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El vídeo de Bonig o el día que descubrimos que aún hay sentimientos en los políticos
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LÁGRIMAS EN LA TRIBUNA

El vídeo de Bonig o el día que descubrimos que aún hay sentimientos en los políticos

Las estrategias de destrucción del adversario han deshumanizado la política. Pero las lágrimas de Bonig despidiéndose de sus adversarios revelan que todavía hay afectos entre bastidores

Foto: Bonig, emocionada en su despedida en la sede del PP valenciano. (EFE)
Bonig, emocionada en su despedida en la sede del PP valenciano. (EFE)

Quien conoce a Isabel Bonig sabe que hay dos personas tras su personaje político. Una es la portavoz de la oposición dura, admiradora de Margaret Thatcher, que se sube a la tribuna para lanzar un discurso muchas veces histriónico, hiperbólico o exagerado. La que llama 'rojo' o se mete con la forma de pensar de un periodista medio en broma, medio en serio, cuando se lo encuentra en un copetín porque no le gusta algo que ha escrito. La otra Bonig destila un punto de ingenuidad, incapaz de organizar una estrategia de ocultación para asestar una puñalada trapera a su adversario o su compañero de partido, disciplinada y leal, amante del punk-rock y que se toma una copa con el mismo periodista para echar unas risas cariñosas. "Yo soy una persona vehemente y pasional. Perdón si en alguna ocasión me he pasado, soy consciente; pero yo soy así: leal y contundente, en los acuerdos y los desacuerdos".

Esa segunda Bonig es la que esta semana se vio despidiéndose entre lágrimas de sus compañeros de grupo parlamentario, pero también de los portavoces de los partidos a los que durante seis años, los más duros de su partido desde que los populares perdieron con estrépito el poder en 2015 en la Comunidad Valenciana, ha hecho oposición desde el escaño de las Cortes Valencianas. El vídeo con sus palabras entrecortadas y su voz emocionada se ha hecho viral. Al final puede verse cómo se le acercan primero Manolo Mata, portavoz del PSPV-PSOE, y luego Fran Ferri, el síndico de Compromís, para abrazarla en su despedida. "Gracias, Fran, por todo. Jamás pensé que con alguien de Compromís iba a tener tantísima afinidad en lo personal, que no en lo político", dice.

Que los políticos son personas es algo innegable. Que la política se ha convertido en los últimos años en una trituradora de reputaciones, más todavía. El objetivo de algunos líderes, sus estrategas y sus antenas mediáticas ya no es ganar la batalla de las ideas, sino destruir al rival. La viralidad de Bonig por algo que debería ser normal (despedirse con emoción de personas con las que se ha compartido una experiencia vital durante seis años) no puede explicarse sino por contraste con la naturalidad con la que la crispación se ha apoderado de la vida pública hasta el punto de parecer extraño que políticos de fuerzas ideológicamente antagónicas puedan compartir espacios de afecto personal.

Ese imaginario de combate y trincheras, aunque virtual, se ha interiorizado como habitual, y más en un contexto de fuerte polarización política alimentada por el reciente proceso electoral en la Comunidad de Madrid. El odio campa a sus anchas en discursos y redes sociales. Rocío Monasterio, la candidata de Vox, es incapaz de solidarizarse con Pablo Iglesias tras haber recibido amenazas de muerte. Y una visita de la popular Isabel Díaz Ayuso al hospital para interesarse por la salud del socialista Ángel Gabilondo se percibe como algo extraordinario, como el abrazo de Ferri a Bonig.

Foto: Mariano Rajoy e Isabel Bonig, en la clausura del congreso regional del PPCV. (EFE)

"Ojalá la política construya una puerta lo suficientemente grande para que quepan todos y lo suficientemente alta para que nadie tenga que agachar mucho la cabeza", afirmaba la saliente presidenta regional de los populares valencianos, forzada a la renuncia por la dirección de su partido para abrir paso a Carlos Mazón, el delfín de Pablo Casado y Teodoro García Egea para intentar recuperar la Generalitat.

