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Pocoyó, Minnie y la Patrulla Canina se derriten cada día en la Puerta del Sol
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ESCLAVITUDES MODERNAS

Pocoyó, Minnie y la Patrulla Canina se derriten cada día en la Puerta del Sol

Los migrantes que tienen que darles vida tienen miedo a un golpe de calor, pero saben que si no salen a dar globos a los niños y niñas, y cobrar la voluntad, no podrán comer

Foto: Mari Cabrera hace de Minnie en Sol. (G. M.)
Mari Cabrera hace de Minnie en Sol. (G. M.)

Cientos de turistas y familias pasean por la Puerta del Sol cada día. Junto a ellos, estatuas vivientes, peluches antropomorfos y el héroe o villano conocido por todos se acercan a los más pequeños para ofrecerles un globo con forma de espada o de perrito. Debajo del disfraz, en el interior de esa funda que se convierte en su medio de trabajo, estas personas soportan altas temperaturas durante horas, se hidratan constantemente y buscan la preciada sombra, autogestionando sus riesgos laborales. Allí están ellos, donde los sindicatos no llegan, pero sí el hambre, los turistas y una situación administrativa irregular, intentando vivir de la voluntad de la gente.

Javier Castillo tiene 24 años y llegó hace dos meses a España. No deja de dar gracias a Dios por haber conseguido el gran reto de entrar desde Colombia. El primer mes pagó 350 euros por la habitación en la que dormía. Ahora pernocta en otra, 50 euros más barata. Eso que se ahorra irá destinado a su propia manutención y el dinero que envía a su país de origen, donde tiene a su familia. Sea cual sea la cantidad, toda sale del mismo trabajo: hacerse fotos enfundado en un disfraz de Pocoyó y ofrecer a niños y niñas un globito con el que jugar durante unos minutos.

"Primero estuve trabajando en un oso gigante, inflable, pero a los 10 días un amigo me dio la idea de Pocoyó. En el oso trabajaba para otra persona a la que tenía que dar la mitad de lo que conseguía, que eran unos 50 o 60 euros al día", relata el joven. Independizarse de esa persona que se aprovechaba del trabajo de Castillo le hizo ser consciente de que las cosas, ahora, pueden ir bien o mal, pero todo lo que gana acaba en su bolsillo. "Los días buenos hago unos 40 euros, pero lo normal son unos 30. Es que todos los días son diferentes", añade apesadumbrado mientras tuerce un globo azul para convertirlo en alguna figura simpática.

placeholder Javier Castillo, de Pocoyó en la Puerta del Sol. (G. M.)
Javier Castillo, de Pocoyó en la Puerta del Sol. (G. M.)

Por su cabeza caen gotas de sudor, por eso en el mismo zurrón que acompaña al disfraz de Pocoyó siempre lleva una botella de agua que va rellenando a lo largo de su jornada laboral, que normalmente se alarga desde la una del mediodía hasta las 11 de la noche. "Cuando llegué a España, vi que la situación tampoco era mucho mejor que en Colombia, pero yo soy muy aventurero y por eso vine. Si me lo dicen ahora, me lo pensaría, porque creía que estaba mejor la cosa", agrega Castillo.

Cada quincena manda unos 70 euros a su país, el lugar en el que reside su bebé. Todo ese dinero sale de la voluntad de unos clientes que ya saben cómo funciona el proceso: Pocoyó se acerca a alguno de los niños y niñas, los saluda, los pequeños se encaprichan con un globo o una foto, y los padres acceden. Eso es lo que sucede en diversos espacios de la capital, todos ellos céntricos, como la Puerta del Sol, la zona de Ópera, la plaza Mayor y la Gran Vía. Si la cosa está algo regular, algunos de ellos optan por bajar hasta el Retiro, donde la ardua empresa de encontrar una sombra se torna más fácil.

Miedo al calor

“Esto de verdad que es insufrible, yo no sé ni cómo describirlo. Tengo miedo de que me pueda dar un golpe de calor, o algo peor. Estoy asustado”, dice sobre las temperaturas que tiene que aguantar en estas olas veraniegas. Aunque tiene espadas y perritos en su mano, parece que son las primeras las que más triunfan entre los peques. “Lo mejor es dar a uno de ellos delante de otros, porque si le ven, los demás también van a querer”, afirma Castillo haciendo una suerte de análisis del mercado. Él, como sus compañeros de oficio, pide la voluntad, que suele rondar entre los 50 céntimos y el euro.

"De verdad que es insufrible, no sé ni cómo describirlo. Tengo miedo de que me pueda dar un golpe de calor o algo peor. Estoy asustado"

Felipe García está a su lado. Misma edad y mismo lugar de procedencia parece que les han unido en esto de ganarse la vida en la calle. A diferencia de Castillo, él sí lleva trabajando como peluche viviente mucho más tiempo. "He sido de todo: Spiderman, Pikachu, Pocoyó, de la Casa de Papel… Tengo que hacerlo para buscarme la vida porque si no, ¿con qué gano dinero para comer?", se pregunta. "Me dices del calor. Imagínate, a mí hasta me enferma. Yo he estado otros veranos trabajando en esto, pero no sé qué debe pasar con el calentamiento global que lo de este año está siendo impresionante", añade.

