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Los madrileños que celebran las fiestas navideñas con un día de retraso
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Los madrileños que celebran las fiestas navideñas con un día de retraso

Toman las uvas a las seis de la mañana, comparten las cenas con sus familiares a través de videoconferencia y hacen de pajes reales hasta bien entrada la noche de Reyes

Foto: Papa Noel visita un hospital
Papa Noel visita un hospital

Los festivos son los días siguientes. Pero Nochebuena y Nochevieja marcan un paréntesis en la vida cotidiana. Las dos navidades consecutivas de la pandemia puedendesenfocar un poco la importancia de estas veladas. Sólo hace falta retrotraerse a 2019. Como recuerda el taxista Ángel Sobrino, algunos esas noches cenan con agua. Toca trabajar. La ciudad bulle en una Nochevieja de las de antes. Quizá en el último recinto en que se puede pensar en una fecha así es en el Museo del Prado. Pero a alguien le toca estar en su interior, vigilando que las cámaras no muestren imágenes sospechosas. Un 31 de diciembre, dice Miguel Corroto, encargado general de vigilancia de la pinacoteca, los sistemas suelen reflejar a más gente “contenta” por la calle.

Paco del Pozo lleva muchos años trabajando en la firma de seguridad privada Prosegur. Tras vigilar centros comerciales e instalaciones relacionadas con el transporte, ahora mismo presta sus servicios en uno de los edificios públicos más señeros de Madrid. Su convenio marca que una de las dos fiestas –o su víspera- se trabaja. Lleva alrededor de 15 de estas fechas señaladas trabajadas. Las efusiones fruto del alcohol marcan un 31 de diciembre. Evitar que la gente haga sus necesidades en las calles céntricas que rodean este edificio es una de sus tareas. Los episodios de vandalismo se hacen más frecuentes. Tratar con personas en estado de embriaguez puede ser desquiciante. Una característica de su trabajo es la mano izquierda. A veces hacen función de psicólogo. De su etapa en centros comerciales recuerda otra fecha navideña a priori no tan conflictiva: la de Reyes. Las tiendas abren hasta más tarde para dar servicio a los pajes reales más rezagados. Del Pozo nos cuenta que alguno de ellos llega a perder ciertamente los nervios si, como Schwarzenegger en aquella película, el regalo prometido no se ha conseguido cuando el reloj lleva todas las de ganar en la partida.

La Nochebuena puede estar lejos de resultar una noche de paz. Elena, agente de Policía Nacional, tiene muchas de estas fiestas de servicio a su espalda durante los 16 años que lleva en el cuerpo. El alcohol, la costumbre del aperitivo que se prolonga hasta pasado el discurso del Rey y la reunión entre parientes puede acabar resultando explosiva. Tanto como para ver allí personados a unos agentes. En el mayor número de casos, no hay detenidos y se limitan a realizar una labor de mediación entre los parientes en conflicto. La Policía pone el acento en el mayor riesgo de violencia de género en estas noches.

Lo que no entienden de fiestas de guardar son los infartos o los ictus. De ahí que en los primeros que pensemos sean los profesionales sanitarios. Almudena López de Lerma, enfermera en Urgencias del Gregorio Marañón, tiene grabada en la memoria la Nochevieja en la que un señor que se encontró indispuesto nada más tomar las uvas estaba sufriendo un infarto. Falleció nada más atravesar la puerta. Hubo que informar a una familia vestida de gala, que no daba crédito a la súbita muerte del ser querido con el que compartían mesa y mantel menos de una hora antes. El mal sabor de boca ya no se fue en todo el turno.

