"El hospital Isabel Zendal es desvestir un santo para vestir a otro"
Pero Farias no es solo escritora. Desde que se licenció en Medicina ha dedicado su vida a la cooperación; primero en Greenpeace, después en Médicos Sin Fronteras
"No te miran como si fueras menos por ser mujer. Simplemente es que no estás. De ahí viene la historia de la novela. No te desplazan, desapareces. Y quise contar cómo puedes llegar a disfrutar el hecho de ser invisible. Me lo tomo con humor porque yo tengo el privilegio de poder entrar y salir con mi billete de vuelta, pero si ese fuera mi único espacio no le vería ningún tipo de magia. En todos los países árabes eres otra especie". Paula Farias (Madrid, 1968) ha escrito 'Fantasmas azules' (Alianza de Novelas), un libro en el que habla de mujeres en Afganistán; su segunda novela después de 'Dejarse llover', que le sirvió de base a Fernando León de Aranoa para su película 'Un día perfecto'.
Pero Farias no es solo escritora. Desde que se licenció en Medicina, ha dedicado su vida a la cooperación. Primero como marinera en el barco Rainbow Warrior de Greenpeace y después en Médicos Sin Fronteras, donde llegó a ser presidenta. Con ellos ha estado en Darfur, en la guerra de Kosovo y bregando la crisis del ébola. También trabajó en la respuesta contra el coronavirus en Madrid durante la primera ola. Ahora es consultora pero sigue yendo a terreno, como esa visita a un valle afgano en el que pudo atender a mujeres cuyos maridos no aceptan, salvo en casos de extrema gravedad, que las atienda un médico que sea hombre.
PREGUNTA. La mayor parte de su trayectoria profesional está ligada a la medicina y a la ayuda humanitaria, pero también es escritora. ¿Cuánto tiene que ver su padre (Juan Farias, Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil) con lo que es hoy?
RESPUESTA. Mi padre murió hace diez años pero está muy presente. Todo lo bueno o malo que tengo viene de él y sigo filtrando mucho de su mirada. Era escritor, nos crio a los cinco hermanos en un mundo mágico, él miraba el mundo y lo novelaba directamente. Y creo que eso influye en mi faceta como escritora. He estado en un montón de conflictos y de circunstancias brutales, pero no dejo de ver siempre el cuento que hay debajo. Eso me ayuda a colocar el mundo. Cuando uno es capaz de sintetizar y de resumir en un cuento lo que está viendo es porque lo ha entendido bien.
P. Sin embargo, no estaba muy convencido de que estudiara Medicina porque no quería que se convirtiera en alguien con una placa dorada en la puerta. ¿A usted por qué le gustaba?
R. A la medicina me aproximé porque me apetecía llenar una mochila de vacunas e irme a la selva, era un personaje literario que tenía construido en mi cabeza. Es cierto que mi padre no quería que hiciera algo formal, nos exigía que fuéramos mágicos, cosa que a mis compañeros les parecía una suerte; pero es casi peor, es muy difícil cubrir esa expectativa. No le hacía gracia que quisiera ser una persona al uso (sonríe). Terminé la carrera y me fui al Amazonas a trabajar, y ahí descubrí lo mucho que recibes cuando echas una mano. Te engancha ser capaz de levantar a alguien que se ha caído, darle otra oportunidad… Eso es bestial y es lo que nos mueve a todos los que hacemos acción humanitaria. Una energía maravillosa.
P. Sigue existiendo una percepción de la figura del médico como alguien venerado en determinados entornos. ¿Alguna vez ha tenido esa sensación cuando ha llegado a algún país en los que ha trabajado? Ahí había poca placa dorada y mucha urgencia…
R. No tanto por ser médico. En MSF hay todo tipo de perfiles, médicos, logistas, administrativos… y todos tienen el mismo peso. No hay esas diferencias que se dan aquí, por ejemplo, entre médicos y enfermeras, que es un clásico. En el terreno somos todos compañeros, cada uno tiene una función pero no existe la jerarquía. Pero es verdad que cuando un equipo llega a terreno eres el que lleva soluciones, o al menos las intenta, y eres diferente del que las necesita.
