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Madrid se encomienda a San Patricio: crónica de una noche de fiesta en honor del patrón irlandés
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LA NOCHE DEL DUENDE VERDE

Madrid se encomienda a San Patricio: crónica de una noche de fiesta en honor del patrón irlandés

Poco queda de tradición cristiana en los diversos establecimientos engalanados de negro, blanco y verde. Aquí se viene a beber, bailar y disfrutar mientras corren litros de Guinness

Foto: Decenas de personas esperan a poder entrar a la Fontana de Oro de Madrid este pasado jueves, día de San Patricio. (G. M.)
Decenas de personas esperan a poder entrar a la Fontana de Oro de Madrid este pasado jueves, día de San Patricio. (G. M.)

Parecía una noche más para Rónán McGuinness. Apoyado en la barra de La Fontanilla, a escasos metros de la Puerta del Sol, y junto a su pareja, observaba con cierta tranquilidad el deambular de todas las personas que este pasado jueves, la noche de Saint Patrick, San Patricio para los castizos, decidieron salir a celebrar la efeméride por las calles de Madrid y tomar la típica cerveza negra. Poco queda de tradición cristiana en los diversos establecimientos engalanados de negro, blanco y verde en esta cita. Los cientos de chavales, y no tan jóvenes, lo atestiguan: aquí se viene a beber, bailar y disfrutar de la noche del duende verde y el trébol de cuatro hojas. Y aunque el 17 de marzo

Matías Wnek es el encargado de La Fontanilla. “Yo creo que este es el bar irlandés más pequeño que hay en la ciudad, si no de España, por eso es tan acogedor”, relata en un trajín sin fin. En una progresión parecida al eterno retorno, este polaco no sale de sus quehaceres: servir, cobrar, limpiar vasos, y vuelta a empezar. Según afirma, a este pequeño local suelen venir los parroquianos habituales, muy alejados de los feligreses que realmente llenan las iglesias irlandesas en este día. Sea como fuere, el buche hay que llenarlo: “Yo puedo vender un barril de Guinness al día, pero hoy puedo llegar a gastar hasta seis”.

placeholder El camarero de La Fontanilla sirve pintas de Guinness. (G. M.)
El camarero de La Fontanilla sirve pintas de Guinness. (G. M.)

El camarero, un todoterreno tras la barra que está solo frente a la jauría alborotada, sabe que hoy beben Guinness hasta aquellos que no les gusta. La tradición tira, parece ser, y mucho más si se trata de alcohol. “Yo creo que lo hacen como una especie de penitencia, que el 17 de marzo puede ser el único día del año en que mucha gente la bebe”, agrega. Algunas caras tras el primer sorbo confirman sus predicciones: muchos ni siquiera saben que es cerveza negra, ni que está tan fuerte.

Desde 1998 trabaja en establecimientos irlandeses, y hasta hace un par de años no se vio obligado a cerrar el garito. Tras su larga barba gris y un acento polaco curtido en las estrechas calles de este barrio madrileño, aún recuerda apenado el fatídico 14 de marzo de 2020: “Ya teníamos preparados los gorros, con toda la cerveza comprada, pero no pudimos abrir. Para mí, ninguna fiesta aporta esta energía tan positiva”, determina mientras mueve sus manos decoradas con grandes y ornamentados anillos de plata.

La fiesta, también en la calle

La hermana mayor de La Fontanilla, desde luego, es La Fontana de Oro. Conocida por cualquier lector de Benito Pérez Galdós que se precie, el número 1 de la calle de la Victoria ya estaba a rebosar a las 20.00. Dentro, decenas de personas brincaban y se divertían. La música celta se bailaba al son de decenas de personas que la coreaban con sus pintas bien agarradas en la mano. Así, el mítico café madrileño, ahora reconvertido con buen tino en pub irlandés, acogía su fiesta anual. Cerca de allí otros bares también lucían sus mejores galas. Atestados de clientes con los pómulos enrojecidos a primera hora de la noche, sus cánticos desentonaban tanto como Guinness llevaban en su cuerpo.

Foto: Turistas fotografiados en la zona de Temple Bar el día de San Patricio en Dublín, Irlanda, el 17 de marzo de 2020. (EFE)

Los más suertudos se arremolinaban en las puertas de los garitos para fumar, ya con el sello en la mano que les permitiría volver a entrar. Cerca, como es habitual, una noche más se cernía sobre los trabajadores que venden una cerveza mucho más conocida en Madrid. La lata de euro de Mahou, barata y enriquecedora cuando las ganas de fiesta aprietan, pero el monedero no, lleva consigo la necesidad de esconderse para beberla: la Policía, ojo avizor, no dejaba de dar vueltas por las inmediaciones.