Este chaval de 24 años intenta elegir bien el disfraz del día, el que esté más de moda o atraiga en mayor medida a sus potenciales ganchos, que en este caso son los niños, cuya apetencia y capricho convierten en clientes a sus padres. "En octubre empezaré a trabajar para Glovo, que ya lo hacía en Colombia y me parecía bien. A ver qué tal va la cosa, porque la bici es muy dura a veces y me duele la rodilla, así que me tendría que comprar un patinete de alta batería para poder repartir", vaticina sobre su futuro el propio García.

placeholder Mari Cabrera, de Minnie. (G. M.)
Mari Cabrera, de Minnie. (G. M.)

El calor tan “bravo” que se nota en Madrid calienta durante horas a estos personajes que no dejan de merodear la zona. Como dice García, son trajes que cualquiera puede comprar por internet, siempre a modo de inversión. Eso es lo que hizo Mari Cabrera, que lleva unos meses trabajando por el centro de Madrid ataviada de Minnie Mouse. "Hago este trabajo porque no hay otro. Si lo hubiera, aquí no estaría yo", dice antes de irse detrás de unos niños que pasaban por delante.

Mejor quedarse en la calle

Arfiin Uddni vive en la calle Embajadores, enclave no muy alejado de las zonas por las que se desenvuelve haciéndose pasar por uno de los protagonistas de la serie de dibujos animados la Patrulla Canina. Ya lleva más de tres años trabajando de esto: "He encontrado algunos trabajos, pero me decían que eran sin contrato y por unos 600 euros, con medio día libre a la semana. Aquí en la calle soy más libre y gano lo mismo", indica en un castellano algo rudimentario.

Procedente de Bangladés, gana en torno a unos 30 euros al día. "A veces la gente te dice que no tiene nada para darte, y bueno, está bien, no pasa nada", acepta. Preguntado por el calor, lo primero que hace es reírse para después responder: "Mucho problema, sí, sí", unas palabras que pronuncia moviendo las manos tapadas por unos guantes de lana que dejan al aire libre la última falange de los dedos. En realidad, esa es la única zona de su cuerpo que está en contacto con el exterior, pues todo lo demás se encuentra cubierto por el disfraz.

placeholder Arfiin Uddni, de la Patrulla Canina. (G. M.)
Arfiin Uddni, de la Patrulla Canina. (G. M.)

También lleva una bandolera en la que guarda una botella de agua que rellena de forma constante, aunque el Aquarius también es su aliado. “Hace mucho calor, sí, pero me tengo que buscar la vida”, dice con mirada seria tras la rejilla que es mirilla y boca a la vez. Uddni sale a las 11 de casa para ir a trabajar y no vuelve hasta las nueve de la noche. Así lo repite todos los días de la semana. Tantos días en la calle le han hecho sufrir algún que otro encontronazo con la Policía Municipal. “Me tengo que buscar la vida”, repite una y otra vez. "Me dijeron que no se podían vender globos. Me pasó en Navidad. Tenía que pagar 60 euros, pero no pude hacerlo porque no tengo suficiente dinero", desarrolla.

Evitar la multa

Parece que en algunas ocasiones los agentes municipales están más encima de estas personas que en otras. Así lo cuenta el bangladesí: "Si la Policía no deja estar, yo no puedo trabajar. Si me echan de la plaza Mayor, me vengo a Sol, aunque a veces no te dejan en ningún sitio". Lo mismo hace Castillo, y algo similar le ocurrió: "Una vez me colocaron una multa porque me dijeron que me fuera, y lo hice, pero volví a las cuatro horas y me encontraron los mismos. Me dieron un papelito blanco".

"Una vez me colocaron una multa porque me dijeron que me fuera, y lo hice, pero volví a las cuatro horas y me encontraron los mismos"

Así, pendientes de la Policía y de los niños y niñas que pasan a su lado, preocupados por su salud y con el sueño de encontrar un puesto de trabajo que les garantice unas mejores condiciones que las de la calle, es como pasan las olas de calor estos trabajadores, la inmensa mayoría de ellos migrantes. "Tengo miedo de que me vuelvan a pillar, pero si no trabajo, no como, ¿qué más puedo hacer?", finaliza el mismo Castillo antes de ponerse la gran cara de Pocoyó sobre la suya propia para que parezca que siempre está sonriendo.

Cientos de turistas y familias pasean por la Puerta del Sol cada día. Junto a ellos, estatuas vivientes, peluches antropomorfos y el héroe o villano conocido por todos se acercan a los más pequeños para ofrecerles un globo con forma de espada o de perrito. Debajo del disfraz, en el interior de esa funda que se convierte en su medio de trabajo, estas personas soportan altas temperaturas durante horas, se hidratan constantemente y buscan la preciada sombra, autogestionando sus riesgos laborales. Allí están ellos, donde los sindicatos no llegan, pero sí el hambre, los turistas y una situación administrativa irregular, intentando vivir de la voluntad de la gente.

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