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El ruido y la furia, la fotógrafa valenciana que inmortaliza la otra realidad
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El ruido y la furia, la fotógrafa valenciana que inmortaliza la otra realidad

Laura Silleras expone en Lanevera Gallery de Russafa una selección personal de más de 160 fotografías. La muestra podrá visitarse hasta el próximo 7 de enero

Foto: Un niño del Cabanyal valenciano sostiene una bombona de butano. (Laura Silleras)
Un niño del Cabanyal valenciano sostiene una bombona de butano. (Laura Silleras)

Criarse en la Valencia marítima de los años ochenta deja un poso particular. Una manera de acercarse al mundo que Laura Silleras (Valencia, 1979) ha conservado, transformándolo en un imaginario transgresor a través de su objetivo. La escollera del viejo puerto. Las rocas delimitando el mar con una carretera polvorienta de un carril hacia el faro. Las colas de la metadona. Tirar pan a los peces malolientes del muelle del Tinglado Dos. Los platos rebosantes de clóchinas en los merenderos de Las Arenas. Los atracos en la parada del bus esperando el 3. Las anguilas esquivando el cuchillo antes de ser degolladas por la pescadera. Todo es parte de la identidad colectiva de una generación de hombres y mujeres que fueron niños y niñas en los poblados del mar.

Hasta el próximo 7 de enero, la fotógrafa valenciana expone más de 160 piezas en Lanevera Gallery de Russafa. Una retrospectiva, bautizada como Dark Room, en la que observar más de veinte años de trayectoria que la han llevado de El Cabanyal a Berlín, pasando por Ciudad de México y Nueva York. “Es una selección personal de diferentes proyectos realizados a lo largo del tiempo. En esta exposición juego con mis propias imágenes creando nuevos significados. Pero el juego es libre. Cada uno vivirá la experiencia a su manera”, explica Silleras.

Una de las temáticas que muestra la exposición son las Fallas. Silleras comenzó a fotografiar el mundo fallero hace ocho años buscando lo extraordinario de sus ritos. "Además de su tradicional contenido documental, existe cierto éxtasis colectivo como denominador común. En mis ensayos fotográficos suelo utilizar la imagen como detonante para abrir otros ámbitos de reflexión, además del puramente fotográfico”, incide la fotógrafa, “tomando como base las Fallas, reflexiono sobre el delirio humano y su relación con los rituales y hasta qué punto los individuos somos conscientes de cómo liberamos nuestras pasiones morales o sociales encorsetadas. La foto de la Bellea del Foc con los ojos entornados mientras desfila, con tres orquestas sonando y una traca explotando a su lado, refleja esa realidad”.

La mirada de Silleras es el reverso documental de las postales. La antítesis de las campañas cosméticas perpetradas en las agencias de publicidad. El orgullo de los desheredados y el segundo preciso en el que la crudeza sorprende al protocolo oficial. Es todo lo que confirma que las campañas turísticas son la gran mentira de la contemporaneidad. “Recuerdo estar varias veces en un peepshow donde la rutina era pasar catorce horas sin ver la luz del día. Las chicas bailaban en una cama giratoria cada quince minutos, drogándose para mantener un mood erótico. También irme de polizona en un barco pesquero del puerto de Valencia y darme cuenta de que no había cuarto de baño, siendo la única mujer abordo. O colarme en interior de las casas tapiadas de El Cabanyal con mi amigo Paco utilizando una escalera haciéndonos pasar por técnicos de luz. Ser la única paya en una prueba del pañuelo, tras ganarme la confianza de las mujeres gitanas a las que llevaba en coche, y que me dejaran entrar y fotografiar. Así como irme a un campamento naturista y dar un discurso, desnuda, en cinco idiomas para convencerles para que me dejaran hacer fotos y conseguirlo. Los siguientes cinco días los pasé desnuda con mi asistente Matías. Me daba mucho gusto llegar a la casa y ponerme ropa interior”, comenta Silleras.

