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En La Palma, el volcán se apagó, pero el fuego sigue: "Hay que sacarlos de los contenedores"
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En La Palma, el volcán se apagó, pero el fuego sigue: "Hay que sacarlos de los contenedores"

En el año III del Tajogaite aún hay palmeros en casas prefabricadas, el centro turístico de Puerto Naos es una ciudad fantasma y algunos negocios brotan en la lengua de magma seco

Foto: Puerto Naos, el antaño vibrante núcleo turístico de La Palma (EFE / Luis G Morera)
Puerto Naos, el antaño vibrante núcleo turístico de La Palma (EFE / Luis G Morera)
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Como con el 11-S, todo el mundo en La Palma recuerda dónde estaba el 19 de septiembre de 2021, día en que el Tajogaite empezó a expulsar lava. Francisco estaba en Elche, en un taller que enseñaba a sus asistentes a superar el duelo. Había perdido en poco tiempo a su mujer y más tarde a su madre. Era un domingo a la hora de comer cuando su hermano le llamó y le dijo "se vino el volcán".

Francisco le preguntó por dónde había surgido el cono, hizo cálculos mentales y pronto una sola cosa ocupó su mente: el cementerio.

A lo largo de los siguientes 84 días, la lava continuó descendiendo por la ladera de la isla hasta desembocar en la playa de Los Guirres, oculta entre plataneras hasta que el volcán la descubrió. Pocas semanas antes, el manto negruzco había alcanzado el cementerio, aunque solo parcialmente. Para este antiguo profesor de química, la tristeza se unió a la impotencia. El nicho de su madre sobrevivió al Tajogaite, pero ahora Francisco solo puede verlo a lo lejos. Entre su recuerdo y él, un montón de cascotes de magma solidificado y una verja que impide cruzar por motivos de seguridad. “No he podido ir a llevarle flores el Día de Difuntos de los últimos tres años”, lamenta.

En el valle viven casi 30.000 personas. Los damnificados fueron alrededor de 8.000, es decir, una de cada tres personas. O dicho de otra manera, prácticamente todas las familias.

placeholder Cementerio de Las Manchas, donde las coladas acabaron por sepultar bajo la lava buena parte de sus tumbas (EFE/Luis G Morera)
Cementerio de Las Manchas, donde las coladas acabaron por sepultar bajo la lava buena parte de sus tumbas (EFE/Luis G Morera)

Por mucho que uno haya visto imágenes y fotografías del volcán, la primera impresión del Tajogaite es sobrecogedora. Nada más atravesar la cumbre y su neblina, al bajar por el verde valle de Aridane donde las plataneras brotan frondosas a ambos lados de la carretera, de repente aparece esa gigantesca lengua negra de magma que baja desde la Cumbre Vieja —como se llamó originalmente al volcán— hasta el Atlántico. El contraste es tan brutal como si alguien hubiese dirigido una función teatral de El Señor de los Anillos y luego hubiese guardado los decorados de La Comarca y Mordor en una misma taquilla.

Ambos mundos, antagónicos, se dieron cita en la casa de Amanda Melián, la dueña de la llamada "casa de la grieta". La lava llegó hasta su jardín y sepultó media vivienda, pero sin llegar a derribarla. Su hogar quedó inmortalizado en una fotografía de Emilio Morenatti y desde entonces, hordas de turistas acuden a hacer lo propio. Harta de que su casa, a la que las autoridades no le dejan acceder, se haya convertido en un reclamo turístico, la cubrió de plástico hace tres semanas.

Delante de su casa apareció una fisura y, en una reactivación del volcán, empezó a emanar la colada que acabó sepultando el cementerio más abajo el 25 de noviembre, apenas tres semanas antes de que el volcán se declarara extinto. Aunque oficialmente solo se registró una víctima —un hombre de 72 años que murió asfixiado por las emanaciones de monóxido de carbono al colaborar en las tareas de limpieza— mucha gente siente un dolor muy parecido por el destino del camposanto de Nuestra Señora de Los Ángeles.

El alcalde de Los Llanos de Aridane, Javier Llamas, comparte el pesar de la población: "Sienten que han enterrado dos veces a sus seres queridos, cuando los enterraron ellos y cuando los enterró el volcán". Aunque la parte no afectada fue abierta a finales de 2022, aún quedan muchos nichos impracticables. El regidor avanza a este periódico que, además de trabajar para retirar los escombros volcánicos y construir de nuevo los nichos, planea crear un memorial para honrar la memoria de todas esas personas cuyos restos se han perdido.