Esta circunstancia, la de haberse visto apartada por su propio partido, quizás explique mejor el estado emocional de Bonig, que hace pocos meses perdió a su padre y que ha vivido los últimos días de tensión interna en el PP con mucha afectación. El jueves estuvo todo el día como una magdalena. Lloró cuando citó a los medios de comunicación en la sede del partido para informar que dejaba su acta. Volvió a hacerlo después en la tribuna de las Cortes. Para ella, la decisión de dejarla sin una segunda oportunidad ha sido injusta, de ahí que, seguramente, en su despedida pusiese más el foco en las personas con las que ha trabado mejores relaciones personales que en seguir a rajatabla el ceñido argumentario impuesto por su formación.

Foto: Mariano Rajoy y Rita Barberá, con Javier Arenas detrás.

Fran Ferri, portavoz de Compromís, explica la reacción emocional de Bonig por el contacto acumulado durante los años de convivencia parlamentaria. "Coindimos en muchos sitios y en muchos actos. Nos llamamos cuando fallecieron nuestros padres y siempre nos hemos llevado bien", dice.

"Hemos estado horas y horas juntos. Nunca hemos tenido problemas para resolverlo todo. Ha sido leal y nosotros siempre les hemos dado juego. Bonig no tiene dobleces y no engañaba nunca", añade Manolo Mata. El portavoz socialista le reprocha, no obstante, que entrase en el terreno de lo personal con el 'president' Ximo Puig por los asuntos de su hermano, que la popular ha convertido en una de sus armas de oposición. Puig es los pocos dirigentes de peso en la Comunidad Valenciana que no la llamó el lunes cuando anunció que no optaría a revalidar su cargo de presidenta del PPCV. La relación entre ambos siempre ha sido mala.

Barberá y el sentimiento de culpa

Uno de los momentos de mayor quiebra emocional que aparece en el vídeo fue cuando Bonig pidió perdón por haber respaldado en las Cortes Valencianas la reprobación de la exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, que propuso Compromís en la Cámara autonómica en septiembre de 2016. Los populares arrastran un sentimiento de culpa digno de cuadro clínico con la que fue icono del partido. Apartada y obligada a abandonar la disciplina del partido cuando fue investigada por el Tribunal Supremo, murió sola el 23 de noviembre del mismo año en una habitación del Hotel Villa Real de Madrid por causas naturales. Esa herida ha seguido abierta entre las familias de la formación conservadora, especialmente en Valencia ciudad, donde los reproches están a flor de piel cuatro años después. "Fue una decisión personal mía que asumí, y hoy aquí con tal honestidad y sin herir ninguna sensibilidad, pido perdón. Lo siento y me equivoqué", dijo en la que es su última intervención en sede parlamentaria.

El caso de Bonig es especialmente paradigmático de cómo de cruel puede llegar a ser la política porque Barberá fue quien la promovió frente a Mariano Rajoy para sustituir a Alberto Fabra al frente del PPCV cuando este perdió las elecciones autonómicas de 2015 y decidió dar un paso al lado para refugiarse en el Senado. Meses después, los diputados populares, muchos de ellos todavía en activo, daban al botón verde de la reprobación por orden suya.

"Espero que lo de Rita nos sirva a todos para saber que la política no puede ser destrucción". Ese el último mensaje que quedó recogido en el diario de sesiones de alguien que ha decidido marcharse a su casa y ha cerrado al salir.

Quien conoce a Isabel Bonig sabe que hay dos personas tras su personaje político. Una es la portavoz de la oposición dura, admiradora de Margaret Thatcher, que se sube a la tribuna para lanzar un discurso muchas veces histriónico, hiperbólico o exagerado. La que llama 'rojo' o se mete con la forma de pensar de un periodista medio en broma, medio en serio, cuando se lo encuentra en un copetín porque no le gusta algo que ha escrito. La otra Bonig destila un punto de ingenuidad, incapaz de organizar una estrategia de ocultación para asestar una puñalada trapera a su adversario o su compañero de partido, disciplinada y leal, amante del punk-rock y que se toma una copa con el mismo periodista para echar unas risas cariñosas. "Yo soy una persona vehemente y pasional. Perdón si en alguna ocasión me he pasado, soy consciente; pero yo soy así: leal y contundente, en los acuerdos y los desacuerdos".

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