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Cuarenta años de Discos Ámsterdam: auge, caída y resurrección del vinilo en Valencia
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"Somos agitadores culturales"

Cuarenta años de Discos Ámsterdam: auge, caída y resurrección del vinilo en Valencia

La tienda de discos, alojada en la galería comercial Nuevo Centro desde 1982, celebra cuatro décadas como cónclave de melómanos

Foto: Juan Vitoria, en Discos Ámsterdam. (Cedida)
Juan Vitoria, en Discos Ámsterdam. (Cedida)

Una mujer pregunta a Juan Vitoria (Valencia, 1958) dónde encontrar un carro para llevar unos vinilos a Discos Ámsterdam. Han quedado a las cinco y media de la tarde para realizar la transacción. Como si de un anticuario se tratara, los hijos liquidan en los establecimientos especializados las colecciones de los padres perdidos. Al escribir Alta Fidelidad, la gran novela del siglo XX sobre las tiendas de música, Nick Hornby no pensó en una lista de cinco canciones para desprenderse del plástico que cimentó el caudal musical de toda otra vida. “Esta es la parte triste de este negocio, te ofertan lotes de discos que alguien quiso mucho alguna vez”, afirma el propietario.

Foto: Kurt Cobain tocando en Valencia en los noventa. (Iziar Kuriaki)

El pasado 1 de octubre, un concierto en Loco Club de Valencia encendía los fastos del 40 aniversario de Discos Ámsterdam, uno de los enclaves imprescindibles para comprender la escena musical valenciana de entresiglos. El próximo 12 de noviembre concluirán con otra actuación, en esta ocasión en 16 Toneladas Club Rock, en la que Vitoria, pinchadiscos habitual de la noche local desde hace décadas, amenizará la noche en cabina, tras los directos de Badlands, Los Radiadores, Carolina Otero & The Someone Elses, Serie B y Hank Idory.

La educación musical de Juan Vitoria arranca en una Valencia recién salida de la dictadura: “Aquella ciudad vivía en blanco y negro, pero los focos del rock progresivo estaban muy presentes en el barrio del Carmen en 1977. Locales como Yes o Genesis poseían un buen ambiente intelectual y como sus nombres indican, a veces resultaba agotador no escuchar una sola canción con melodía. Stones, cerca de las torres de Quart, Crac y Christopher Lee apostaban por el rock clásico, en este último proyectaban películas aún prohibidas y pinchábamos álbumes completos. El Berlín era fascinante, un lugar inspirado en el disco de Lou Reed, situado en la calle Alta, en el que apartábamos las jeringuillas para acceder al baño durante los años duros. Los jóvenes marxistas-leninistas habitaban el Capsa 13 y, aunque todos luchábamos por la misma causa, nos veían como unos bichos raros proyankees y drogatas, yo militaba en la troskista Liga Comunista Revolucionaria y también fui cercano al anarquismo, así que nunca me acabó de gustar el sitio”, rememora el experto musical.

placeholder 'Eduardo Bort', disco valenciano de 1974. (Cedida)
'Eduardo Bort', disco valenciano de 1974. (Cedida)

En aquella época transicional para el país, este joven melómano comenzó a introducirse en el negocio. “Trabajaba como diseñador gráfico en un momento en el que no había demasiados, diseñaba logotipos y estaba bien pagado, así que pude empezar a coleccionar álbumes desde chaval y viajar a Londres para adquirir buenas piezas. Empecé a vender vinilos en la tienda de Rafa Gil, en 1978, en la calle Nuestra Señora de Gracia, y mi idea era quedarme el negocio, pero llegó la carta de la mili. Catorce meses en Canarias, nada menos. Finalmente, Rafa traspasó el negocio a Carme y Pepe, que fundaron Oldies en 1979. Al volver del servicio militar, Valencia parecía otro ciudad, era tecnicolor”, comenta el disquero.

Foto: Chema, Andreu, Pere y Mario, los nuevos propietarios de Oldies. (Liberto Peiró)

El 18 de noviembre de 1982 se inauguraba el primer centro comercial urbano de España: la galería Nuevo Centro de Valencia. Tres años atrás, ante la llegada de la modernidad consumista, el Patronato de la Juventud Obrera abandonaba aquel enorme solar, separado de la Gran Vía Fernando El Católico por el puente de Ademuz. “Mi entonces novia, y ahora mujer, Margarita González, trabajaba en el proyecto de construcción de Nuevo Centro. Fue ella quien me aconsejó abrir Discos Ámsterdam. Era un espacio seguro, se preveía una concurrencia enorme de público y nos lanzamos, todavía no existía la Piramide Musical y la sección de discos del Corte Inglés vendía música distinta. Los años ochenta fueron el momento de las vacas gordas para las tiendas de discos. Valencia parecía la capital del mundo y una generación de jóvenes vivió una época incomparable que también benefició al negocio”, explica Vitoria.