"Todo bajo el malpaís negro"

Lena y Rosa, dos octogenarias, toman el aperitivo bajo una buganvilla en el bar La Pérgola, en el centro de Los Llanos. Ambas son propietarias de plataneras en la zona arrasada por el volcán. Pero la lotería de la lava es caprichosa. Los terrenos de Rosa han podido ser parcialmente recuperados, si bien adolece de continuos cortes de agua: “Sin agua, los plátanos se te mueren en 15 días”. Para Lena, la cosa tiene difícil solución: “Mis plataneras están todas debajo del malpaís negro”, dice, y se contenta en que, al menos, ya no le cobran el agua.

De un día para otro, el semáforo de los vulcanólogos pasó de amarillo a rojo y miles de personas tuvieron que abandonar su domicilio en cuestión de minutos y dejar atrás toda una vida. Había otro color, el naranja, que alerta a los ciudadanos de una erupción inminente, pero dándoles cierto margen para hacer las maletas y recoger sus objetos más preciados.

Una de las demandas colectivas que están por resolverse en los juzgados palmeros versa en torno a la ausencia de esta alerta naranja. "Nadie estaba preparado", dice Francisco. "En cada pueblo del valle se decía 'todos al campo de fútbol' y eso hicimos, ¿pero y después qué sucede? Nadie lo sabía".

Aún hoy, muchas familias siguen viviendo de forma provisional, soluciones de emergencia que tardaron un año en ocupar. Tras la erupción tuvieron que pasar meses de sofá en sofá. Los damnificados se acumulan en un puñado de calles. En la primera de ellas, una docena de cabañas de madera de estilo nórdico. En la siguiente, una hilera de caravanas aparcadas en línea. Entre medias, un colegio infantil, y detrás, los conocidos como "contenedores", donde viven hoy unas 85 familias. Se les llama así porque es lo que son, contenedores de transporte marítimo a los que han puesto una puerta y una ventana para convertirlos en vivienda.

placeholder Los contenedores donde aún viven 85 familias (A. V.)
Los contenedores donde aún viven 85 familias (A. V.)

Los vecinos se muestran huidizos. Francisco dice que a muchos les avergüenza declararse víctimas de una tragedia así. "Hay mucho miedo aún a aparecer y a hablar".

El actual alcalde accedió al cargo tras las elecciones del año pasado. Inicialmente recibió una buena acogida, pero no tardó en darse cuenta de que a los vecinos, tres años después, le queda muy poca paciencia. El pasado viernes acudió a la zona cero de los contenedores, que han empezado a tener goteras y se están oxidando. Lo esperable, porque son contenedores metálicos.

Llamas prometió a los vecinos reparaciones, pero no era eso lo que estaban esperando. Se vio rodeado de hostilidad. “Están desesperados”, confirma el alcalde, “piensan que van a seguir ahí diez años más”.

Ante una situación sobrevenida como esta, un regidor local no cuenta con demasiados ases en la manga. El ayuntamiento está en conversaciones con el Instituto Canario de Vivienda para tratar de conseguir vivienda social asequible, pero por mucho que se agilicen los trámites, nadie espera soluciones antes de un año. "Hay que sacar a esa gente de los contenedores", dice.

"La realidad es que la administración no ha proporcionado ninguna vivienda nueva"

Entre medias, además de la colada de magma, muchas otras cosas se han agrietado en el Valle de Aridane. Muchas de las víctimas se han enemistado, ha habido envidia por la disparidad en las indemnizaciones recibidas, especulación en la venta de parcelas a gente desesperada por comprar tierras donde hacerse una casa improvisada con bloques de hormigón, incluso el engaño de un promotor que vino a prometer y salió huyendo con el dinero en el bolsillo de gente sin casa que le confió hasta 90.000 euros en su desesperación.

Se calcula que el coste para el Estado de la erupción supera los mil millones de euros, aunque casi un 60% ha sido indirectos: desgravaciones fiscales, ERTE, planes de empleo o ayudas a autónomos. "La realidad es que la administración no ha proporcionado ninguna vivienda nueva", explica el profesor y miembro de la asociación Tierra Bonita, "todo lo que ha adquirido el Instituto Canario de la Vivienda pertenecía a los bancos o a fondos buitre".

La lujosa ciudad fantasma

Muchos de ellos vivían en casas a las que el volcán ni siquiera rozó. Colada abajo, en Puerto Naos, antaño conocida como la Marbella de La Palma, las autoridades decretaron hasta el pasado verano el regreso de sus habitantes debido a que los niveles de CO2 eran peligrosamente altos. Bajo el manto de lava dura salida del volcán Tajogaite, se abrieron una serie de túneles que conectaban con otras cavidades del subsuelo. El gas acabó apareciendo en sótanos y zonas bajas de esta localidad costera donde durante décadas palmeros y extranjeros adquirieron su segunda residencia.

