Teresa, la 'Duquesa de Alba' de Paiporta que ha perdido 80 años de recuerdos: "Ya no me queda nada"
Su casa es una de las más antiguas de esta localidad, que ha sufrido con dureza los efectos de la DANA más destructiva de este siglo
A Tere le han llamado siempre la Duquesa de Alba. "No sé por qué", sonríe un poco. Quizás porque su casa es de las más antiguas de Paiporta. Con ese estilo tan característico de caserón de pueblo de huerta, a dos alturas, con enormes y vetustos portones de madera, sus techos altos, su patio y toda su engalanadura de azulejos valencianos en las paredes del interior.
O quizás se lo decían por su gusto por albergar eventos, reuniendo a cuanta más familia y amigos en su salón, mejor.
Un salón por el que ahora asoma el morro del Opel Astra que tenía aparcado en el garaje contiguo. "Es increíble, cómo vendría el agua para levantar el coche y hacerlo atravesar la pared hasta el salón", se sorprende Tere al mirarlo.
O quizás lo de la Duquesa de Alba le viene solo por una broma cariñosa por el apellido: Alba.
Tere Alba, a sus 80 años, es una de esas personas que, como todo Paiporta, vio cómo la riada provocada por la DANA del martes 29 de octubre, se llevaba gran parte de su vida por delante.
"Yo nací en esta casa que antes había sido de mis padres y antes de mis abuelos. Esta casa debe tener más de 150 años, seguro. Es una de las primeras que se construyeron en el pueblo, que se fundó en la calle de enfrente y en esta placeta. Yo me quedé esta casa cuando fallecieron mis padres. La reformé, la engalané. Estaba preciosa. Me ha costado tanto esfuerzo y cuidado. Y mira ahora".
A nuestro alrededor, una casa manchada de barro por todas partes, paredes y suelo, pero que ha cambiado bastante en los últimos dos días. El viernes, cuando empezaron a llegar voluntarios, en su interior había más de veinte centímetros de fango por toda la superficie. Las habitaciones eran inaccesibles y la cocina y el baño totalmente inutilizables. Dos días después, el esfuerzo de decenas de voluntarios ha puesto la casa en condiciones que permiten volver a bajar a esa planta.
Tere tiembla al recordar cómo fue la noche de ese martes que nunca olvidará. "Estaba aquí abajo por la tarde, viendo la televisión y mi hermana estaba arriba con mi sobrina. Entonces vino otra sobrina mía y nos dijo de mover de delante del garaje, porque daban que iba a llover mucho. Y se marcharon las dos con el coche y ya no las volví a ver. Y entonces, al poquito, me llama mi cuñada y me dice que me suba rápido a la segunda planta que está viniendo muchísima agua. No me dio tiempo a colgar y ya entraba el agua por la puerta. Y en lo que tardé en llegar al patio, ya casi no podía andar porque el agua ya me cubría casi hasta las rodillas. Entraba a chorros".
En apenas unas pocas horas, Tere veía desde la segunda planta cómo el agua se llevaba más de 100 años de historia y recuerdos para siempre. "Esto no nos lo esperábamos nunca. Aquí estamos un poco alto sobre el barranco. En la riada del 57 el agua no nos llegó a la casa. Al otro lado del barranco sí que llegó, aunque allí no había nada, le llamábamos el Secá, porque era un secarral con cuatro casas esparcidas. Pero mira ahora lo que ha pasado. Esto se ha acabado. Ya no tengo nada", termina Tere, antes de romper a llorar.
A unos metros, en la calle, toda la vida y los recuerdos de Tere son ahora una informe masa de escombros y barro. Sus sillas, su ropa, sus armarios, sus camas, sus cómodas, sus vinilos, sus películas, sus libros, sus álbumes de fotos de familia y, sobre todo, de viajes. "Yo he viajado por todo el mundo. Me encantaba viajar. Y tenía recuerdos de todo. Mira esta balalaika de Moscú y esta otra, rota, de Uzbekistán. Y estos platos. Ahí, de Turquía, de Grecia. Y tenía 40 o 50 álbumes de fotos de todos mis viajes".
Un compañero le pregunta qué quiere hacer con una pequeña cesta de mimbre medio humedecida, aunque no empapada. "Este era el neceser de mi madre... No sé, no sé, no lo tires todavía, espera", gime con gran tristeza mientras lo posa en una mesa que aún sobrevive.
A Tere le han llamado siempre la Duquesa de Alba. "No sé por qué", sonríe un poco. Quizás porque su casa es de las más antiguas de Paiporta. Con ese estilo tan característico de caserón de pueblo de huerta, a dos alturas, con enormes y vetustos portones de madera, sus techos altos, su patio y toda su engalanadura de azulejos valencianos en las paredes del interior.
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