600 pintas en una noche

Dos pintas por diez euros, y gorro de regalo, era la oferta que cualquier transeúnte sin mucho arraigo irlandés denegaba por esas calles. Wnek ha mantenido el precio de siempre: algo más de medio litro de Guiness, seis euros. Lo mismo ha sucedido en el Newbridge Irish Pub, en Bailén, a la altura del número 33. Alejandro Martín es el encargado del establecimiento: “A mí lo que más me sorprende es que aquí apenas se bebe Guinness, pero parece ser que un día todos los madrileños lo quieren hacer”. Y tanto, a tenor de lo expresado por él mismo, pues antes de la pandemia llegaron a vender más de diez barriles en una jornada como esta. Aquí las cuentas: 30 litros por barril, unas 60 cervezas cada uno, más de 600 en total. En una sola noche.

placeholder Interior de la Fontana de Oro la noche de San Patricio. (G. M.)
Interior de la Fontana de Oro la noche de San Patricio. (G. M.)

Ellos no son excepcionales: la pandemia también trastocó sus planes de negocio. Ahora se las ven y se las desean para recobrar el fuelle que perdieron en el aciago año de 2020. Quizá lo consigan, pues la música irlandesa en directo que hoy anima el garito atrae a decenas de clientes. Todos ellos pueden participar en el sorteo que han ideado, pues aquel que se haga la foto más original y mencionen al pub en Instagram, ganará un lote de cervezas.

“Como toda festividad, es una excusa para salir y beber, y si cae de jueves en adelante, mucho mejor”, dice Martín. Tampoco es que su clientela sea excesivamente joven, pues suele rondar de los 30 años para arriba. Preguntado por si bajará o subirá el precio de la cerveza reina, su respuesta ilustra la realidad de la noche: “Para qué vas a bajar las rosas el día de San Valentín, si es que la gente ya te las va a comprar. Además, yo no quiero hacer más beneficio por la situación. Para mí es un día normal, pero con más gente”.

La noche que necesitaban

En su caso, a la 1 de la madrugada echarán el cierre, tal y como sucede todos los jueves. La noche terminará una hora más tarde en La Fontanilla, donde poco antes de las 23 horas Wnek ya tiene que decir que no puede servir más hasta que alguien abandone el pequeño pub. Al igual que en los demás bares, los tréboles de cuatro hojas, las camisetas de los Celtics y los gorros típicos protagonizan la escena. Diferente es el ambiente, pues en este pub cualquier persona es capaz de hablar con el de al lado sin necesidad de gritar. “Aquí hay de todo”, sentencia el camarero, y mira alrededor. Justo después, dos jóvenes extranjeras le preguntan por el chupito más barato. En total, cinco euros por unos centilitros de Jägermeister que dan el pistoletazo de salida a la noche de fiesta.

La espuma espesa de la Guinness, esta noche, combina con todo. Un joven barbilampiño moja su humilde mostacho en ella, al igual que los labios pintados de rojo de su compañera. Todos unidos en una algarabía sin freno que no terminará cuando se cierren los clásicos pubs, aunque McGuinness eche de menos el festivo laboral que acompaña a la cita. Con todo y con ello, sus dueños habrán hecho la caja que tanto ansiaban y, además, se habrán quitado de encima los cientos de gorros de Guinness que han repartido en unas horas y que nadie sabe cómo y dónde terminarán, excepto los leprechauns, el duende verde irlandés.

Parecía una noche más para Rónán McGuinness. Apoyado en la barra de La Fontanilla, a escasos metros de la Puerta del Sol, y junto a su pareja, observaba con cierta tranquilidad el deambular de todas las personas que este pasado jueves, la noche de Saint Patrick, San Patricio para los castizos, decidieron salir a celebrar la efeméride por las calles de Madrid y tomar la típica cerveza negra. Poco queda de tradición cristiana en los diversos establecimientos engalanados de negro, blanco y verde en esta cita. Los cientos de chavales, y no tan jóvenes, lo atestiguan: aquí se viene a beber, bailar y disfrutar de la noche del duende verde y el trébol de cuatro hojas. Y aunque el 17 de marzo

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