La noche en la que Sants cayó en el caos: "Es patético lo mal que lo están gestionando"
Uno de los puntos más conflictivos durante el apagón fue la gran estación catalana, donde anoche tuvieron que quedarse cientos de personas incapaces de volver a casa
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A medianoche del lunes 28 de abril, en Sants ya no hay lugar a la furia y solo queda resignación. Durante la tarde, las largas filas eran para entrar a la estación, para coger un taxi o hasta para ir al baño. Ahora, en el establecimiento, quedan los pasajeros con billetes de media o larga distancia y del otro lado del vidrio, en la calle, permanecen unos 200 usuarios de Rodalies.
El anuncio del ministro Óscar Puente que las estaciones de tren permanecen abiertas durante la noche por la suspensión del tráfico ferroviario tiene una letra pequeña en algunos sitios: en Sants, por ejemplo, no todos pueden entrar.
“Me parece muy injusto, horroroso. Si tú has pagado un billete de larga distancia tienes derecho a estar en la estación y si no te quedas en la p… calle. Me parece muy clasista en una ciudad como Barcelona”, dice Montserrat, de 51 años, que vive cerca y se ha acercado como voluntaria con unos bocadillos junto con su pareja, Carlos.
Se estima que todos los días llegan a Barcelona 600 mil trabajadores del área metropolitana, provenientes de diferentes localidades. Después del apagón, el regreso ha sido una verdadera odisea para muchos de ellos. La ciudad sin trenes, metro ni algunos semáforos se transformó en un caos a partir de las dos de la tarde. Las largas colas en las paradas de los autobuses se prolongaron hasta casi entrada la noche y muchos optaron por permanecer en hostales o alojarse en casa de familiares o amigos.
"Le he preguntado si podía entrar con el abono y me han dicho que no"
Ingrid tiene 28 años, salió de trabajar y debía regresar a Caldas de Malavella, en la provincia de Girona. Caminó una hora hasta Esplugues de Llobregat para coger un transporte desde allí, pero no consiguió. Decidió regresar a Sants y de camino buscó algún hospedaje.
“He ido por un hostal, pero estaban llenos. Por Booking no podía hacer la reserva porque las tarjetas tampoco funcionan y sólo se pagaba en efectivo, por eso no estaba actualizada la disponibilidad. Si tengo que pillar un taxi me sale 200 euros”.
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Cuando las calles se quedaron en la más absoluta oscuridad, se unió a los usuarios afectados frente a la puerta de la estación. Antes, consultó a un policía: “Le he preguntado si podía entrar con el abono recurrente y me ha dicho que no, que habían habilitado un pabellón de la Cruz Roja que está por aquí. Pero les he dicho que me daba un poco de miedo ir andando, que está súperoscuro y me han dicho ‘no, tranquila, si solo hay cuatro borrachos’”.
Voluntarios enfadados
Con el sentimiento compartido de vulnerabilidad, junto a Ingrid está Duverly, de Nicaragua, que terminó de trabajar a las 11 de la noche y no sabe cómo regresar a Badalona. Habitualmente lo hace en metro porque ya a esa hora no consigue autobuses. Le habían dicho que en Sants saldrían transportes especiales, pero no encuentra nada.
"Hemos visto que no dejaban entrar a la estación así que vine a ayudar"
Completa la familia improvisada Sandra, de 46 años, que vive en Manresa y que estaba en su casa cuando recuperó la luz a las 6.30 de la tarde. Se subió al coche y con su hija se sumaron como voluntarias para ofrecer traslado si alguien necesitaba ir hacia esa zona.
“Hemos visto que no dejaban entrar a la estación y había adolescentes, chicas y he dicho ‘me tengo que venir’. Si eres madre y con un poco de corazón, lo haces. Viendo las circunstancias es patético lo mal que lo están gestionando”, dice Sandra, más enfadada que las usuarias afectadas.
Hay luz en la estación y en la explanada. A la altura de la calle, donde esperan con poco éxito unos pocos taxis comienza la oscuridad. Algunos edificios a lo lejos tienen unas ventanas iluminadas que son pequeñas dosis de ilusión en medio de la incertidumbre. No hay baños y algunas papeleras rebasan de basura. Los Mossos d'Esquadra vigilan de frente y cada ciertos minutos entran y salen.
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El interior de la estación se parece a la sala de embarque de un aeropuerto. Personas que duermen incómodas, otros que están recostados sobre el suelo y muchos con el móvil intentando conectar una red móvil que a esas horas ya se ha restablecido en la mayoría de los casos. Todo parece estar tranquilo. La imagen recuerda a La terminal, la película de Tom Hanks.
Los últimos en ingresar son pasajeros que estaban en viaje cuando sucedió el apagón. Casi doce horas después, un autobús los recogió a 30 kilómetros y los dejó en la estación de Sants como si fuera el destino final. Una pareja de argentinos que están en su primer día de vacaciones se ríe con cansancio y celebran que, al menos, tienen un hostal a 13 minutos andando.
Dime qué billete tienes y te diré dónde duermes
Cris es brasileña y está vestida íntegramente de burdeos con un aspecto vacacional. Como tiene billete a Madrid, goza del “privilegio” de pasar la noche en el interior de la estación, pero aprovecha la larga espera caminando a paso lento y sin rumbo con un cigarrillo detrás de otro. Debía partir a las 9.30 de la noche y le han dicho que podría viajar a las 5 de la mañana.
"Hubo peleas hasta para entrar, una locura"
Pedro, de 28 años, también va a Madrid y prefiere pasar el rato afuera porque se ha hecho tres amigos en las horas de espera que lleva. Los une, principalmente, la desdicha.
“Estaba adentro intentando dormir y fue imposible. Llegué a las 8 de la noche. Había una cantidad de gente abismal. Hubo peleas hasta para entrar. Una locura. Me hacía una idea de que no iba a viajar, pero quería tener una respuesta”, dice.
A uno de los que está acompañando es a Tomás Antonio, que tuvo mala puntería para seleccionar el día de revisión médica anual en Barcelona. Vive en Portbou, al límite de Francia, tiene 62 años y estaba en el metro llegando a Hospital Bellvitge cuando sucedió el apagón. Tardó tres horas en regresar a Sants, ya lleva más de cinco esperando y no sabe cuánto falta. Pero nada parece molestarle demasiado: se tomó una cerveza de camino, habla con gente nueva y no le preocupa el frío afuera de la estación, pese a llevar solo un polo.
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Cuando ya llegaba a la terminal se cruzó con José, un sevillano de 25 años, que regresaba de un viaje a Ámsterdam. “Yo cogía el tren a la 1.25 y a la 1.10 empezaron a decir ‘tenéis que salir todos’. Ya estaba hecha la cola para el control de seguridad. Ha sido a puntillo. Ahora pasaré la noche aquí. En realidad, ojalá solo sea la noche”, dice.
El grupo lo completa Habib, un tunecino de 23 años que sólo habla inglés y participa menos de la conversación, pero parece haberse unido para no estar solo. Viste una camiseta de Maradona y lleva casi doce horas incomunicado. Estuvo diez días en Madrid y debe ir al aeropuerto para regresar a Berlín durante la madrugada, pero no sabe el estado de los vuelos, está incomunicado y no tiene dinero porque su móvil no funciona.
La camaradería entre usuarios afectados y la presencia de voluntarios parece ser el único remedio para sobrevivir a una noche fría y que apenas es el prólogo de una mañana que continuará con incertidumbre. En el día del apagón menos imaginado, la noche acaba en Sants con una lógica aún más increíble: dime qué billete tienes y te diré dónde duermes.
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