"En la guerra pasabas miedo, pero era un riesgo aceptado. Con el covid, la sensación es que la retaguardia es tuya, es tu gente y es tu casa"
P. ¿Cómo se maneja con la vulnerabilidad? En España la pandemia nos ha hecho constatar de golpe ese término, la fragilidad del ser humano y la fortaleza de un bicho…
R. Fíjate que a pesar de que nosotros hemos vivido situaciones como esta e infinitamente peores, epidemias, conflictos armados, gente muriéndosete en las manos sin tener recursos para atenderlos a todos, pensábamos que teníamos el callo hecho. Pero ha habido aquí algo que no habíamos vivido, que la trinchera era tu casa. Cuando te ibas a la guerra no se lo contabas a tu madre, pasabas tu miedo y tu susto, pero era un riesgo aceptado. Cuando hemos trabajado en el covid, la sensación de que la retaguardia es tuya, es tu gente y es tu casa, te coloca en una posición de vulnerabilidad que no habíamos tenido jamás. De hecho, el refuerzo que ofrecimos desde MSF durante la primera ola hizo que nos vaciáramos por dentro, no nos podíamos permitir el lujo de bajar los brazos o decir que ya no podíamos más. Si lo hacías, no había otra línea de defensa. Ha sido una enseñanza.
P. ¿Qué papel desempeñó MSF en la primera ola?
P. Nos ofrecimos a un montón de hospitales, y básicamente les dimos unas gafas nuevas. Ahora lo hace todo el mundo por defecto; pero a veces, cuando tienes el problema encima, hay que dar un paso atrás para ver mejor. Por ejemplo, montar camas en la cafetería, en un polideportivo; lo que nosotros llamamos 'soluciones de fortuna'. En esos primeros días era muy necesario cambiar de chip, que a lo mejor no se trataba de hacer más horas sino de hacerlo diferente. Ese fue nuestro esfuerzo. Costó mucho y sobre todo unos días claves para convencer de que había otra forma de trabajar. En Alcorcón y en Leganés montamos los pabellones pero hicimos en muchos otros hospitales un mapeo para ver la cabida de camas.
P. ¿A quién entregaban esas gafas? ¿Médicos, políticos, gestores?
R. Lo intentamos a todos los niveles, de lo más alto a los jefes de urgencias. Digamos que tuvimos variadas respuestas. Algunos bien, a otros les costó mucho y algunos directamente no quisieron escuchar.
P. ¿Y esos qué argumentan?
R. Bueno, que lo tenían todo muy claro y no tenían ningún problema. Tantas veces hemos escuchado eso de que estaba todo bajo control… Yo coordiné Madrid pero teníamos equipos en toda España. Qué te voy a contar...
P. ¿Usted habría convertido Ifema en un hospital y habría construido el Isabel Zendal?
R. Son dos cosas diferentes. El hospital de Ifema era una buena idea pero se tenía que haber construido antes, porque llegó muy tarde. Se empeñaron en ponerlo muy bonito pero no era el momento, porque ya se estaba muriendo la gente en urgencias. Hacía falta una solución de fortuna.
P. ¿Eso qué es?
R. Por ejemplo, en Ifema no hacía falta tenerlo tan panelizado, con el oxígeno canalizado. Pones camas, la botella de oxígeno atada a la cama con cinta americana y con un tubo y listo. Queda cutre, pero es lo que hacía falta. Se optó por una excelencia que no procedía. Un paciente necesita un catre y una bombona de oxígeno, no parafernalia. Lo que no suma, sobra.
El Zendal estaría muy bien si tuviera recursos, pero al final es desvestir a un santo para vestir a otro. Es el problema crónico de la sanidad, que faltan recursos, médicos, reposo… No se trata de poner más camas, sino más personas. No se trata de colocar las piezas en el tablero, necesitas más piezas.