Foto: Costa de La Palma donde se realojó en un primer momento a los afectados. (EFE/Luis G Morera)

El dióxido de carbono es el mismo gas que exhalamos, pero a determinados niveles deja de ser inocuo para ser tóxico. En el aire, el CO2 está a unas 400 partes por millón, en Puerto Naos y la Bombilla llegó a estar a 20.000, cuatro veces por encima del límite. Sin embargo, meses antes de que el Cabildo diese luz verde, decenas de vecinos armados con medidores low cost de gases regresaron a sus casas con nocturnidad alentados por algunos expertos locales, que conformaron un comité llamado Plan de Emergencias Insular de La Palma que, a menudo, contradecía las recomendaciones de organismos como el Instituto Geológico y Minero de España o el Plan de Emergencias Volcánicas de Canarias.

El único comercio que hay abierto en la principal avenida de Puerto Naos es un supermercado Spar. Antes y después, solo sitios cerrados. Bares orientados a extranjeros, una pizzería con un polvoriento muñeco de un chef. "Van volviendo poco a poco, pero todavía hay algo de miedo”, explica la encargada del supermercado. Espera que a partir del 15 de octubre, cuando el municipio celebre sus fiestas por primera vez desde que explotó el Tajogaite, los otros locales empiecen a abrir. “De momento, para tomarse un café por aquí hay que ir hasta Charco Verde", a unos dos kilómetros en dirección opuesta al volcán.

placeholder La carretera cortada y, al fondo, la colada de lava (A.V)
La carretera cortada y, al fondo, la colada de lava (A.V)

El único sector que está conquistando la colada es el primario. Casi a pie de costa, las excavadoras retiran la lava para recuperar las antiguas fincas de plátano. Muchas de ellas ya están cubiertas de nuevo con tela de arpillera, señal de actividad. De momento solo se permite la intervención en sitios donde la lengua de magma alcanza una altura de diez metros, pero hay lugares donde llega a superar los sesenta metros, aproximadamente la altura de un gran hospital como La Paz o el 12 de Octubre. Nada más extinguirse la erupción, ladera arriba, sorprendentemente, apareció una explotación de áridos. Sus camiones suben y bajan el lateral de la lengua gigante en un camino blanquecino, marcado por la cal que se utiliza para elaborar conglomerados a partir de lava molida.

Oficialmente, la erupción del Tajogaite solo ha dejado una víctima mortal. Sin embargo, en estos tres años, no está claro cuánta gente se ha marchado del valle de Aridane. "A principios de 2021 éramos más de 22.000 en la localidad", dice el alcalde de Los Llanos, "ahora creo que estamos en torno a 20.200", pero podrían ser menos. Mucha de la gente que se ha ido podría seguir empadronada. Muchos extranjeros, que son de los que más compensación han recibido por sus seguros, dejaron La Palma y se instalaron en otras islas. "Para nosotros bajar de 20.000 sería un palo", reconoce Llamas. Supondría bajar de categoría administrativa y, obviamente, perder recursos. "Por eso es vital tener pronto viviendas donde alojar a toda esa gente".

"El nuevo paisaje es el resultado de un proceso irreversible, tenemos que aprender a verlo"

Entre medias han quedado muchas otras polémicas, como la de los científicos que defendían proteger el patrimonio geológico de los vecinos que, armados con una excavadora, avanzaban a través de la colada tratando de recuperar las vías que les llevaban a su finca. Salvo a aquellos cuyos terrenos les ha sido expropiado, por ejemplo para construir las nuevas carreteras, todas las tierras siguen siendo de sus dueños, que ahora también poseen una cantidad increíble de magma solidificado.

"Alguna colada tendrán que preservar, como patrimonio que es de una erupción reciente", explica un miembro del IGME que prefiere no aparecer con su nombre y apellidos, "pero es cierto que, al final, la riqueza de La Palma es que está constituida por un montón de erupciones recientes, por eso también es tan fértil".

La parte más positiva de que ahora, una parte tan enorme del valle esté cubierta de malpaís, es que permitirá superponer varias estrategias, de la geológica a la artística, sin comprometer lo principal: el derecho de propiedad y la producción de plátanos, tan pronto como la temperatura del subsuelo lo permita. "Las propuestas para la reconstrucción del paisaje afectado por la erupción del Tajogaite deben atender en primer lugar a recuperar la nueva normalidad de los damnificados por la catástrofe", opina el arquitecto canario Juan José Martínez, que no obstante añade que "las estrategias son compatibles con la conservación selectiva de la colada, en tanto que el paisaje emergente debe entenderse como el resultado de un proceso irreversible, tenemos que aprender a verlo de manera pragmática sin ignorar su particular belleza".

Como con el 11-S, todo el mundo en La Palma recuerda dónde estaba el 19 de septiembre de 2021, día en que el Tajogaite empezó a expulsar lava. Francisco estaba en Elche, en un taller que enseñaba a sus asistentes a superar el duelo. Había perdido en poco tiempo a su mujer y más tarde a su madre. Era un domingo a la hora de comer cuando su hermano le llamó y le dijo "se vino el volcán".

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