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Pozas, un barrio del futuro que se destruyó de forma ilegal para hacer un Corte Inglés
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50 AÑOS DE SU DEMOLICIÓN

Pozas, un barrio del futuro que se destruyó de forma ilegal para hacer un Corte Inglés

El franquismo liquidó uno de los barrios más emblemáticos de la capital para construir un gran centro comercial

Foto: Pozas en 1972, con solo la casa de la familia Olmo Enciso en pie.
Pozas en 1972, con solo la casa de la familia Olmo Enciso en pie.

Si le pregunta a cualquier urbanista cómo será el barrio del futuro, a buen seguro le hablará de un espacio ajardinado, libre de ruidos y humo, donde los niños pueden jugar en la calle y los vecinos colaboran por la comunidad. Un barrio bien conectado con el transporte público, pero con restricciones al privado, en el que los vecinos cubren sus necesidades básicas sin necesidad de caminar más de 15 minutos gracias a la red de comercio local. Y, si le permite elegir, será céntrico y con vistas.

Así era Pozas, un barrio de Madrid que desapareció hace justo 50 años bajo la piqueta del furor urbanístico. Cuando Barcelona intenta cambiar su urbanismo por medio de las 'superilles' y Madrid se plantea la recuperación de un proyecto de células urbanas, un barrio decimonónico del distrito Centro ya tenía esas respuestas. Se trataba de un triángulo equilátero formado por 19 edificios que en su centro albergaba un vigésimo bloque, de naturaleza dotacional, en el que convivían un centro cultural, una fábrica de botones y lo que se terciase. Los vecinos de Pozas, en su mayoría de clase trabajadora, gozaban de la vida de un pequeño pueblecito en el corazón de la ciudad, sin problemas de tráfico ni contaminación, con el colegio y todos los comercios a su alcance mientras disfrutaban de unas estupendas vistas al Parque del Oeste.

No siempre fue así. Cuando el constructor Ángel de las Pozas diseñó el barrio en 1860, Argüelles estaba fuera de la cerca de Madrid, que contaba solo 300.000 habitantes. Con un ojo puesto en el trabajo del Marqués de Salamanca, que por entonces planificaba el ensanche de la ciudad a través del barrio que lleva su nombre, De las Pozas quiso "dignificar la clase obrera de Madrid de una manera 'metropolizadora' y dar fin a las construcciones unifamiliares, que terminan siendo nidos de humedad y de frío extremo en invierno". Para ello se hizo con un solar barato, depreciado porque que su forma triangular dificultaba la planificación, y construyó con unos estándares impensables para los trabajadores de mediados del XIX: eran edificios de cuatro alturas, con baño privado y unas condiciones sanitarias a años luz de las casas autoconstruidas que habitaba la clase baja.

De las Pozas solo necesitó tres calles (Hermosa, Solares y el pasaje de Valdecilla), junto a una plaza, para dar vida a un proyecto que más bien parecía una ciudad: había mercado, estafeta de correos, puesto de la Guardia Civil, colegio, varias tabernas, todo tipo de talleres artesanos y hasta una Escuela de Artes y Oficios. El lugar pronto se volvió muy popular entre los madrileños, tanto que el primer tranvía de la ciudad, lanzado en 1871, optó por comunicar los barrios de Salamanca y Pozas a través de la Puerta del Sol.

Foto: La colonia San Cristóbal, flanqueada por las Cuatro Torres (A.P.)

Los trabajos de carpintería con los que se adornaron los edificios, la calma que se respiraba en sus calles y el curioso aspecto del pavimento, compuesto por gravilla de río y losas de granito, fue clave para la popularización del barrio, ya que llamó la atención: primero de ciudadanos curiosos que iban a pasear; después de figuras ilustres como Pérez Galdós, Peridis o Pío Baroja, y finalmente del cine, que llegó a rodar allí más de cincuenta películas.

