No es Roma pero tiene una de las cúpulas más bonitas de Europa: la iglesia de la Costa Brava levantada gracias a un indiano

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Barcelona rebosa arte y vanguardismo. Su patrimonio histórico es uno de los más apreciados de Europa. Sus piezas más emblemáticas incluyen edificios modernistas icónicos como La Sagrada Familia o capillas góticas como la que se esconde en el claustro de la Catedral de Barcelona. Sin embargo, el resto de provincias que conforman Cataluña, aunque menos conocidas, no se quedan atrás.

Girona deja a la vista un museo al aire libre con murales de gran tamaño que pretenden hacer sombra a las pinturas vandálicas que inundan otras calles de la ciudad. El motivo es el festival Mon'art. Pero, no es la única sorpresa que se encontrarán los viajeros cuando se acerquen a la apodada como la "Florencia catalana". Girona es tan bonita como sus vecinas, y desde luego, no puede caer en el olvido.

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Jorge García González

Lloret de Mar, el municipio de la Costa Brava, situado en la comarca de La Selva, y a 75 kilómetros de Barcelona, es famoso por sus calas rodeadas de escarpados acantilados y pinos mediterráneos, y su rica cultura marinera. Sin duda, Lloret de Mar se ha convertido en un destino al que muchos turistas acuden en verano para rendir culto al sol y refrescarse en sus aguas cristalinas como la que ofrece Sa Boadella, considerada una de las mejores playas de Europa.

Una joya de la "Florencia catalana"

Al este se ubica el castillo de Sant Joan, un mirador con siglos de historia. Situado en la cima de una colina que domina la localidad, se erige este enclave único que ofrece unas vistas panorámicas del litoral mediterráneo. Su antigua fortaleza defensiva data del siglo IX y aún conserva su torre medieval. Pero, paseando por las calles de Lloret de Mar, nos damos cuenta de que su verdadera joya de la corona es la cúpula de vívidos colores de la iglesia de Sant Romà, uno de los emblemas del casco antiguo que parece sacado de un cuento de hadas.

Declarada Bien del Patrimonio Arquitectónico de Cataluña, este templo refleja dos estilos que coexisten en un mismo lugar. La fachada frontal es de estilo gótico y austero que entra en contraste con el trabajo de azulejos de las cúpulas y el mosaico de los doce apóstoles, inspirados en el arte modernista de finales del siglo XIX.

En sus orígenes, la iglesia de Sant Romà contaba con elementos de fortificación como las puertas levadizas. En ese momento, las obras fueron realizadas por Bartolomé Ruffi (padre e hijo) y Pere Capvern. Sin embargo, cuando los lloretenses volvieron a su ciudad natal después de un largo viaje por las Américas para hacer fortuna, se encontraron con un pueblo sumido en la tristeza y visiblemente empobrecido.

Así fue como diferentes familias indianas impregnaron de vida y luminosidad a este preciado edificio. La donación del mecenas Narcís Gelats fue fundamental para llevar a cabo la reforma. La atención se centró especialmente en la cúpula realizada con tejas de cerámica vidriada de colores que hoy en día presume de esplendor cuando el sol refleja los últimos rayos y enluce todo su interior.