Draman, el hombre que se construyó una casa bajo el puente de Reina Victoria
En estos 12 meses ha conseguido, tras excursiones al punto limpio, construirse tres paredes que le refugien del frío y de la lluvia en invierno, pero también del árido viento en verano
La entrada a su casa podría ser la de cualquier persona normal. Hay flores y una pequeña bandera de España. La bandera está descolorida (también un poco roída), pero podría pasar por la clásica bandera que medio país cuelga de sus balcones. También hay flores muertas. Quizá no estén muertas, pero sí secas. Son solo flores mustias. Parecen de cartón mojado.
Draman se acerca hasta las puertas de su hogar con un porro apagado en una mano y un pequeño plato con queso y dátiles en la otra. Hábilmente, haciendo malabares con el canuto y la merienda, consigue quitar el candado que impide el paso a los extraños a su lugar de descanso. El problema es que es solo eso, un lugar de descanso al que imaginativamente llamar hogar. Son solo tres paredes hechas de madera de la basura, puertas viejas y cajas de cartón. Su techo es el puente de la Reina Vitoria, a pocos metros de la tumba de Goya, en pleno corazón de Madrid.
Draman, al que en España llaman Ramón, es uno de esos tantos invisibles que se ven obligados a vivir en la más absoluta indigencia. Lleva dos años en España, uno de ellos en Madrid. Durante toda su estancia en la capital, ha vivido bajo ese viejo puente que cruza el río Manzanares. En estos 12 meses ha conseguido, excursión tras excursión al punto limpio, construirse tres paredes —la cuarta es la base del puente— que le refugien del frío y de la lluvia en invierno, pero también del árido viento en verano.
Hace unas semanas, se hizo viral en la red social TikTok un pequeño clip en el que aparecía su "casa". En el vídeo se podía ver su gris vivienda como un lugar romántico, idílico incluso, construido con el sudor de la frente de un hombre que disfruta viviendo ahí, con el paseo del río Manzanares por porche. Como si las personas no existieran. Como si la realidad fuera solo un lugar remoto en el que reflejar nuestro ideal. Como si no hubiera nadie ahí dentro comiéndose las consecuencias de vivir en la indigencia. Y sí lo hay. Ese alguien es Ramón.
"¡No, no, no tengo 85!", me responde con un español precario que refugia palabras y expresiones propias del francés. "Soy del 85. Tengo… ¿Cómo se dice?... 36 años".
A Ramón le cuesta mucho hablar. Tiene los ojos rojos, se tambalea y lleva en la cabeza un gorro de lana. Ignora que en Madrid ya es primavera y que lo que ahora se lleva son las gorras y los pantalones cortos. Aun así, a pesar de su notable estado de embriaguez, tiene muchísimas ganas de hablar, aunque sea mezclando el castellano con el francés.
"Vivir en la calle es duro. Muy duro. Pero Madrid es menos duro que mi país. En mi país tú y yo no podríamos estar hablando. Cualquiera podría matarte por la cámara que llevas y no pasaría nada. La policía no podría ayudarte. La policía podría matarte por la cámara que llevas".
"Soy de Costa de Marfil", continúa diciendo. "Allí hay una guerra muy mala. He visto cómo le quitaban la vida a mis amigos. Creo en Dios y sé que las vidas no vuelven. Cuando te mueres te vas con Él y todo se acaba aquí. Yo no quiero que mi vida se acabe. Me gustaría mucho volver a Costa de Marfil, pero allí la vida se me puede acabar. Prefiero vivir mal en Madrid que morir en Costa de Marfil. Mi familia vive allí y creo que los pueden matar en cualquier momento. Hablo mucho con Dios y le suplico que no pase".
Aunque el último conflicto bélico en el que se vio envuelto en Costa de Marfil fue la guerra civil de 2011, allí todavía no ha terminado la guerra social. El país, que se encuentra en el golfo de Guinea, una de las zonas más pobres y desiguales del mundo, vive cada día su propio conflicto contra la hambruna, los señores de la guerra y las disparatadas tasas de mortalidad infantil. En Costa de Marfil, el hambre es lo único que hay en abundancia.
Cuando termina de explicarme la situación de su país, le pido permiso para entrar un su agujero y él acepta con un ágil movimiento de hombros. Me invita respetuosamente a entrar, pero en verdad se la suda. Seguirá viviendo en la mierda por mucho que entre a ver sus cartones y colchones sucios. Para él solo soy un turista. Uno más.