En 1955, en el cénit de la fama de Pozas, nació en la calle Hermosa el catedrático de Arqueología Lauro Olmo Enciso. Hijo del dramaturgo Lauro Olmo y la escritora Pilar Enciso, Lauro jr. fue la última generación que se crio en las calles de Pozas. "En aquella época los niños jugaban en la calle, pero es que nosotros casi vivíamos en la calle, porque ni siquiera había coches. Estábamos todo el día en el barrio, porque siempre había un vecino controlándote por si te pasaba algo", recuerda el académico. "Era una vida muy tranquila y vecinal, donde nos conocíamos todos, porque el tipo de urbanismo lo favorecía: cuando yo me ponía malo, siempre había un vecino que se enteraba y nos subía un caldo".

placeholder Aspecto del barrio de Pozas a comienzos del XX.
Aspecto del barrio de Pozas a comienzos del XX.

Su infancia feliz en Pozas se rompió una mañana de 1968. "Al principio no sabíamos ni qué pasaba. La Policía llegó al barrio y empezó a desalojar a vecinos. Primero fueron a las casas de los ancianos, a los que sacaban con una orden de desahucio, una indemnización de 5.000 pesetas y un pisito en la Ciudad de los Ángeles, que ni pertenecía a Madrid", recuerda Lauro. Lo que sucedió es que el ayuntamiento, con Arias Navarro al frente, decidió reorganizar esa zona y demoler el barrio al completo. Se basaban en unos presuntos informes técnicos de ruina inminente que nunca aparecieron. De hecho, el Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid (COAM) acudió a peritarlos y concluyó que no había ruina de ningún tipo, sino una desatención del revoco de las fachadas que podía solucionarse.

La desaparición de Pozas

Pero la piqueta no paró. En pleno desarrollismo, con la ciudad desbordada ante la avalancha de trabajadores de provincias que se hacinaban en chabolas por falta de vivienda, Pozas surgía como un espacio óptimo para construir torres y centros comerciales. "Ese es el gran pecado del desarrollismo a nivel urbanístico", dice José María Ezquiaga, premio nacional del Urbanismo y ex presidente del COAM, "que fue un proceso sumamente ignorante y bárbaro con la memoria de las ciudades".

Foto: Aspecto del exterior de La Vaguada en los años 80

Lauro, con solo 13 años, vio desde la ventana cómo se llevaban a sus amigos del barrio. "Iban por los pisos uno a uno. Muchas familias salían llorando, rotas de la impotencia, porque ni sabían cómo se iban a pagar una nueva casa", dice el catedrático. Cuando todos estaban en la calle, el ayuntamiento llevaba sus muebles al Depósito de la Villa, al aire libre, donde muchos vecinos se los encontraban destrozados por la lluvia. "Cada día se llevaban a unas cuantas familias. Muchas ponían querellas, pero según llegaban se iban archivando", lamenta Lauro.

Cuando un edificio quedaba vacío, piqueta. Fueron cayendo uno a uno, en un plazo de cuatro años, hasta dejar el barrio lleno de solares. Para colmo, cada pocos días se declaraba un incendio en los descampados, algo que los vecinos tomaron como una medida de presión, pero que la inmobiliaria cargó sobre los niños del barrio. Para 1971, solo quedaba el bloque de Lauro en pie. A la altura de la sección de peletería de El Corte Inglés, una sola familia resistió durante un año en mitad de la desolación. "Miraba por las ventanas y solo había escombros e incendios, pasé miedo, porque ya no quedaba ningún vecino", dice.

placeholder Lauro Olmo, padre, a la izquierda, junto al dueño de un bar de Pozas.
Lauro Olmo, padre, a la izquierda, junto al dueño de un bar de Pozas.

Su padre, el dramaturgo, autor de la famosa obra 'La camisa', se lo tomó como una guerra personal e hizo lo que estuvo en su mano para enfrentarse a la demolición: llenó al ayuntamiento de demandas al tiempo que aprovechó su popularidad para acaparar portadas de periódicos y movilizar a los vecinos. En 1972, el desahucio de los últimos de Pozas se convirtió en uno de los temas del año: "Mi padre consiguió una movilización vecinal impensable para la época", explica Lauro, "porque entonces no se movilizaba la gente así como así. La represión era muy fuerte y solo se movían los muy politizados, pero en Pozas había gente de derechas, de izquierdas, militares, ateos... fue la primera movilización contra un desahucio en la ciudad".

