Un viaje de ida y vuelta con Carmen Laforet: El Instituto Cervantes celebra su centenario
Dos centenares de obras originales pueden contemplarse en la sede central del Instituto, en Madrid, hasta el 29 de mayo
El mar como refugio. Así da comienzo ‘Próximo destino: Carmen Laforet’, con el arrullo de las olas en una grabación de cine casera y la sonrisa de la escritora, que casi nunca miraba a cámara. Ramón J. Sender le escribió en una carta: “¿Tú sabes que tu mayor atractivo [...] es ver en tu expresión [...] una luz de infancia como cuando tenías diez u once años? Es milagroso y espero que no la perderás nunca”.
La muestra, en la sede central del Instituto Cervantes, en Madrid, recorre toda una vida a través de libros, manuscritos, documentos, artículos, fotografías y objetos personales. Un viaje de ida y vuelta hacia uno de los personajes más reivindicados hoy día, cuya obra tiene una vigencia y actualidad como muy pocos.
“Carmen Laforet abrió un camino en la narrativa española desde la inmediata posguerra hasta la actualidad, cuyas claves consisten en la desarmante naturalidad, en su habilidad para construir diálogos y crear personajes vivos desde una mirada introspectiva que llega a convertirse también en testimonio. Destacó su capacidad de captar un momento circunstancial al mismo tiempo que la situación anímica del personaje”, cuenta José Teruel, comisario de la muestra junto a Ana Cabello.
Cuartillas manuscritas de Nada
Fue la noche de un seis de enero de 1945. El lugar elegido, el desaparecido Café Suizo de La Rambla. Allí, con poco más de 23 años, le sería concedido el premio de novela más importante de la posguerra, el Nadal. Ahora, por primera vez, se exhiben las iniciales cuartillas autógrafas de aquella obra. “Son la joya de la exposición, ya que muestran el único manuscrito que se conserva de su producción narrativa”, apunta Teruel. “Es un manuscrito o ‘antetexto’ que habrá que estudiar en el futuro, ya que podría dar luz sobre el proceso de composición de Laforet y sus criterios de selección”.
Unas hojas que como comenta Teruel “revelan el poder de las sensaciones en el lenguaje narrativo de Laforet para alcanzar un conocimiento no sospechado de la realidad y manifiestan un modo de describir, donde nunca queda todo explícito”.
Junto a ellas, hay otros elementos que también son importantes. Objetos personales que permiten conocer mucho mejor a la escritora. Por ejemplo, los libros ‘Orlando’, de Virginia Woolf, y ‘En busca del tiempo perdido’, de Marcel Proust. “En estas lecturas de formación podemos encontrar una de las claves de su proyecto narrativo: Laforet atenúa el suceso y expande su creación poética, consiguiendo el equilibrio justo entre lo uno y lo otro, un equilibrio que quizá encontró históricamente en la tradición europea de la llamada novela lírica”. O la máquina de escribir Olivetti, la pluma Sheaffer o el dorado cenicero de Cinzano.
“Con la muerte de su madre se hundió definitivamente el mundo de la infancia", apunta Teruel
También la foto de su madre, Teodora Díaz, que moriría cuando ella apenas tenía 13 años. Un duelo que nunca se cerraría. “Con la muerte de su madre se hundió definitivamente el mundo de la infancia. Tengo la impresión de que Laforet sintió a lo largo de toda su vida una sensación invencible de orfandad que la hizo infeliz. La orfandad es un motivo decisivo en sus novelas ‘Nada’, ‘La isla y los demonios’, y ‘La insolación’, cuyos protagonistas centrales buscarán en la amistad una relación de pertenencia que no encontraban en los lazos sanguíneos”, destaca el curador.
Amistades y relaciones
‘Nada’, probablemente, será el texto de literatura española contemporánea más traducido. A él le van a seguir ‘La isla y los demonios’ y ‘La mujer nueva’. “‘Nada’, como todo lo auténtico, es de aquí también, y de hoy, y será de mañana y de otra parte cualquiera, como es de ayer y de todos”, contaba Juan Ramón Jiménez. Amistades que va a cuidar y a perpetuar. Sus largas temporadas en Roma, durante los setenta, la mantendrán conectada con Rafael Alberti, María Zambrano o María Teresa León. También, veinte años antes, con un amplio grupo de mujeres que se verán reflejadas en su escritura.
“Laforet brindó un modelo, que era la antítesis de lo rosa y de los estereotipos heroicos, a otras jóvenes escritoras en la inmediata posguerra: Ana María Matute, Dolores Medio, Carmen Martín Gaite. Todas ‘chicas raras’ —por infrecuentes en su época—, que romperán con los patrones de la novela rosa y con los modelos de comportamiento que la Sección Femenina mandaba acatar. Y el estímulo que aportaba su voz venía acompañado de una imagen de modernidad que personificaba la flamante escritora de veintitrés años”, describe Teruel. Unas autoras que también ganarían el premio en la década de los cincuenta, junto a Elena Quiroga y Luisa Forrellad.
Inés Martín Rodrigo, la ganadora del último Nadal, cuenta en el prólogo de ‘Puntos de vista de una mujer’ como “la genealogía de grandes escritoras que tenemos a nuestras espaldas es el espejo en el que debemos mirarnos las generaciones que hemos llegado después si queremos que nuestro reflejo no nos engañe”. Para terminar poniendo en valor la voz de una Laforet cuya fuerza e ímpetu sobresalen por encima de la media. “Pese a que no haya sido escuchada, o al menos no lo suficiente”.
Esa sensación, la de que todavía está por llegar lo mejor de Laforet, es la que sobrevuela constantemente la exposición. También la recepción de sus artículos, una parte fundamental de su trabajo que no es demasiado conocida. “La recuperación de los más de cuatrocientos artículos que escribió Laforet entre 1940 y 1983 podría constituir una valiosa autobiografía espiritual de la autora. Laforet nunca depuso en sus artículos su condición de narradora”, concluye Teruel.
El mar como refugio. Así da comienzo ‘Próximo destino: Carmen Laforet’, con el arrullo de las olas en una grabación de cine casera y la sonrisa de la escritora, que casi nunca miraba a cámara. Ramón J. Sender le escribió en una carta: “¿Tú sabes que tu mayor atractivo [...] es ver en tu expresión [...] una luz de infancia como cuando tenías diez u once años? Es milagroso y espero que no la perderás nunca”.