Mientras charlamos, un hombre compra una rareza de Guns 'n' Roses por setenta y cinco euros. Otro adquiere Electric (1987) de The Cult: “Los nuevos trabajos de Santero y Los Muchachos y Confeti de Odio se están moviendo muy bien, y todo lo que es música garage se lo llevan rápido”, cuenta el agitador cultural valenciano, “desde que abrimos hasta ahora, probablemente el disco más vendido sea The Velvet Underground & Nico, con Ziggy Stardust de David Bowie muy cerca. Quadrophenia de los Who se vendió bastante durante un periodo muy determinado, cada semana despacho un ejemplar de Nevermind de Nirvana, y el debut homónimo de los estadounidenses Cracker, en 1992, fue el álbum más comprado en un espacio más corto de tiempo, unas quinientas copias en unos meses. Justo el año en el que la industria del vinilo comenzó a resquebrajarse”.

placeholder Miguel Ángel, Juan y Margarita, responsables de Discos Ámsterdam. (Cedida)
Miguel Ángel, Juan y Margarita, responsables de Discos Ámsterdam. (Cedida)

En la primera mitad de los años noventa, la aparición del cedé arrasó con décadas de hegemonía del plástico análogico. “La industria musical siempre quiere ganar más dinero del que merece y el cedé fue un recurso barato para potenciar una venta masiva. A partir de 1993 hubo que ponerse las pilas con el nuevo formato, hacer una inversión potente en la que las compañías discográficas multinacionales no te ayudaban en nada, los precios especiales beneficiaban solo a los grandes almacenes, no al pequeño comercio. Nuestra ventaja fue que importamos mejor desde EE UU, Gran Bretaña o Japón, pero aun así yo quise conservar el vinilo, en la medida de lo posible, porque siempre fue mi formato favorito y porque suena mejor. El cedé distorsiona el sonido, es un producto digital, una pantomima. En los últimos años, con el regreso de la industria al vinilo, el formato se ha revitalizado y nosotros tenemos esos discos que no están en los establecimientos habituales. La gente joven está adquiriendo vinilo aunque tengan unos platos deficientes, es un proceso en el que aprenderán a mejorar sus equipos mientras amplían su colección. Hace poco recomendé a un cliente que no comprase un disco antiguo de los Clash y esperara a la nueva edición que me entraría en breve, porque la facturada por Sony en 180 gramos iba a sonar mejor, y encima era más barata”, expone Vitoria.

Contemplar las estanterías de Discos Ámsterdam es el preludio de un stendhalazo patrocinado por Disraeli Gears de Cream. Las portadas icónicas del rock se combinan con las novedades y las de esos grupos desconocidos para el gran público, que Vitoria ha rastreado a lo largo de su vida. “El disco más valioso que tuve fue una primera edición de The Piper at the Gates of Dawn, el debut de Pink Floyd en 1967, también originales de rock progresivo de los años 70 o hardcore melódico de los años 90 muy cotizados. Entre los clásicos valencianos, ahora poseo el original de Humitat Relativa de Remigi Palmero, de 1979. Un coleccionista valenciano, que quería dejar atrás su vida aquí antes de marchar a Alemania, me trajo entre otros vinilos valiosos, el original Eduardo Bort de 1974. He vendido varias veces Holocaust, primer y único disco de Cotó-en-Pèl, de 1978, y el que para mí es el gran álbum valenciano de la historia: Brossa d'ahir de Pep Laguarda & Tapineria, de 1977. Solo para locos de Seguridad Social, de 1985, por menos de 70 euros no lo consigues. A veces me da mucho corte este tema, porque no es lo mismo vender por correo a los Estados Unidos una caja de Radiohead por 300 euros que atender personalmente a gente que desea con locura una rareza y a la que 45 euros supone un gasto inalcanzable. Se lo vendo más barato. Sé lo que es hacer una colección y empatizo con el comprador porque también lo soy, tengo 23.000 elepés en casa”, confiesa Juan.

placeholder Concierto de Doctor Divago en Discos Ámsterdam. (Cedida)
Concierto de Doctor Divago en Discos Ámsterdam. (Cedida)

A lo largo de estas cuatro décadas, Discos Ámsterdam ha acogido 143 conciertos, exposiciones fotográficas y muestras de carátulas legendarias de los diversos estilos musicales. “No creo que ninguna tienda de discos de España nos iguale. Somos agitadores culturales, es lo que siempre he querido ser. La tienda funciona muy bien, también gracias a la labor de Miguel Ángel Galán. Las actuales celebraciones, en lugares emblemáticos como Loco Club y 16 Toneladas, con entrada gratuita, las realizo para reforzar los vínculos emocionales con nuestro público. No lo pienso como una pérdida de dinero sino en términos de inversión y aceptación”, concluye Vitoria.

Una mujer pregunta a Juan Vitoria (Valencia, 1958) dónde encontrar un carro para llevar unos vinilos a Discos Ámsterdam. Han quedado a las cinco y media de la tarde para realizar la transacción. Como si de un anticuario se tratara, los hijos liquidan en los establecimientos especializados las colecciones de los padres perdidos. Al escribir Alta Fidelidad, la gran novela del siglo XX sobre las tiendas de música, Nick Hornby no pensó en una lista de cinco canciones para desprenderse del plástico que cimentó el caudal musical de toda otra vida. “Esta es la parte triste de este negocio, te ofertan lotes de discos que alguien quiso mucho alguna vez”, afirma el propietario.

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