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El día que el boom inmobiliario ardió en una falla: las lecciones de Nou Campanar
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LAS FIESTAS COMO TERMÓMETRO SOCIAL

El día que el boom inmobiliario ardió en una falla: las lecciones de Nou Campanar

Al calor de la promoción inmobiliaria, el empresario Juan Armiñana creó un transatlántico de las fallas a golpe de talonario. Pero la falla desapareció y él acabó en los primeros puestos en la lista de morosos

Foto: En 2012 la falla Nou Campanar se hacía con el primer premio, era el séptimo que sumaba en un tiempo récord. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)
En 2012 la falla Nou Campanar se hacía con el primer premio, era el séptimo que sumaba en un tiempo récord. (EFE/Juan Carlos Cárdenas)

Una falla no es un monumento que se ubique en las calles de Valencia durante algunos días de marzo antes de entrar en combustión. Una falla tampoco es (solo) una microorganización que articulada bajo una comisión estructura su funcionamiento. Es, sobre todo, un termómetro social que mide en los cruces de las calles el estado de la ciudad, demarcación a demarcación. Por su extensión a lo largo de toda la geografía urbana, pero también por su transversalidad, se trata de una herramienta demoscópica de primer orden.

Por eso mirando fijamente las fallas más protagonistas se pueden sacar un sinfín de conclusiones sobre los fuegos por llegar. Una de ellas, la de Nou Campanar, parece un calco de la Valencia más fastuosa. Explica punto por punto la aceleración y la caída de una etapa de borrachera y gigantismo.

Foto: La promoción que Aedas Homes prepara en Nou Campanar, en el que fue solar del promotor local Juan Armiñana.

Cerca de 2002, un aguerrido promotor inmobiliario en pleno proceso de expansión, Juan Armiñana, fundaba una comisión fallera en un nuevo barrio tomado como gran pastilla inmobiliaria: Nou Campanar. La falla homónima debía ser la pista de lanzamiento para la promoción de su negocio, pero también una ficha estratégica en el posicionamiento total de Armiñana sobre el plano de la ciudad. Además de en el ladrillo y en fallas, destacó como accionista del Valencia, acompañando al por entonces presidente Juan Soler en el objetivo de construir un nuevo estadio. El Nou Mestalla sería la tumba del club de fútbol y Soler y Armiñana acabarían como dos de los principales morosos valencianos.

La falla debía ser un estandarte de una manera de estar en el mundo. La búsqueda por el más grande todavía se sustanciaría con algunos de los monumentos efímeros más grandes nunca plantados; contaría con unos presupuestos jamás imaginados en el mundo fallero. Como suele señalar el escritor Ignacio Peyró, en este país “en menos de una generación se pasa (…) de poner las aceras o la línea del teléfono a construir un nuevo museo de arte abstracto. No ha sido fácil no volverse un poco loco en España”. Y así en Valencia.

placeholder Montaje en 2012 de la falla de la sección Especial Nou Campanar. (EFE/Kai Försterling)
Montaje en 2012 de la falla de la sección Especial Nou Campanar. (EFE/Kai Försterling)

Si en 2004 el presupuesto de la falla Nou Campanar era de 270.000 euros, en 2009 alcanzaba el millón, convertida en indiscutible ganadora de los premios de Sección Especial, la máxima categoría en el ranking fallero. Siete en una década. Al mismo ritmo, Promociones Inmobiliarias Armiñana había crecido solar a solar. El monumento fallero era casi un epítome de la acción del ladrillo.

En esa evolución paralela, cayeron juntas. Un abrazo inseparable. El pinchazo inmobiliario acabó con el fuste de Armiñana y de su falla. Ya a finales de 2008 la liquidación apresaba a la promotora. El ocaso tumbó a la comisión fallera, que en 2015 cerraba con un presupuesto de 90.000 euros. Si al fuego se le suele atribuir la cualidad de la renovación, en este caso convirtió en cenizas un modelo que a toda burbuja había intentado crecer sin fin, persiguiendo el cielo.

