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Casa Judía de Valencia, un antídoto en un mar de airbnbs
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Casa Judía de Valencia, un antídoto en un mar de airbnbs

Casi cien años después de su construcción, la obra del arquitecto repudiado Guardiola Martínez promete la utopía de lo distinto

Foto: Casa Judía de Valencia. (Wikipedia/Joanbanjo)
Casa Judía de Valencia. (Wikipedia/Joanbanjo)

Al igual que cualquier ciudad tiene un surtido exquisito de personas excéntricas, reconocibles por su sola presencia, todas tienen también su puñado de edificios que no encajan apenas con las normas estilísticas, que no son sencillas de encasillar con una época arquitectónica. La Casa Judía de Valencia, que es hermana de la Casa Xina de Barcelona, forma parte de este género de extraños.

Su aparición es un accidente repentino en la Calle Castelló de Valencia, en las espaldas de la Estación del Norte, y en uno de los ramales hasta Russafa. Como el barrio, y su mercado, colorido perdido, la Casa Judía ha ejercido de fondo de pantalla para la última década y media de la ciudad, ejercitada a partir de un rebranding colectivo donde el color de lo genuino, la proximidad más sexy, ha marcado la autoconciencia sobre el ‘producto Valencia’.

Pero la Casa Judía ya estaba allí. Mucho antes de todo esto. Comenzó a estar desde los años treinta, hace casi un siglo, y fue el encargo de Yosef Shalón para convertirse en un edificio de viviendas. Su zona baja terminaría convirtiéndose en el lugar de reunión de la escasa comunidad judía, recuerda el divulgador Esteban Gonzalo Rogel. La estrella de David, que corona el acceso principal, consolidó su nombre popular.

Su importancia, en cambio, va más allá del origen. Tiene que ver con cierto espíritu ácrata de afrontar la arquitectura. Quien la concibió, Guardiola Martínez, de Sueca, se dejó llevar por el delirio constructivo para levantar un hito del eclecticismo en su versión más libre, influido por el art decó orientalizante (de ahí la profusión de pagodas en ese período), vinculando referencias de la India y Egipto, plasmando hitos contemporáneos al arquitecto, como el descubrimiento por Howard Carter de la tumba de Tutankamón, apenas unos años antes. La fachada de la Casa Judía es un panel de influencias. Su estado exterior, con poco lustre, limita el impacto a todo color de un edificio que roza la psicodelia.

Foto: (Fundación Docomomo Ibérica)

Formado en Barcelona, Guardiola simplemente plasmaba su visión de la modernidad, producto de su afán por el viaje y por conectar sus obras en el Mediterráneo (desde viviendas a cines, teatros y auditorios) con el exotismo, una promesa de progreso para un militante socialista como él.

La Casa Judía se entiende mejor atendiendo a la Casa Xina, en el Consell de Cent de Barcelona, finalizada un año antes. Llamada Casa Ferran Guardiola, porque la levantó para su hermano, centrifuga la modernidad austriaca de la Sezession con los orientalismos (de Barcelona a China). Su primera gran representación del empuje ibérico hasta el más allá. Una apertura que, con la Guerra Civil, se truncaría, y de la misma forma para Guardiola: no volvió a construir en Barcelona y el resto de proyectos, en Valencia y alrededores, dejaron de expresar su ambición formal.

Del mismo año que la Xina, es el Ateneo de Sueca, en su pueblo, donde ensaya a pequeña escala -y con bastante más contención- aquello que pondría en práctica en su edificio señero de Valencia. Es en la Judía donde se suelta definitivamente, donde no se priva de nada en sus lances rocambolescos.

Foto: Blasco en la Ciudad Prohibida de Pekín, 1924. (Foto: Museo Blasco Ibáñez Valencia)
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Guardiola no lo hubiera imaginado, pero la ascensión de su Casa Judía al reino de los edificios ‘de moda’ refleja justo lo contrario que su pretensión por vencer aduanas y descubrir nuevos mundos, arquitectura mediante. El éxito reciente de su obra es un antídoto frente a la sensación de ciudades donde todo es igual. Frente a la homogeneización constructiva -la adicción a las fachadas asépticas blancas y grises es su último grito-, lo de Guardiola retrotrae a la utopía de lo distinto. Su apariencia facilona, tanto color como un mural urbano, hace el resto.

Si bien la Casa Xina es tomada como parte esencial de la influencia orientalista en el patrimonio barcelonés -catalogada en el Inventario del Patrimonio Arquitectónico de Catalunya-, la Casa Judía apenas ha recibido reconocimiento de su comunidad local. Y, aunque fuera de los cánones, merecería por completo auparse al inventario de aquellas creaciones que no se limitan a ajustarse a las normas establecidas, sino que buscan retorcerlas para imaginar un futuro nuevo, o al menos, un futuro de color y delirio, incompatible con un porvenir gris.

Al igual que cualquier ciudad tiene un surtido exquisito de personas excéntricas, reconocibles por su sola presencia, todas tienen también su puñado de edificios que no encajan apenas con las normas estilísticas, que no son sencillas de encasillar con una época arquitectónica. La Casa Judía de Valencia, que es hermana de la Casa Xina de Barcelona, forma parte de este género de extraños.

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