En Nochevieja bulle la actividad tras las doce campanadas. “Se multiplican los servicios”, afirma Ángel Sobrino. Antes de eso se ha producido lo que denomina Tardevieja. Otra excusa para llegar cargado a la cena. Para la Policía es una noche de gran actividad. No se baja de los quince servicios. En los tiempos del auge de las fiestas en discotecas, los primeros incidentes se daban a la hora de abrir, con los problemas relacionados con el aforo de las salas. El avance de la madrugada hace estragos. A partir de las cinco vuelven los clientes a los taxis. Y arrancan las peleas en los sitios públicos. Los que dan con sus huesos en el calabozo tienen un aterrizaje abrupto en el

Año Nuevo. “Se despiertan sin saber ni dónde están ni por qué les duele todo”. Almudena sabe determinar la cronología de esas noches. Empiezan tranquilas. Luego llega el momento de las peleas en discotecas, los botellazos en la cabeza y los comas etílicos. Después, éstos remiten para dar paso a los accidentes de tráfico. Muchas familias se quedan en casa. (Y más ahora). Los que opten por encender el televisor también tienen trabajadores al pie del cañón en algún rincón de la Comunidad. Verónica Vega es operadora de Continuidad en Trece. Como cuenta a El Confidencial, los servidores pueden fallar. Y eso implicaría dejar a negro la pantalla mientras tiene lugar la Misa del Gallo o la emisión de Sonrisas y lágrimas. De modo que esas noches toca trabajar revisando que todo esté a punto. Este año encaran su primera Nochevieja con producción propia en directo.

Todos ellos se dedican a oficios vocacionales en los que ya saben que no hay horarios. Lo que no quita que suponga un sacrificio privar de ese tiempo a sus familias. “Una videollamada no es lo mismo”, apunta Verónica, que nota un antes y un después en el esfuerzo de estas jornadas desde que tiene hijos. Elena recuerda que “no sabes cuál va a ser la última Navidad con la familia junta”. “Fallar en esas cenas se hace duro”, dice Paco, que recalca que no todos en cada casa entienden igual estos gajes del oficio. Otro aspecto en el que coinciden es lo rápido que pasan las horas esas noches. “Hay mucho movimiento y te dan las siete sin que te des cuenta”, relata Ángel. “No hay tiempo para las uvas”, cuenta Elena. “Enseguida te están llamando”. Verónica repasa tanto las tareas de esas noches para ganar en tranquilidad que el trabajo transcurre volando. Al trabajar en una instalación grande, Paco de la Hoz comparte esos turnos con trabajadores de otros departamentos. Se crea una comunidad especial. En esos momentos señalados, no es raro que cada uno traiga algo de su cosecha para alcanzaralgo que se parezca lo más posible a un banquete. Elena recuerda el detalle que suelen tener esos grandes almacenes en los que usted está pensando, en forma de cestita con turrón y una botella para brindar. Verónica habla maravillas de la cena que dispone su empresa para esas ocasiones. Sólo lamenta no tener el tiempo para no disfrutarla en condiciones.

Los que trabajaron el año pasado notaron la gran diferencia que trajo consigo la pandemia. Segundo estado de alarma y “toque de queda”. No se veían ni coches. Almudena teme que, en pleno repunte Ómicron, en el hospital estas fiestas sean más tranquilas que 2019, claro, pero más movidas que 2020. Pero hay que sacar tiempo para cumplir con los ritos. El año se empieza comiendo doce uvas. Aunque sea a las seis de la mañana del día uno, viendo la repetición en un ordenador de la sala, junto a una compañera.

Los festivos son los días siguientes. Pero Nochebuena y Nochevieja marcan un paréntesis en la vida cotidiana. Las dos navidades consecutivas de la pandemia puedendesenfocar un poco la importancia de estas veladas. Sólo hace falta retrotraerse a 2019. Como recuerda el taxista Ángel Sobrino, algunos esas noches cenan con agua. Toca trabajar. La ciudad bulle en una Nochevieja de las de antes. Quizá en el último recinto en que se puede pensar en una fecha así es en el Museo del Prado. Pero a alguien le toca estar en su interior, vigilando que las cámaras no muestren imágenes sospechosas. Un 31 de diciembre, dice Miguel Corroto, encargado general de vigilancia de la pinacoteca, los sistemas suelen reflejar a más gente “contenta” por la calle.

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