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La parcela oculta donde Valencia esconde todas sus taras
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La Generalitat pagó 2,5 M de euros

La parcela oculta donde Valencia esconde todas sus taras

Valencia tiene un barrio sin nombre -aunque identificado como M3- a la vera de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. En él van a parar los fallos de su propio sistema

Foto: Vista del Ágora de Calatrava. (EFE/Ana Escobar)
Vista del Ágora de Calatrava. (EFE/Ana Escobar)

Una corona para rematar la cabeza del rey. Con un coste de 11 millones de euros, con un peso de mil kilos, con una presencia -en blanco- idónea para simbolizar el punto final del desarrollo íntegro de la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

El proyecto define un modelo que nació tras el viaje de Lerma, como presidente socialista, a París para analizar la Ciudad de las Ciencias. Debía llevar una torre de las comunicaciones y predicar la importancia de la ciencia. Tras el advenimiento de Zaplana, y el inicio de una filosofía política conjugada con su apellido, Calatrava estuvo a punto de quedarse fuera y el proyecto de quedar bloqueado. El PP se escandalizaba por los costes disparados. Una entente de última hora encauzó el rumbo, incorporó el Arte a la Ciencia (con un palacio de la ópera como icono) y disparó la ambición.

El Ágora, en el extremo final del complejo, debía ser el apéndice que sellara la Ciudad, expresión última de una Valencia que -tras quedar fuera del fiestón español en el 92- se conectaba a la modernidad a través del reconocimiento exterior y la postal futurista. Hasta 160 estructuras de acero y hormigón debían rematar la cubierta del Ágora. Pero la ausencia de un uso definido, y la concatenación de problemas, dejaron en el limbo el edificio.

Foto: Un turista toma el sol en la Malvarrosa. (EFE/Kai Försterling)

Finalmente, se convirtió en la sede fija del CaixaForum en Valencia, que integró con habilidad un edificio hecho paisaje dentro del caparazón del Ágora. Pero las lamas, los mil kilos de acero, los once millones de euros, quedaron fuera de juego. Se aparcaron en una parcela, llamada M3, creando un efecto de contraste cercano a la poesía paisajística: a un lado, la expresión más contemporánea de una ciudad, su promesa de futuro; al otro, un solar abandonado donde, como por acción espontánea, se acumulaban los fallos de un sistema que no encontraba lugar para sus propios excesos.

La parcela M3, hecho gran patio trasero, se ocultaba de la vida real en la ciudad, apenas era perceptible, hasta que un grupo de amigos expertos en urbanismo -desde el arte, la estrategia urbana o el diseño- terminaron llegando a ella. En una aventura imprevista que finalizó a la manera de un viaje que, por sorpresa, acaba en una costa desconocida.

placeholder Parcela M3 (Imagen cedida: LUCE)
Parcela M3 (Imagen cedida: LUCE)

LUCE (el artista), Chema Segovia (el arquitecto) e Iván Santana (el diseñador), alucinaron ante la aparición. Los restos de un sistema varado. Para ellos, “el descubrimiento de un lugar mágico” que comportó una “posterior indagación en torno a las cosas que allí suceden sin ser vistas y las reflexiones derivadas de ese proceso explorativo-investigativo”.

Dio forma a un pequeño libro, llamado Parcela M3, que recoge la manera que tuvieron de digerir esa revelación: “Envueltas por la maleza y el silencio, las 163 gigantescas lamas metálicas descansan desde hace más de una década a la espera de un desenlace que nunca llegó. La tranquilidad del espacio contrasta con la tensión que descubre la reconstrucción de los hechos que llevaron a aquellas piezas hasta allí. En un intento por abordar la apabullante complejidad que yace en la Parcela M3, nos propusimos un juego en apariencia simple: construir una reducción en madera que permitiese manejar su contenido con las manos. Ese reto nos llevó a medirnos cuerpo a cuerpo con el lugar y a imaginar futuros posibles para una historia de final inesperado por no haber tenido fin”.

Pero la parcela, en su uso como patio trasero, no había dicho su última palabra. Como parte de su rutina urbana, LUCE y los suyos volvieron a visitar la M3 hace ahora unos meses. Se encontraron con un árbol gigante. Seco, abandonado, como todo lo que llega a la parcela. Más a lo lejos, un macetero repleto de felicitaciones navideñas. Rápidamente, especularon con que fuera era el abeto mayúsculo que, desde la Toscana italiana, llegó a Valencia a petición del primer teniente alcalde Juanma Badenas (Vox) para decorar la Plaza de la Reina en la Navidad de 2023. La oposición denunció el procedimiento de contratación y la propia conveniencia de importar una especie poco común en el clima mediterráneo.

placeholder Árbol encontrado en el barrio M3 (Imagen cedida: LUCE)
Árbol encontrado en el barrio M3 (Imagen cedida: LUCE)

Tras la Navidad, el abeto buscó acomodo en el barrio de San Marcelino, pero las dificultades de aclimatación acabaron con él. Hubo que talarlo. Una especie en fuera de juego. “Qué paradójico y vergonzoso -escribió LUCE entonces- encontrar otro árbol de Navidad abandonado en aquel solar… desconozco de dónde viene este, pero quizás alguien reconozca el macetero. 
Barajé hacer distintas cosas con él, con el motivo de señalar que estaba allí. Un solar de objetos perdidos o echados a perder…

Finalmente decidí esperarme a que llegara la Navidad para iluminarlo.
Para resolver con cierta practicidad, me vi comprado unas tiras de led, pero fantaseaba con llevármelas de otro árbol, el del Ayuntamiento por ejemplo… dejar a oscuras aquel "árbol" majestuoso para iluminar aquel abeto seco periférico”.

Este diciembre iluminaron el árbol varado. Para que, la Parcela M3, también tuviera su propia Navidad. Como un barrio más. En recuerdo, subliminal, de las tres torres diseñadas por Calatrava que debían levantarse justo aquí para viviendas premium y por cuyo proyecto la Generalitat abonó 2,5 millones al arquitecto.

Una corona para rematar la cabeza del rey. Con un coste de 11 millones de euros, con un peso de mil kilos, con una presencia -en blanco- idónea para simbolizar el punto final del desarrollo íntegro de la Ciudad de las Artes y las Ciencias.

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