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Buscando casa en el Bronx de Madrid: diez pisos en un edificio y ocho están okupados
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Buscando casa en el Bronx de Madrid: diez pisos en un edificio y ocho están okupados

Está a 10 minutos de Atocha pero tiene el metro cuadrado más barato de Madrid. En un 30 por ciento de las casas ni siquiera hay inquilinos registrados

Foto: Interior de las viviendas a la venta en San Cristóbal (A.P/A.V)
Interior de las viviendas a la venta en San Cristóbal (A.P/A.V)

Las agencias inmobiliarias recomiendan tres protocolos distintos para evitar que se metan okupas en los pisos a la venta en San Cristóbal de los Ángeles. El primero consiste en dejar un televisor o una radio siempre encendidos, además de una bombilla con temporizador para que se haga la luz un rato cada noche. El segundo pasa por instalar una alarma en la puerta, como si en lugar de humedades concéntricas y muebles de la posguerra hubiese dentro un tesoro. El tercero, el más barato, se reduce a cegar la mirilla con cinta aislante y encomendarse a San Cristóbal, patrón del lugar.

El barrio con los peores indicadores sociales de Madrid es también escenario de un mercado inmobiliario desfigurado por la marginalidad y la okupación. San Cristóbal tiene el metro cuadrado más barato de la capital (925 euros/m2), un 25 por ciento de viviendas desocupadas (la mayoría en manos de bancos) y apenas oportunidades para alquilar. “La misma casa que te puedes comprar por 35.000 euros no se alquila por menos de 500 euros al mes. El motivo es que nadie se atreve a alquilar para que luego se le meta un moroso y no pague”, reconoce un agente inmobiliario de la zona.

En una mañana visitamos tres apartamentos, los tres herencias de familias que crecieron en el barrio y que se han marchado para siempre. Los tres comparten tamaño, unos sesenta metros cuadrados: lo habitual en el plano de las viviendas de protección oficial de la época, hoy liberalizadas. El primero sale por 57.000 euros, diez mil más que los otros dos, ya que tiene la fachada rehabilitada y un ascensor.

No sobran los ascensores en San Cristóbal y suponen un incremento del precio notable. “Necesita una reforma… una reforma integral, vaya”, dice el agente inmobiliario antes de abrir la puerta. El espectáculo es desolador: gotelé, manchas en la pared, mobiliario de cocina de los años 60… Aunque algunos edificios se han apuntalado y rehabilitado para mejorar su habitabilidad, el barrio sigue anclado en el tiempo. Los precios cayeron en picado con la crisis y gran parte de los propietarios solo quiere colocar sus herencias, como sea, y no volver por allí.

Las otras dos viviendas se parecen entre sí. Una escalera angosta brinda acceso a puertas baratas, en ningún caso blindadas. Una está conectada a una alarma. En la otra la radio nunca descansa, como si hubiese alguien escuchándola, como si alguien le fuera a plantar cara a los okupas cuando caiga la puerta. La planta es sencilla: un salón, una habitación de matrimonio y otra para los niños al final del pasillo. La sensación al recorrer las estancias es desasosegante: hay muñecas colgadas de las paredes, colchas de los 70, visillos hechos a mano y azulejos estridentes en la cocina y en el baño. Como si los inquilinos hubieran salido despavoridos por una alarma nuclear en 1970 y todo hubiese quedado tal cual, con un Marca de la época abierto sobre la mesa del comedor donde aparecen Butragueño y Míchel en la alineación del Real Madrid.

San Cristóbal ha sufrido una de las mayores devaluaciones inmobiliarias de España. Según datos de las agencias que operan en la zona, las mismas casas por las que llegaron a pagarse hasta 120.000 euros en 2007 se ofrecían en 2014 por menos de 20.000. Cientos de familias humildes, muchas inmigrantes, firmaron hipotecas antes de la crisis que no podían pagar en cuanto perdieron sus trabajos. Los pisos quedaron en manos de los bancos y muchos acabaron ocupados. Algunos por familias que no tenían donde pasar la noche y otros por grupos organizados que cobran una suerte de alquiler ilegal a los inquilinos.

