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Los ‘gorrillas’ de Madrid: entre la coacción a los conductores y la supervivencia
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UN ASUNTO DE SEGURIDAD Y ORDEN SIN RESOLVER

Los ‘gorrillas’ de Madrid: entre la coacción a los conductores y la supervivencia

Grupos organizados de ‘gorrillas’ actúan sin control. Causan dos problemas principales: inseguridad ciudadana y merma en la recaudación municipal por aparcamiento regulado

Foto: 'Gorrillas' actúan en las cercanías del Hospital de La Paz. (M. G.)
'Gorrillas' actúan en las cercanías del Hospital de La Paz. (M. G.)

Se llama Life, pero su vida no ha sido un camino de rosas. No lo era en su Costa de Marfil natal, no lo es en España: “Llegué hace cinco años en patera y siempre he trabajado aquí en el Hospital Ramón y Cajal”. No es médico ni enfermero, tampoco limpiador, se dedica a ayudar a los pacientes que acuden al centro hospitalario a aparcar en una zona donde es muy difícil hacerlo: el barrio de Begoña, norte de Madrid, un lugar invadido por los coches de los vecinos y de la gente que va a sus citas médicas. Trabaja como 'gorrilla'.

Es una mañana de primavera gélida en Madrid. Life se frota las manos para calentárselas. “A mí no me gusta ser ‘gorrilla’, preferiría hacer otro trabajo, pero ya sabes”, dice mientras no se olvida de exigir la correspondiente propina por su servicio. Al igual que hacen otros 10 colegas de Ghana, Nigeria y otros países africanos a lo largo de no más de medio kilómetro. Un cigarrillo ayuda a relajar sus modos y habla: “Gano unos 15 euros al día, da solo para comer. Vivo ahí en La Malmea con mi novia”.

La Malmea es un polígono industrial en plena decadencia situado en una isla entre vías de tren y carreteras colapsadas por tráfico intenso. Allí viven muchos de los ‘gorrillas’ que trabajan en las zonas de los hospitales de Ramón y Cajal y La Paz. Lo hacen en chabolas y en naves abandonadas okupadas.

Pilar Fernández, miembro de la Asociación de Vecinos de Begoña, afirma que “llegan en un camión en primavera o comienzos del verano para acampar como pueden en La Malmea”. Luego se incorporan, si pueden, a los grupos de ‘gorrillas’ ya organizados.

“Están perfectamente organizados: tienen cabecillas que los controlan y trabajan por turnos de mañana, tarde y fines de semana”. Así se expresa una vecina de Begoña, que añade: “Ganan mucho dinero”.

El ejemplo de Life y sus colegas de calle es uno entre otros muchos grupos organizados que actúan en Madrid como ‘gorrillas’. Lo hacen sin mayor oposición de la policía ni de las autoridades municipales. Desempeñan una actividad que causa molestias a la gente y problemas de seguridad ciudadana y vial.

En las zonas donde hay servicio de estacionamiento regulado (SER), coaccionan a los ciudadanos para que paguen doblemente: su propina y la tarifa oficial. Además, en ciertos lugares, provocan que el ayuntamiento recaude menos porque son los ‘gorrillas’ quienes gestionan un dinero que previamente han exigido a los conductores echando unos mínimos céntimos al parquímetro cada vez que el controlador pasa junto al vehículo susceptible de ser multado.

Amedrentan a la gente, y no te creas que les piden 20 céntimos, les piden tres euros

Una controladora del SER que trabaja en el área de la Delegación de Hacienda está 'harta' de los ‘gorrillas’ porque causan numerosos problemas. Prefiere no dar su nombre por miedo a represalias, pero asegura: “Amedrentan a la gente, y no te creas que les piden 20 céntimos, les piden tres euros. Luego, cuando pasamos nosotros, el nuevo sistema les permite echar 10 céntimos y así nosotros no podemos sancionar”.

“En La Paz son muy agresivos”

Ana María Zurdo es controladora del SER en la zona del Hospital de la Paz, uno de los más importantes y concurridos de Madrid. A su espalda se ubica la calle Pedro Rico, de no más de 200 metros de longitud, donde se concentran no menos de 20 ‘gorrillas’ de origen subsahariano. “Hay muchos enfrentamientos con ellos, a veces insultan, empujan, han bloqueado los parquímetros para pedir el dinero y sacar el tique ellos más lejos”, dice Zurdo. Afirma que están muy organizados y que hay cabecillas. Añade: “Lo que hacen es extorsionar y la gente paga la propina porque no se fía de que les hagan cualquier pifia en el coche”.