P. ¿Alguna vez se ha planteado tirar la toalla, después de tanta guerra, el ébola, esa falta de recursos que citaba antes y que provoca tantas muertes?
R. Tirar la toalla no, pero tomarte un descanso… Cuando tú no puedes más, avisas y pides un reemplazo. Entonces te sacan y mandan a otro. Tienes un botón del pánico, aunque a veces se tarde en obtener respuesta. No eres imprescindible. Pero en esta pandemia, en los momentos más duros, si te vas no hay nadie más, están puestos todos los recursos médicos, no hay de dónde tirar… y no sabes cuándo va a terminar, que es a lo que se están enfrentando los sanitarios ahora mismo. Llevan un año de desgaste, achicando agua a diario… Es una barbaridad. Esto nos ha hecho comprender mucho cómo está el personal nacional. Los médicos que están en Siria, en Yemen… ellos no se van. Entiendes por qué siguen y por qué aguantan. Porque es su casa.
P. Permítame un salto en el tiempo. Volvamos a lo que pasó después del Amazonas y su llegada al barco Rainbow Warrior de Greenpeace. Ha dicho en alguna entrevista que ahí le pagaban por hacer fechorías…
R. Es que aquello era un escándalo, el disfrute. Tener veintitantos años, recorrer el mundo navegando y a sueldo. Aprendí a hacer abordajes a los cargueros, a ser un pirata. Y lo intercalaba con las misiones, en la guerra de Kosovo, o con hacer una residencia en unas urgencias… Allí era marinero de cubierta y fui muy feliz. Un día el contramaestre me mandó pintar unas calaveras en unos bidones para hacer unas protestas. De pronto me dicen que me llama el capitán al camarote. Llegué y estaba el tío furibundo; recuerdo que era americano, se llamaba Peter. "¿Pero qué has hecho? ¡Has pintado todas las calaveras sonriendo! ¡Estamos protestando!", me dijo. Me cayó toda la bronca por eso. En ese momento deseé que toda mi vida y todas mis broncas fueran así.
P. Siempre ha dicho que en toda su trayectoria profesional ha intentado ver la luz entre tantas sombras. ¿Es posible en contextos tan complicados, tan al límite? Quizá nos sirva para relativizar este…
R. La parte emocional en esta pandemia es inevitable, pero el gran drama del confinamiento ha sido estar en casa, con la mantita, con la nevera llena y el agua caliente. Imagina tener que decirle que se confine al que no tiene más que un plástico, como pasa en los campos de refugiados. Esto para nosotros ha sido especial porque nos ha tocado en lo personal, pero si no puedes ir a trabajar tienes un Estado que más o menos se ocupa, la sociedad del bienestar. Cuando hablan de covid en África… ese es solo uno de sus problemas. Tienen tantas otras cuestiones con las que lidiar que el covid es una más. Esto mismo en un país en conflicto, mientras vas al hospital igual te atacan, o te bombardean el mismo hospital… Ahora estamos viendo ataques en las misiones médicas. Ahora no estás a salvo, son un objetivo.
P. La frustración…
R. Estás tan ocupado que no te da tiempo a eso. O igual va en la forma de ser. Lo mío es un optimismo suicida. En esos lugares donde todo es tan frágil, todo lo que haces suma. Hay que quedarse con eso.
"Es imprescindible moverte con ligereza, no ponerte en letras doradas, reivindicar el naufragio como una forma de estar en el mundo"
P. Y recurrir al humor negro, claro…
R. Es fundamental. Hay que saberse reír de todo, pero sobre todo de ti mismo. De verte en situaciones donde todo te supera. Es un remedio muy socorrido. Siempre digo que en los cuartos de urgencias, cuando era residente, decíamos un montón de barbaridades mientras te pasaba de todo. No te puedes tomar en serio nunca. El día que lo hagas, es el principio del fin.
