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Y España sacó su cañón: Benetúser se recupera gracias a una ingente movilización
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LA SOLIDARIDAD NO CESA

Y España sacó su cañón: Benetúser se recupera gracias a una ingente movilización

El Estado y los vecinos se vuelcan con las localidades de l'Horta Sud, que por fin están recibiendo la ayuda que llevan casi una semana pidiendo

Foto: El VREC de la Bripac se abre camino por las calles de Benatúser. (G. G. C.)
El VREC de la Bripac se abre camino por las calles de Benatúser. (G. G. C.)
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Álex, alumno de 4º de ESO, se enteró el domingo por la noche de que no tenía clase al día siguiente. Nada más llegar el aviso del ayuntamiento, sus amigos le propusieron un partido de fútbol a media mañana. "Vale, pero yo iré antes a Benetúser a quitar fango, os escribo luego". La respuesta de sus amigos la tengo delante: diez adolescentes forrándose las piernas con bolsas de basura para ayudar a sus vecinos. El fútbol, otro día.

Había cierta preocupación entre los vecinos de la l'Horta Sud por la llegada de esta semana. Tras el estallido de solidaridad que vivieron el sábado y el domingo, se temía que el lunes supusiera una vuelta a la dura realidad: la de que en una ribera del Turia están llenos de fango, y en la otra el centro de Valencia, intacta, funciona como si nada hubiera pasado. No ha sido así. El agujero que han dejado las miles de personas que hoy tenían que trabajar, lo ha tapado una legión de adolescentes y universitarios que, a primera hora de la mañana, han comenzado a cruzar los puentes en dirección a las pedanías del sur.

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Algunos son tan jóvenes que ni siquiera habían estado al otro lado del Turia. "¿Eso es ya Paiporta?", pregunta uno mientras avanza por las vías del tren, ahora inutilizadas. "No, eso es La Torre y, lo que se ve al fondo, Benetúser. Hasta Paiporta nos queda media hora de camino", le responde su compañero. Caminan, palas y escobones en ristre, hablando de sus asuntos, como si retirar fango fuese su rutina diaria. Entre la larga fila de voluntarios hay escenas que causan un nudo en la garganta, como chicas que no pesan 50 kilos portando garrafas de agua durante varios kilómetros o tres estudiantes japoneses que, sin saber una palabra de español, se han dejado convencer por sus compañeros de universidad para limpiar barro. No se ven selfis ni ganas de presumir en las redes sociales, solo vecinos ayudando a sus vecinos.

Si esto es la generación de cristal, que me pongan dos.

El acceso en coche sigue prohibido al sur del Turia. Por eso, cada mañana, miles de vecinos estacionan en los aparcamientos de San Marcelino, el último barrio de Valencia, y cruzan las pasarelas a pie. Por el acceso ferroviario, el espectáculo es propio de una película apocalíptica. Para limpiar las vías, las excavadoras de Adif han ido apartando a un lado los coches que arrastró la riada, convirtiéndolo en un cementerio de vehículos al aire libre. Algunos, pecando de intrépidos, han escalado la montaña de metal y vidrio para poner un mensaje en su coche: "No tocar, el seguro vendrá a por él".

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Entrando en Benetúser sufro un terrible déjà vu: un policía municipal de Madrid me pide que me eche a un lado. Me cuenta que han venido casi 200 efectivos desde la capital, y "al menos 30 compañeros que, estando de vacaciones, han decidido venir a limpiar, como un ciudadano más". Paso un rato en el cruce, observando la situación imposible del munipa frenando a un camión de bomberos de Barcelona para darle prioridad a una ambulancia de Málaga.

Ahora sí ha llegado el Séptimo de Caballería.

Ya era hora. Durante las primeras horas tras la riada, en Benatúser se sintieron abandonados por su país. Llegaban vecinos, pero faltaban la maquinaria, las fuerzas de seguridad y, sobre todo, el ejército. Hay vecinos que tuvieron que dormir al raso, algunos se quedaron encerrados con familiares fallecidos, otros atrapados bajo una montaña de coches y, al fin, acumularon larga lista de fallecidos que, quizá, podrían haberse salvado con un despliegue más ágil.

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El momento de depurar responsabilidades puede haber llegado a las redes sociales, pero desde luego no a los vecinos, que siguen empeñados en recuperar sus vidas. Ayer, por primera vez desde el martes, vieron sus calles despejadas, que no limpias. Para eso faltan muchas jornadas de trabajo. Durante todo el día, las calles de esta localidad de 16.000 personas han estado repletas de gente trabajando: Protección Civil, bomberos y policías de varias ciudades de España, la UME, la Guardia Civil... cualquier institución que se le ocurra, es probable que esté presente en Valencia.