Otra controladora que trabajó en La Paz asegura que allí son “muy agresivos”. Relata que en cierta ocasión llegó una mujer con un bebé que tenía 41 grados de fiebre pero no tenía dinero para pagarles y no dejaban que saliera del coche. “Tuvo que intervenir un compañero y llegó a las manos con uno de ellos”, dice.

Los grupos organizados de ‘gorrillas’ se sitúan en zonas de mucha afluencia de coches, principalmente en los entornos de hospitales, instituciones, lugares de ocio y centros comerciales. Pero en los últimos tiempos también frecuentan zonas residenciales.

Así ocurre en algunas calles del centro oeste de la capital. Familias de rumanos llegan por la mañana a esa zona y se distribuyen por Argüelles, Moncloa y Vallehermoso. A la hora de comer se les puede ver juntos cocinando con hornillos y comiendo en la calle Cea Bermúdez. Dejan huella en forma de montones de desperdicios. Sus miembros pasan la mañana empleados en una planificada distribución de tareas varias: venta de pañuelos en los semáforos, ruego de limosnas y en la ‘ayuda’ para aparcar.

El portero de una finca de la calle Domenico Scarlatti, junto al Tribunal Constitucional, se queja: “Amedrentan y los vecinos están hartos. Yo siempre les doy un euro y así me quito el miedo. Me han robado un par de veces dentro del coche en pleno día y me han roto el retrovisor, no puedo asegurar que fueran ellos, pero...”.

Mihaela se desempeña junto a otros colegas en el paseo de Rosales, junto al Parque del Oeste, lugar de ocio tradicional para los madrileños. “No siempre estamos aquí, en dos semanas nos vamos a recoger la cereza a Extremadura”, cuenta esta mujer rumana. Entretanto, el conductor paga el aparcamiento a razón de casi tres euros las dos horas y, además, si no quiere quedarse con la inquietud, apoquina la propina.

Otra de la zonas donde se ejercitan impunemente los ‘gorrillas’ es el entorno del Parque de Atracciones y el Zoo Aquarium, en plena Casa de Campo. Llevan chalecos reflectantes y gorras oscuras, dando la apariencia de ejercer un servicio público. Los coches son aparcados entre los árboles y al borde de la carretera. Las familias, que van a pasar un día de ocio, no se complican y pagan ese impuesto ilegal. Así, los ‘gorrillas’ regulan el tráfico, una competencia que no les corresponde.

Las autoridades se lavan las manos

Una ordenanza de 2014 limitó el tiempo de estacionamiento de los vehículos de los no residentes a un máximo de dos horas en las zonas verdes y a cuatro en las azules. Se pensó que ya no tendría sentido que los ‘gorrillas’ siguieran haciendo su actividad, pero se han mantenido en el tiempo.

“Antes cumplían una función: los ciudadanos les dejaban el dinero para que fueran echando si venían los controladores y gestionaban ese dinero para sacar algún beneficio, pero eso ya no es posible y, sin embargo, siguen en las calles”, dice Mario Arnaldo, presidente de Automovilistas Europeos Asociados.

Arnaldo considera que el Ayuntamiento de Madrid podría eliminar este fenómeno, pero no lo hace. “Es difícil actuar, pero se les puede molestar con la presencia de policías”, dice. Y agrega: “La consecuencia es que el automovilista se siente coaccionado por unos hechos que ocurren con el beneplácito de las autoridades”.

Preguntado, el Cuerpo Nacional de Policía dice que no tiene competencias en el problema de los ‘gorrillas’ porque no se aprecia criminalidad organizada en su actividad y pasa la pelota a la Policía Municipal de Madrid. Esta la devuelve al otro campo porque la criminalidad organizada no es asunto suyo. Y el Área de Seguridad del consistorio de Manuel Carmena guarda silencio.

Se llama Life, pero su vida no ha sido un camino de rosas. No lo era en su Costa de Marfil natal, no lo es en España: “Llegué hace cinco años en patera y siempre he trabajado aquí en el Hospital Ramón y Cajal”. No es médico ni enfermero, tampoco limpiador, se dedica a ayudar a los pacientes que acuden al centro hospitalario a aparcar en una zona donde es muy difícil hacerlo: el barrio de Begoña, norte de Madrid, un lugar invadido por los coches de los vecinos y de la gente que va a sus citas médicas. Trabaja como 'gorrilla'.

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