo único que sobrevivía por la zona”.
Del tag al logotipo
Gálvez reflexiona y plantea la cuestión de la relevancia de Muelle en la cultura madrileña y de por qué fue tan seguido. “Mucho se ha hablado de la importancia de Muelle en la escena del graffiti de Madrid, pero creo que nadie ha hablado de por qué su firma tuvo tanto éxito”, explica. “A mi parecer, su firma triunfó entre las que había por aquel entonces porque era un pictograma. Si te parabas a ver su firma, te dabas cuenta de que la propia palabra muelle, ya la hiciera angulosa como las de mediados de los 80 o más redondeada de su última época, era un muelle. Y debajo, dibujaba el propio muelle con su tirabuzón acabado en una flecha, reiterando así el significado de la firma”.
Gálvez termina apuntando en el fanzine que su firma era legible, llamaba la atención y a la gente se le quedaba en la cabeza de un único vistazo al ser parecida a un logotipo. “En un cartel o donde fuera, si había más firmas aparte de la de Muelle, estoy seguro de que la primera que destacaba sobre el resto era la suya”.
Todo empezó en 1984… probablemente en Nuevos Ministerios y con una plaga de adolescentes como protagonistas. Ellos y ellas, con sus chándales de felpa, sus calentadores y sus zapatillas Adidas, comenzaron a practicar algo que tenía todos los rasgos de un deporte de equilibristas. Un baile atropellado, callejero y fuera de cualquier convencionalismo. Bajo el calificativo de break dance, con sus radiocasetes a un lado que escupían las primeras bases de lo que aún ni se sabía que era electro, rap o funk sideral, se fue fraguando un movimiento. Una cultura que ha llegado hasta nuestros días.