Con todo, la maquinaria privada destaca claramente en número sobre la institucional. Camiones, remolques, excavadoras, retroexcavadoras y tractores de diversas empresas locales y regionales, aunque también de otras zonas del país, se mueven frenéticamente arriba y abajo por la kilométrica avenida que discurre entre Benetúser, Alfafar y Massanassa hasta La Torre.

Empresas de construcción, de reciclaje, chatarreros, empresas de rendering y agricultores, se dedican sin descanso a limpiar de coches en ruinas, escombros, basura y barro las calles de sus vecinos, amigos y familiares.

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Al volante de un enorme tractor verde aparece Juanjo Miñana. Juanjo es agricultor del Perelló, “de esos de los tomates del Perelló”, explica, una pequeña localidad marítima, 25 kilómetros al sur de Alfafar. “Mi hermano tiene una empresa de tractores y llegamos aquí el jueves, cuando no había nadie más”.

Ellos, como otros agricultores, se lanzaron no solo a hacer los primeros trabajos de desescombro, sino también de rescate. “El jueves ya estuve ayudando a una unidad de bomberos a sacar un coche hundido de debajo de un puente. El viernes y el sábado estuvimos quitando coches para que la gente pudiera sacar todas sus cosas mojadas y el barro del interior de los edificios y casas. Y hoy, aquí seguimos, ayudando en lo que sea y viendo para qué podemos hacer falta”.

Alfonso, un logroñés de 32 años, es uno de los psicólogos que ha gastado su dinero y sus vacaciones para ayudar a los valencianos. Al parecer, no es el único de La Rioja: "Tengo varios colegas desperdigados por toda esta zona. Hemos pillado un Airbnb para ocho y esta noche dormiremos por lo menos doce allí", explica a este periódico. Mientras habla, controla con el rabillo del ojo a Fawad, el dueño de un local de alimentación que está lanzando comida en mal estado a la calle. "¡Todo malo, todo malo!", clama el hombre entre sollozos. Alfonso se acerca y, mientras hablan, varios chavales se ponen a limpiar su acera sin necesidad de mediar palabra. El paquístaní rompe a llorar. Es una escena más de la mezcla de desesperación y agradecimiento que estos días se vive en Valencia.

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El ejército, que se desplaza en grandes camiones, ha traído unidades que sacan a los vecinos al balcón. El más jaleado es el VREC, también conocido como centauro de recuperación, del Regimiento de Caballería Lusitania (Brigada Paracaidista), un mastodonte de tres metros de altura que, según nuestros compañeros de EC Defensa, sirve como grúa de los vehículos que han quedado averiados. "En este escenario, se utiliza para mover vehículos pesados o grandes cargas. La pala es para abrirse camino".

Al caer el sol, los vecinos encaran de nuevo las pasarelas para volver a casa. Comparto camino con Moussa e Ibrahima, dos vendedores ambulantes de Senegal que llevan barro hasta en el pelo. Han llegado a las 8 de la mañana y no han parado de trabajar hasta las cinco de la tarde. Reconocen que se han tenido que marchar una hora antes de que caiga el sol porque tienen hambre, en tanto que se han negado a aceptar los alimentos y el agua que se pone a disposición de los voluntarios. "Eso es para ellos, para ellos", dicen, señalando a unos vecinos jubilados. Son dos de tantos extranjeros que estos días reman como un solo hombre: este periódico detectó, al menos, grupos de franceses, italianos, chinos, ecuatorianos, argelinos, marroquíes, ecuatorianos y colombianos.

Al cruzar el puente, compruebo que el atasco de camiones con víveres procedentes de todo el país sigue colapsando la radial. De hecho, cada vez llegan más. España ha sacado el cañón y, aunque queda mucho por hacer, se empieza a ver luz al final del túnel.

Álex, alumno de 4º de ESO, se enteró el domingo por la noche de que no tenía clase al día siguiente. Nada más llegar el aviso del ayuntamiento, sus amigos le propusieron un partido de fútbol a media mañana. "Vale, pero yo iré antes a Benetúser a quitar fango, os escribo luego". La respuesta de sus amigos la tengo delante: diez adolescentes forrándose las piernas con bolsas de basura para ayudar a sus vecinos. El fútbol, otro día.

DANA Valencia
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