Foto: El león del Congreso de los Diputados que se quemó el año pasado en la plaza del Ayuntamiento de Valencia.

El periodista especializado Fernando Morales, miembro de la Associació d'Estudis Fallers, sintetiza la evolución de las fallas en los últimos años, plenamente enlazadas al contexto de su época: “En esa primera década del siglo XXI se salieron por la tangente de una crisis económica; compitieron en gigantismo, en volúmenes nunca vistos; y también consolidaron una infantilización y un humor blanco que llevaba ya décadas en proliferación. La caída de ese modelo y la segunda crisis que están viviendo las fallas ahora, derivada de la falta de mano de obra, el aumento asfixiante de gastos y la inflación desorbitada en materiales, está llevando a un nuevo modelo”.

Esta fase recién estrenada, valora Morales, supone “volver a ver fallas algo más reducidas, en una proporción más humana a todos los niveles. Aunque las herramientas de modelado 3D y los robots de tallado han sido un gran avance para ahorrar tiempos, el coste sigue siendo muy elevado; y no han hecho más que cronificar el modelo preciosista, tendente a la porcelana o a personajes de animación infantil. Lo que anteriormente era complejo técnicamente y muy costoso, hoy es relativamente fácil de producir. Ha significado un salto evolutivo muy similar a cuando desaparecieron los moldes de barro y los monumentos se empezaron a tallar en poliexpán, hace ya tres décadas”.

placeholder La falla de Nou Campanar, de Sección Especial, de 2010. (EFE/Manuel Bruque)
La falla de Nou Campanar, de Sección Especial, de 2010. (EFE/Manuel Bruque)

En 2015, el encargado de diseñar la falla de Nou Campanar, fue el arquitecto Miguel Arraiz junto a David Moreno, con un giro hacia la experimentación que rompió todos los esquemas (ante la escasez de presupuesto, optaron por el riesgo). Echando la vista atrás, Arraiz considera que “la mayor enseñanza fue el demostrar y el abrir la puerta para que se viese que otros modelos eran posibles. Por suerte el modelo de fallas experimentales e innovadoras se ha instalado ya en algunas comisiones que ya no lo toman como una cosa puntual sino que han hecho de esta nueva manera de entender la creatividad su bandera y su signo de identidad. Y eso es lo realmente importante, que exista diversidad entre las comisiones y se luche contra una excesiva uniformidad en las fallas”.

“Las fallas —sigue Arraiz— generan vertebración de barrio, y por eso fueron y han sido muy importantes en las nuevas ampliaciones urbanísticas de la ciudad. Territorios por colonizar, en los que la aparición de comisiones falleras generan una impresión (real en muchos casos) de zonas que pasan de esqueletos por vender a zonas donde la gente quiere ir a vivir y compartir. Ha sido normalmente un proceso natural, pero también ha sido visto como una oportunidad para promotores con la que generar visibilidad sobre las nuevas zonas a comercializar. (…) Casos como el de Nou Campanar repetían el modelo de gigantismo e inversión en marketing, y su giro final hacia la evolución no se ha repetido en comisiones de ese tamaño. Nos seguimos encontrando en la no evolución de las fallas, o al menos en unos modelos que se repiten año tras año sin ponerlos en ningún momento en duda”.

Foto: La pieza superior de La Gran Meditadora, la falla municipal de Escif, Manolo Martín y José Ramón Espuig. (V.R.)

Tras unos cuantos años de calvario, el promotor Juan Armiñana ha vuelto al mercado inmobiliario, aunque prometiendo construir edificios pequeños por temor a volver a “constiparse”. La falla Nou Campanar ya no existe.

Una falla no es un monumento que se ubique en las calles de Valencia durante algunos días de marzo antes de entrar en combustión. Una falla tampoco es (solo) una microorganización que articulada bajo una comisión estructura su funcionamiento. Es, sobre todo, un termómetro social que mide en los cruces de las calles el estado de la ciudad, demarcación a demarcación. Por su extensión a lo largo de toda la geografía urbana, pero también por su transversalidad, se trata de una herramienta demoscópica de primer orden.

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