Es imprescindible moverte con ligereza, no ponerte en letras doradas, reivindicar el naufragio como una forma de estar en el mundo. Hacemos lo que podemos y no pasa nada. Lo importante, como nos decían de pequeños, es participar, porque en el fondo no gana nadie.
P. Hablaba de que en terreno no hay jerarquías, pero fue usted durante varios años presidenta de MSF España. No sé cómo encajó en un espíritu libre aprender a manejar semejante maquinaria…
R. Fue una época dura. Además, dos de mis tres hijos nacieron durante ese tiempo, así que se me juntó todo. Se hablaba un lenguaje diferente al que yo traía, y fui bastante atípica, porque pasé de estar en la guerra de Darfur a que los compañeros me eligieran. No hubo ningún tipo de transición. Fue una responsabilidad y una faena (sonríe). Aprendí a no juzgar tanto y a comprender a la gente en su contexto. Te haces mayor y dejas atrás ese punto de adolescente furibundo, que en mi caso duró demasiado.
P. La recuerdo en esa época. Participó en un desayuno en el hotel Ritz y empezó su intervención diciendo que se le hacía raro hablar al calor del cruasán…
R. Vaya declaración de intenciones, me faltó decir: "Sois todos una panda de…".
P. Cretinos, imagino… ¿Qué hizo cuando dejó de ser presidenta?
R. He estado siempre ligada a MSF. Hicimos un documental que se llama 'Invisibles', después sacamos otro proyecto, 'Positive Generation', que no tuvo mucha repercusión pero para el que liamos a artistazos como Alejandro Sanz y Juan Luis Guerra con música de las mujeres de Zimbabue para concienciar sobre el VIH. Fue un disco precioso. Ahora trabajo mucho como consultora, tanto para MSF como para otras instituciones, evalúo proyectos y sigo yendo a terreno. Otra cosa que hice antes del covid fue el proyecto de compra de Dignity, un barco de MSF. Ha sido una barbaridad, hasta montamos una compañía naviera.
P. Cuénteme eso, por favor.
R. Es que tú no puedes operar un barco de esa envergadura como individuo, sino con una compañía propia. Porque ninguna naviera va a querer operar un barco que no es suyo, y menos para rescatar a gente que viene de Libia. La opción era alquilar un barco con tripulación de la naviera, como han hecho casi todas las organizaciones. Pero nosotros queríamos un equipo propio. Recurrimos mucho a la gente de Greenpeace con la que coincidí fregando la cubierta, que ahora son jefes. Fregar una cubierta une mucho (sonríe). Esa experiencia fue bestial. Creo que salió porque yo tengo desactivada la parte de mi cerebro en la que se dice que algo no se puede hacer. Mi cabeza no lo escucha. Y con este barco era lo que más me decían. Y lo conseguimos en tiempo récord, gracias a trocear todos los obstáculos.
P. ¿Cómo se siente cuando escucha a algunos líderes de partidos políticos criticar que se acoja a esa gente a la que su barco quería salvar?
R. Me parece una mediocridad, porque esa gente que viene no son unos pobrecitos ni unas víctimas. Es gente valiente, inspiradora y que no se rinde, que cualquiera querría tener cerca.
"No te miran como si fueras menos por ser mujer. Simplemente es que no estás. De ahí viene la historia de la novela. No te desplazan, desapareces. Y quise contar cómo puedes llegar a disfrutar el hecho de ser invisible. Me lo tomo con humor porque yo tengo el privilegio de poder entrar y salir con mi billete de vuelta, pero si ese fuera mi único espacio no le vería ningún tipo de magia. En todos los países árabes eres otra especie". Paula Farias (Madrid, 1968) ha escrito 'Fantasmas azules' (Alianza de Novelas), un libro en el que habla de mujeres en Afganistán; su segunda novela después de 'Dejarse llover', que le sirvió de base a Fernando León de Aranoa para su película 'Un día perfecto'.
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