Así se vivió el caos de Sants y los hoteles cercanos por el apagón: "Apuntaron mi número de tarjeta con papel y boli"
Gonzalo y Ana caminaron durante más de dos horas buscando un hotel, sin referencias, sin Google Maps y sin rumbo
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Barcelona despertó este martes, como toda España, con la mayoría de los servicios funcionando pero el susto aún en el cuerpo.
Gonzalo Soria y su novia Ana Sánchez, que viven en Madrid, son unos de los tantos que han vivido el apagón en circunstancias particularmente complicadas. Se desplazaron a Barcelona porque Ana competía en un concurso de baile, el Hip Hop International, durante el fin de semana. Tenían el billete de vuelta a Madrid para las 20:30 del lunes, pero ese tren nunca salió. A mediodía se desató el apagón que dejó a miles sin luz, conexión, ni información. En el caso de Gonzalo y Ana, a esto se agrega estar en una ciudad ajena y que no conocían muy bien.
“Preguntamos a un policía a las 16:00 horas y no sabía nada”, recuerda. La web de Renfe había colgado un comunicado, pero no pudieron leerlo. No había internet ni cobertura. “Nos dijeron que quizá en la estación del Norte habría opciones para volvernos a Madrid, pero estaba a una hora y media andando. Sin Google Maps, eso era un mundo”, relata.
Con apenas un 20% de batería y sin respuestas, comenzaron a agobiarse. Pensaron en alquilar un coche, pero el internet no funcionaba bien, las oficinas estaban llenas y los precios totalmente disparados. Así comenzó su particular peregrinación: caminaron durante más de dos horas buscando un hotel con el miedo en el cuerpo: sin mapas y casi sin rumbo.
Los hoteles y la estación, colapsados
“Todo estaba lleno o no podían gestionar reservas”, señala Gonzalo. Algunos hoteles no tenían electricidad o conexión. Cuando llegaron al hotel Zenit, sobre las siete, la luz ya había vuelto, pero el hall estaba a rebosar. Aún así, el personal les ayudó dejándoles cargar el móvil y ofreciéndoles una lista con alojamientos cercanos. Tuvieron que acercarse a una tienda cercana para comprar recambios de ropa.
La suerte les sonrió en el Hotel Hesperia President. “Nos dijeron que el sistema de reservas no funcionaba, que estaban llenos en teoría, pero nos acogieron igualmente. Apuntaron los DNI y el número de tarjeta con boli”, cuenta. Les dieron una habitación en una planta alta —“porque somos jóvenes”, matiza— mientras reservaban las bajas para personas mayores o con problemas de movilidad.
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Subieron por las escaleras, a oscuras y con las maletas: apenas habían podido hablar durante un minuto con sus familias. "Fueron muy amables y nos dijeron que no nos preocupáramos, que ya harían el cobro cuando pudieran”, agradece. Por la mañana, ya con la luz de vuelta, el personal del hotel les hizo una factura detallada que incluía el contexto de la situación para que pudiesen reclamar el dinero a la compañía de tren.
A las ocho de la mañana del martes regresaron a Sants. “Estaba abierta desde anoche para que durmiera allí la gente que no pudo viajar, pero el ambiente era de colapso absoluto”, afirma Gonzalo. “Hemos avanzado tres metros en una hora y media. Solo había un punto de información. Las colas dan la vuelta a la estación y todo el mundo está muy nervioso".
Los trenes de larga distancia empezaban a salir con cuentagotas, pero el problema era acceder a ellos. “No se podía ni gestionar el billete”, explica. "Era desesperante ver cómo los trenes iban saliendo a primera hora de la mañana, pero era imposible cogerlos". La situación en Sants era tan agobiante que muchos, como Gonzalo y Ana, han acabado por coger soluciones alternativas, aunque muy caras. “Al final mi suegro viene a recogernos desde Madrid. Es un palizón, y llegará a las cuatro de la tarde, pero había que volver ”, explica resignado Gonzalo.
Mientras algunos trenes ya conectaban la capital catalana con otras ciudades del Estado, Rodalies seguía sin dar señales de vida. “Los paneles estaban en blanco, las taquillas cerradas”, comentaba Gonzalo.
Familias enteras, turistas desconcertados, trabajadores atrapados sin poder volver a casa… La estación de Sants se ha convertido en un tablero de ajedrez sin piezas claras en el que la mayoría aún no sabe si lo correcto es seguir esperando o irse.
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