"Yo no soy nada. Yo solo creo en Dios. He entrado a hablar con Dios a iglesias y mezquitas"
El agujero en el que vive es tan triste como curioso de ver. Es una estancia pequeña, hay un sofá, varios colchones, maniquís despedazados por el suelo y recortes de prensa pegados en las 'paredes'. También hay una Virgen cubierta de polvo. Le pregunto si es católico. Me responde que no: "En mi país casi todos son musulmanes. Yo no soy nada. Yo solo creo en Dios. He entrado a hablar con Dios a iglesias y mezquitas".
"No es nada cómodo vivir aquí. Es sucio. Ahí duermo", comenta cuando le pregunto por el colchón sucio que, apoyado contra un pilar improvisado, sirve como separador de la 'zona de estar' y el almacén de trastos. En todo el lugar se respira un ambiente cargado, como si hubiese poco oxígeno en el aire. Pegándole un taconazo al suelo puedo ver cómo una nube de polvo se levanta de la alfombra que hace las de moqueta. El cenicero del reposabrazos del sofá está repleto de porros apagados y colillas consumidas. Tras el colchón, hay una bolsa del Ikea con ropa sucia. "Se la llevo a la asociación y me la lavan", asegura. "Hay duchas públicas. Ahí pago poco y me puedo lavar, pero están sucias. Los de la asociación me dejan ducharme en sus casas a veces".
Le pregunto también por el espacio. Es estrecho y alargado, por lo que, habiendo un sofá y trastos variados, es difícil encontrar algún hueco en el suelo en el que colocar el colchón. "Ah, no duermo mucho. A veces en el sofá y cuando estoy cansado en la cama. Tengo que sacar el sofá para colocar el colchón. Nadie me lo ha intentado robar".
"Sé que yo hice cosas malas, pero porque quería irme. Si hubiera sido mujer, también me hubiera venido a España a hacer lo que fuera"
Junto a la Virgen María, hay un póster de Shakira. Se lo señalo con el dedo mientras se empieza a reír: "Me gusta mucho esa mujer". También hay un recorte de prensa en el que se habla del racismo institucional en Occidente. Aunque reconoce que no sabe mucho sobre el tema, me da su opinión: "España es un país raro. Se vive bien, mejor que en el mío, pero pasan cosas. Si un negro llama a la Policía porque ha tenido un problema con un blanco, van a detener primero al negro. No todos son tan malos como yo".
"Hice crimen cuando vine a España", retoma la conversación mientras nos sentamos en el sofá. "A mí no me engañaron, pero yo ayudé a engañar a mujeres para que vinieran aquí a eso. A follar".
"Primero estuve en Valladolid. Hace dos años. Estuve en Valladolid un año entero y allí estuve con mujeres que venían de mi país y de otros más pobres a follar con gente con mucho dinero. Ellas tampoco querían estar allí. La gente pasa hambre en África y es capaz de hacer cualquier cosa para irse. Es mejor estar en Madrid que en África. La gente no lo entiende. Sé que yo hice cosas malas, pero porque quería irme. Si hubiera sido mujer, también me hubiera venido a España a hacer lo que fuera. A mí me toco engañar".
"En Valladolid yo estaba bien. Follaba con quien quería y me pagaban", continúa relatando, evitando especificar cuál era en concreto su trabajo. "Allí había muchas drogas y muchas mujeres. Llegué de África sin nada y allí lo tenía todo. ¡Me tienes que entender! Pero me empecé a sentir mal".
"Sentía que me estaba equivocando. Dios me miraba y a Dios no le gustaba lo que hacía. Dios no me envió para hacer eso. Dejé de hacerlo y me vine a Madrid. Aquí no tengo nada. Ya no hay mujeres. Ahora solo estoy yo. Aquí —refiriéndose a la construcción que hay bajo el puente— también duermen dos personas más. Solo estoy con ellos. También tengo a gente de la asociación que me ayuda mucho. Me dan comida y todo lo que necesito. Ojalá pudiera ir a mi país. Aunque solo sea de vacaciones. Quiero ver a mi familia. No quiero que a las mujeres de mi familia les hagan hacer lo que yo he visto".
"No sé qué significa romantizar", finaliza, tajante. "Los pobres no son ni buenos ni malos. La gente como tú no entiende por qué hacemos estas cosas. Solo hacemos lo que podemos para huir".
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La entrada a su casa podría ser la de cualquier persona normal. Hay flores y una pequeña bandera de España. La bandera está descolorida (también un poco roída), pero podría pasar por la clásica bandera que medio país cuelga de sus balcones. También hay flores muertas. Quizá no estén muertas, pero sí secas. Son solo flores mustias. Parecen de cartón mojado.