Su interés por la fotografía comenzó en 1999, cuando contaba con veinte años, tras contemplar Elena Mar odalisca en mi patio de Alberto García-Alix. “Me atrapó. Me fascinó la capacidad de la fotografía para generar emociones. Como cuando se te eriza la piel con la música. Yo quería provocar eso en la gente. Empecé de manera autodidacta, a base de prueba y error. No acababa de entender el manejo de la cámara y me limitaba a hacer hojas de contacto y llevarlas a Foto Ángel, en la calle Derechos, de El Carmen, una tienda de cámaras de ocasión donde se juntaban fotógrafos jubilados a fumar y charlar. Yo aparecía ahí, atravesaba la nube de humo y les preguntaba. Ellos me reñían por haber hecho mal esto o lo otro. Cuestiones técnicas que fui resolviendo con la práctica”, rememora Silleras.

Al finalizar sus estudios universitarios se trasladó a Berlín donde vivió ocho años y aprendió a curtirse tras la cámara. “Ahí trabajé el miedo, que es uno de los enemigos recurrentes del fotógrafo. Me dediqué a frecuentar ambientes incómodos: la estación de metro de Kottbusser Tor, frecuentada por drogodependientes y alcohólicos; peep shows varios, circos a menos veinte grados bajo cero. Siempre sola. El ejercicio era hacer fotos usando la mejor estrategia posible”, cuenta Laura, “empecé a curtirme aprendiendo a luchar con la inseguridad, el frío, la soledad, el rechazo y el miedo. Así estuve varios años, de los cuales, algunos de ellos, vivía en México por temporadas: Ciudad de México, Xicochimalco y Oaxaca. Después me mudé a Nueva York por unos años, donde trabajé de asistente en el International Center of Photography…Mismo ejercicio, diferente contexto”.

Foto: Actuación del Festival Cabanyal Íntim. (Cedida)

En el año 2018, ya de vuelta a su ciudad natal llegó el reconocimiento. La Unió de Periodistas Valencianos le concedió la beca Fragments por retratar la realidad social de El Cabanyal, mediante la cual publicaría su primer libro junto con una exposición en el Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (MuVIM), en 2019. “Mi contexto familiar no es el común. Hemos sido una familia con necesidades especiales y eso ha influido a mi manera de fotografiar. Ese hecho ha sido determinante a la hora de fijarme en ciertas personas y no otras. Inconscientemente intentaba reconocerme en la“no normatividad y buscaba un espacio donde esas personas tuvieran su lugar de reconocimiento. Fotografiarlas como gente importante. Creo que con el tiempo ese instinto se integró en mi manera de mirar. Aunque creo que no me he quedado anclada ahí. Del mismo modo que avanza mi yo interior, evoluciona mi trabajo. Ahora percibo que la norma es un concepto que depende de la imaginación de cada uno. Al igual que la realidad. Cada uno tenemos una. Yo fotografío personas reales que dentro de su contexto son normales. Lo bueno que tiene la fotografía es que hace de puente entre diferentes túneles de realidad. Lo que sí tengo claro es que la vida no es un anuncio publicitario. Hoy por hoy, creo que he conseguido una mirada propia con la que me identifico y me siento cómoda, ya que fotografiar no es solo hacer imágenes correctas sino encontrar tu propio sonido”, concluye la de El Cabanyal.

Criarse en la Valencia marítima de los años ochenta deja un poso particular. Una manera de acercarse al mundo que Laura Silleras (Valencia, 1979) ha conservado, transformándolo en un imaginario transgresor a través de su objetivo. La escollera del viejo puerto. Las rocas delimitando el mar con una carretera polvorienta de un carril hacia el faro. Las colas de la metadona. Tirar pan a los peces malolientes del muelle del Tinglado Dos. Los platos rebosantes de clóchinas en los merenderos de Las Arenas. Los atracos en la parada del bus esperando el 3. Las anguilas esquivando el cuchillo antes de ser degolladas por la pescadera. Todo es parte de la identidad colectiva de una generación de hombres y mujeres que fueron niños y niñas en los poblados del mar.

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