El panorama de las fachadas es prolijo en cables desnortados, que salen de la ventana del sexto y entran por la del segundo, como si para obtener electricidad se pudiera prescindir de Iberdrola. Y este es precisamente uno de los grandes miedos en torno a los okupas: “El otro día pude ver cómo están los cuadros de luces de este edificio. Si los ves… cables de alta tensión empalmados con otros finísimos, que empiezan a estar negros de la corriente que pasa por ellos. No me extraña que se incendien los edificios, como pasó en una de las torres del norte hace unos años”, dice el dueño de la cafetería Pérez.


La okupación es tan común en el barrio que resulta complicado encontrar un edificio en el que no haya al menos un apartamento con inquilinos ilegales. Diego dice que en su bloque son mayoría. “Hay diez viviendas y sólo pagamos dos familias. En otras cinco casas hay okupas y en las otras tres hay gente que no paga el alquiler a los propietarios y están en trámites de desahucio. Tengo miedo a irme de vacaciones y que, al volver, no pueda entrar a mi casa”.

Diego lleva desde los cuatro años viviendo en San Cristóbal y asegura que el barrio estaba mejor a principios de los 80. “Esto era vivienda popular que hicieron en los años 60 para los obreros que venían de otras provincias, como mi padre, y que trabajaban para empresas públicas. Para Renfe, para la EMT…”, recuerda. Eran casas construidas deprisa, con cimientos débiles, mal encofrados y los peores materiales. “Cuando los primeros en llegar se fueron muriendo o marcharon, quedaron reemplazados por inmigrantes”, afirma.

Hace unos meses, regresaba de trabajar a las siete de mañana y se encontró a su mujer y sus hijos despiertos. No habían pegado ojo por culpa de una juerga ecuatoriana en el edificio de al lado. “Salí enfadado, empezamos a discutir y me tiraron litronas desde la ventana. Le hicieron una herida en la cabeza a mi mujer. Me puse como una furia. Bajó mi hijo mayor a ayudarme y luego el pequeño con el cuchillo jamonero. Acabó viniendo la policía y el Samur. Tuvimos juicio y todo. Desde entonces les he cogido manía”, recuerda.

San Cristóbal está a 10 minutos en Cercanías de Atocha y a 20 de Moncloa en Metro. El ambiente es el de un pueblo y no le faltan instalaciones. Tiene parques infantiles renovados, un centro cultural donado en su día por Caja Madrid y un moderno centro de salud. Y sigue existiendo un tejido comercial nutrido, en el que los negocios de toda la vida han ido perdiendo terreno ante las tiendas regentadas por inmigrantes: una peluquería dominicana, un ultramarinos paquistaní, un 'todo a 100' chino, una carnicería ‘halal’... Sin embargo, apenas atrae a parejas jóvenes que no provengan directamente del extranjero.

La inercia demográfica del barrio es un círculo vicioso del que los únicos que no escapan son jubilados e inmigrantes. Jorge, uno de los pocos menores de 40 años que ha encontrado trabajo en San Cristobal, dice que el 90 por ciento de sus amigos de infancia se han marchado. “Aquí hay bares latinos y bares donde eres el más jóven siempre con una diferencia de 30 años. Pero para irte a tomar una caña y no ser el único distinto lo más cerca es Villaverde. Aquí ya solo quedan inmigrantes y jubilados”, dice. Las estadísticas confirman su impresión: de los cerca de 15.290 habitantes censados, el 20 por ciento tienen más de 60 años y más del 40 por ciento proceden de otros países, aunque la tasa del padrón baja unos puntos porque muchos disponen ya la nacionalidad española.

Las agencias inmobiliarias recomiendan tres protocolos distintos para evitar que se metan okupas en los pisos a la venta en San Cristóbal de los Ángeles. El primero consiste en dejar un televisor o una radio siempre encendidos, además de una bombilla con temporizador para que se haga la luz un rato cada noche. El segundo pasa por instalar una alarma en la puerta, como si en lugar de humedades concéntricas y muebles de la posguerra hubiese dentro un tesoro. El tercero, el más barato, se reduce a cegar la mirilla con cinta aislante y encomendarse a San Cristóbal, patrón del lugar.

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