La Generalitat elimina todas las pinturas 'españolistas' del Salón Sant Jordi del Palau
La Generalitat, como quería Torra, borra todo rastro de pinturas ‘españolistas’ en el Palau y asegura que ahora hay “más amplitud, luminosidad y ligereza” en el emblemático salón
El famoso Salón Sant Jordi del Palau de la Generalitat, sede del gobierno catalán, ya está desnudo, como cuando lo construyó Pere Blai hace algo más de 400 años. En este espacio, bajo la atenta mirada de los personajes de sus murales, tomaron posesión casi todos los presidentes de la Generalitat, se realizaron las principales recepciones del Govern entre sus columnas y se concedieron los más importantes premios de Cataluña entre sus cuatro paredes. Pero Quim Torra los condenó hace años por "españolistas".
El Govern reinauguró este 31 de julio el salón sin los testigos mudos de las pinturas que llevaban prácticamente un siglo colgando de sus paredes. Eran pinturas de connotaciones hispánicas y, por tanto, denostadas por el independentismo. Quim Torra las condenó al ostracismo cuando, en septiembre de 2018, dijo a un grupo de visitantes (algunos de ellos, niños) que visitaban el Palau: “Este Salón de Sant Jordi tan magnífico no me gusta. Y no me gusta por las pinturas que hay. Estas pinturas, si os fijáis, son una historia de Cataluña un poco extraña, porque todo va de Reyes Católicos, va de la batalla de Lepanto… bueno, con la Virgen de Montserrat, de acuerdo… pero… veis… Reyes Católicos aquí… Reyes Católicos allá… por tanto, alguna cosa rara nos explica esto, ¿no?”. En aquel momento, las pinturas del Salón Sant Jordi quedaban condenadas.
De hecho, la arenga de Torra a los visitantes (casi todos ataviados con las camisetas que vendía la ANC para la Diada del 11 de septiembre de aquel año) fue un discurso ultrapolítico donde prometió la República y cargó contra “el 155”, como si hubiese sido la aplicación de este artículo el que vetó al pintor catalán Joaquim Torres-García, encargado de pintar el salón, para poner en su lugar pinturas “antidemocráticas”.
Para conocer lo que pasó: en 1914, Enric Prat de la Riba y el arquitecto Josep Puig i Cadafalch (que hizo, entre otras lindezas, la Casa Amatller, la Casa Macaya, la Casa Puig i Cadafalch, la Casa Muntadas, las cavas Codorniu o la emblemática Casa de les Punxes en plena Diagonal de Barcelona) encargaron al pintor Joaquim Torres-García la decoración del salón. Cuatro años más tarde, en 1918, ya muerto Prat de la Riba, Puig i Cadaflach rescindía el contrato del venerado Torres-García y ocultaba su obra. No fue una decisión de la dictadura de Primo de Rivera, tal y como Torra lo vendió entonces… y tal y como el Govern lo vendió esta semana.
16 meses de trabajo
Porque este martes, Patrícia Plaja, la portavoz del Govern, explicó que la restauración del Salón Sant Jordi había sido comentada en la reunión del Ejecutivo que preside Pere Aragonès, dado que al día siguiente se hacía la reinauguración. Y dijo textualmente que fue la dictadura de Primo de Rivera la que en 1926 y 1927 ‘españolizó’ el salón con las pinturas que han perdurado hasta ahora. En realidad, en esos años se acabó de revestir el salón, actuación en buena parte realizada ya por Puig i Cadafalch casi una década antes. “Tras 16 meses de trabajo, renace el Salón de Sant Jordi, donde se recupera parte de su aspecto original, tras retirar pinturas añadidas de fuerte carácter bélico y exaltación católica”, dijo Plaja. En realidad, fueron 16 meses y 2.348.131,11 euros después, ya que éste fue el coste de la restauración.
Plaja también afirmó que “la voluntad de retirar las pinturas viene de lejos: en 1932 ya se inició la retirada de algunas pinturas, pero se paralizó por la Guerra Civil”. Pero lo cierto es que la ‘voluntad’ de retirar las pinturas quedó en estado vegetativo hasta que Torra, adicto a gestos simbólicos, arengó a sus visitantes de la ANC y a continuación nombró una comisión secreta para el Estudio de la Decoración Pictórica del Salón de Sant Jordi del Palau de la Generalitat, creada y presidida por él mismo. Una veintena de expertos consideraron que las pinturas no eran artísticas, “sino que representaban un relato histórico altamente connotado por contenidos políticos e ideológicos, de carácter integrista, autoritario y antidemocrático y que su contenido no se adecuaba al Salón de Sant Jordi”, según la propia Generalitat.
Al mandatario catalán le molestaban sobremanera los murales con escenas de las batallas del Bruc, Lepanto y Navas de Tolosa, además de los Reyes Católicos recibiendo a Cristóbal Colón en Barcelona. Así, los expertos de la autárquica comisión “constataron la necesidad de recuperar el espacio renacentista de Pere Blai y la retirada de las pinturas. Y la cuestión se considera también un gesto de reparación y reconocimiento hacia la obra de Torres-García”. Obvia la Generalitat que el pintor despedido sólo realizó 4 pinturas, una pequeñísima parte del encargo inicial, y que fue despedido por Puig i Cadafalch.
Recuperar la luminosidad
Del salón se retiraron en estos meses 24 pinturas de gran formato y 45 obras de formato inferior, con una superficie total de 860 metros cuadrados. El número de pinturas de Torres-García, pues, era nimio en comparación con la magnitud de la sala y sólo se comprende su alusión por el interés del independentismo de crear iconos o mártires de la causa.
Lo cierto es que las paredes han quedado prácticamente desnudas. “Una vez retiradas las pinturas de la dictadura (sic), se han priorizado las tareas de limpieza, consolidación y recuperación del estuco de cal original renacentista y la restauración de la policromía renacentista aparecida en los arcos del techo. Una actuación que ha permitido recuperar la amplitud, luminosidad y ligereza perdidas con las intervenciones hechas a lo largo de los años”, dice el comunicado oficial de la Generalitat. El resultado real se puede observar en las fotografías del antes y el después que acompañan esta información. Eso sí, se ha retirado la lámpara para permitir que la luz natural entre por la cúpula del techo y se han vuelto a abrir 4 ventanas visibles desde la fachada principal de la plaza Sant Jaume y que habían sido tapiadas, por lo que se recupera “más luz”.
Las obras descolgadas han sido arrinconadas en 47 rodillos para almacenarlas “en una de las reservas de la Colección Nacional con las máximas garantías técnicas para asegurar su conservación”. El salón ha quedado desnudo, pero más luminoso, dice la Generalitat. Y como clamaba Torra, sin ningún vestigio "españolista". Goethe, momentos antes de su muerte, gritaba: ‘¡Luz, más luz!’. El Govern independentista saliente presidido por Pere Aragonès se despide del poder con la misma alegoría.
El famoso Salón Sant Jordi del Palau de la Generalitat, sede del gobierno catalán, ya está desnudo, como cuando lo construyó Pere Blai hace algo más de 400 años. En este espacio, bajo la atenta mirada de los personajes de sus murales, tomaron posesión casi todos los presidentes de la Generalitat, se realizaron las principales recepciones del Govern entre sus columnas y se concedieron los más importantes premios de Cataluña entre sus cuatro paredes. Pero Quim Torra los condenó hace años por "españolistas".
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