El ayuntamiento, preocupado por la relevancia mediática del asunto, aceptó reunirse con Lauro Olmo para sofocar la situación e intentó sobornarle. "A mi padre le ofrecieron un piso en Madrid y otro en La Manga para abandonar el barrio. Les respondió que le parecía bien, que seguramente los vecinos iban a aceptar ese acuerdo... ¡y no veas cómo se puso cuando le dijeron que era una oferta solo para él! Les acusó de querer comprarle y la prensa mostró aún más atención", afirma su hijo.

El 11 de febrero de 1972, a las nueve de la mañana, la inmobiliaria situó su piqueta frente a la vivienda de los Olmo. Allí estaban todos los medios nacionales, pero también la BBC y Le Monde, que habían enviado corresponsales a Madrid para cubrir la historia. Cuentan las crónicas que el padre de familia, a la desesperada, salió corriendo a por pintura y adornó su puerta con los colores de la bandera española, amparándose en una ley que decía que no podía mancillarse la enseña nacional de ninguna manera. Tampoco funcionó. Vencidos después de cuatro años de lucha contra los elementos, la familia salió pasadas las 10:30 de la mañana. Un barrio murió esa mañana. Su fotografía fue portada al día siguiente y se convirtió en un icono de la lucha contra los atentados urbanísticos.

placeholder De izquierda a derecha: Lauro (padre), Lauro (hijo), Pilar Enciso y Luis.
De izquierda a derecha: Lauro (padre), Lauro (hijo), Pilar Enciso y Luis.

Casi una década más tarde, cuando sobre sus casas ya había un Corte Inglés y un hotel de cuatro estrellas, el Tribunal Supremo dio la razón a Lauro Olmo y declaró ilegal la construcción del centro comercial. La indemnización apenas dio a los Olmo Enciso para pagar los costes del proceso legal: "Y el derecho al retorno, naturalmente, nos fue denegado, porque entonces aquello ya era una superficie comercial de mucho éxito", dice Lauro.

"Era un barrio con casa antiguas que, en un momento dado, se convirtió en demasiado goloso para los especuladores, no hay mucha más historia", argumenta.

Con Pozas se perdió una parte muy importante de la vivienda social de Madrid en el siglo XIX. En los setenta, Ezquiaga fue pionero a la hora de proteger las colonias de Madrid desde el ayuntamiento, que en otra época se consideraban despreciables y hoy son los lugares más caros de la ciudad. Ese, quizás, hubiera sido el destino de Pozas de haber sobrevivido un par de años más: "El desarrollismo, y su pretensión de modernidad, hizo crecer las ciudades durante los sesenta y los setenta a costa de su propia memoria e identidad", dice el arquitecto. "Pozas era perfectamente recuperable, como lo ha sido la colonia del Pico del Pañuelo en Arganzuela, pero fue presa de los dogmas incontestables de la época: el coche manda y lo que se lleva son las grandes superficies comerciales. Poco después, en los ochenta, cambió la sensibilidad y empezamos a elaborar catálogos de edificios protegidos, pero ya era tarde para Pozas".

"Lo que es la memoria", dice Lauro. "Con lo que se luchó, y hoy nadie que pase por allí se acuerda de que todo esto sucedió, y fue hace no tanto". Medio siglo después, el catedrático no le guarda rencor al ayuntamiento, pero sí le quiere recordar "que los vecinos de Pozas, por cómo resistieron contra un derribo ilegal, se merecen un homenaje".

Si le pregunta a cualquier urbanista cómo será el barrio del futuro, a buen seguro le hablará de un espacio ajardinado, libre de ruidos y humo, donde los niños pueden jugar en la calle y los vecinos colaboran por la comunidad. Un barrio bien conectado con el transporte público, pero con restricciones al privado, en el que los vecinos cubren sus necesidades básicas sin necesidad de caminar más de 15 minutos gracias a la red de comercio local. Y, si le permite elegir, será céntrico y con vistas.

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