La última tensión entre Sánchez y ERC: cuatro años de una relación bipolar
El escándalo de Pegasus es el final momentáneo de una amistad marcada por constantes subidas y bajadas, de socio preferente a bloquear la reforma laboral. En una semana, han pasado de pactar los JJOO de Invierno a la ruptura
En febrero de 2019, ERC se negó a votar los presupuestos de Pedro Sánchez. Fue el inicio de cuatro años en el disparadero. Una relación ciclotímica y en ocasiones tóxica de la que el espionaje de Pegasus es solo el penúltimo capítulo. Los de Oriol Junqueras y el socialismo español no se soportan, pero no pueden vivir políticamente el uno sin el otro. Como en la canción: ni contigo ni sin ti tiene mi vida remedio. En estos cuatro años, los republicanos han sido para el PSOE el desencadenante de unas elecciones, el enemigo más claro, el socio preferente, el objeto de un indulto y el aliado dubitativo que igual te aprueba unas cuentas a cambio de cuotas de catalán en Netflix que te deja tirado en una reforma laboral meses después.
En este culebrón, en el que un día los protagonistas se odian y otro se aman de manera desaforada, al PSC le ha tocado el papel de Casandra: la que avisa a Madrid una y otra vez de que ERC no es un socio fiable. Mientras, en Ferraz repiten que esta vez no será así para que, inevitablemente, termine siendo justo así.
Tras tumbar los presupuestos de 2019, Joan Tardà, entonces portavoz de los republicanos en la Cámara Baja, declaró: "Si el presidente del Gobierno decide adelantar las elecciones, será porque habrá concluido que en este momento es mejor para sus intereses, cosa que es legítima". Tardà calificó entonces de "un gran error histórico" que una parte de la izquierda española se asustara ante el alcance de sus conversaciones con las fuerzas independentistas catalanas, imposibilitando así que retiraran sus enmiendas a la totalidad.
No es de extrañar que al mismo tiempo el Gobierno de Pedro Sánchez estuviera aprobando vigilancias electrónicas vinculadas al papel que jugó Elies Campo en Tsunami Democràtic. En ese momento no solo había habido dos semanas de tumultos en Barcelona tras la sentencia del 'procés'. Sánchez tenía que ganar una segunda convocatoria electoral.
En esa campaña a las generales de finales de noviembre de 2019, Pedro Sánchez se pasó todo el tiempo prometiendo mano dura contra el independentismo. Anunció que traería a Carles Puigdemont detenido. No solo no rehuyó el tema catalán, fue uno de sus ejes en esas elecciones. Tanto, que la campaña acabó en Barcelona con Miquel Iceta y Josep Borrell cargando de forma muy dura contra el independentismo. El resultado: Sánchez ganó esos comicios y esta vez sí que pudo pactar un Gobierno de coalición con Podemos.
Seis meses después, la situación cambiaba radicalmente. En junio de 2021, Pedro Sánchez indultaba a los condenados por el 'procés'. Entre los beneficiados estaban parte de la cúpula de ERC, encabezada por Oriol Junqueras. Pere Aragonès, en ese momento, aseguraba: “No nos opondremos a ninguna media que pueda reducir el dolor de los presos políticos y esperamos una solución justa”.
ERC, socio principal
A partir de aquí, el idilio. ERC se convierte en el principal socio del Ejecutivo español. Gabriel Rufián vincula en esos momentos la evolución de la mesa de diálogo a cerrar el paso a la alianza PP-Vox. El momento álgido es la aprobación de los presupuestos de 2022, gracias a incluir cuotas de catalán en Netflix y otras plataformas de pago por visión. De eso solo hace seis meses.
En febrero de 2022, dos meses después, ERC votaba en contra de la reforma laboral. En este caso se trataba de disputar el voto de izquierda a Yolanda Díaz. A Sánchez le sirvió un inesperado error del diputado popular Alberto Casero. Y los republicanos acabaron con la sensación de que se habían pasado de frenada.
Hace un mes, Rufián era el azote de JxCAT por los contactos con espías rusos. Más crítico que el propio Gobierno español. Hoy, es el mayor aliado de Junts para dejar al Ejecutivo de Sánchez en una situación de extrema debilidad. Como si el FSB ruso nunca hubiese espiado a sus asociados, por poner un ejemplo.
Llega Pegasus
El escándalo de Pegasus es el final del camino, por ahora, para una relación bipolar. Hace una semana, se estaban pactando los JJOO de Invierno del Pirineo. Ahora piden la dimisión de la ministra de Defensa, Margarita Robles, antes incluso de que haya una investigación concluyente. Lo lógico sería que este jueves voten en contra del paquete de medidas económicas para paliar los efectos de la guerra de Ucrania. El votante de ERC no es lo que querría.
El informe de Citizen Lab tampoco señala a nadie. La bronca actual le sirve a ERC para marcar perfil ante JxCAT y alejar la atención de una mesa de diálogo donde está claro que no se alcanzará el programa de máximos que Aragonès lleva exigiendo desde que ganó las autonómicas: no habrá ni amnistía ni autodeterminación. Así que tiene que haber bronca. Una jugada electoral interna para robarle la cartera a Junts a la espera de poder volver al idilio tóxico con el PSOE.
En febrero de 2019, ERC se negó a votar los presupuestos de Pedro Sánchez. Fue el inicio de cuatro años en el disparadero. Una relación ciclotímica y en ocasiones tóxica de la que el espionaje de Pegasus es solo el penúltimo capítulo. Los de Oriol Junqueras y el socialismo español no se soportan, pero no pueden vivir políticamente el uno sin el otro. Como en la canción: ni contigo ni sin ti tiene mi vida remedio. En estos cuatro años, los republicanos han sido para el PSOE el desencadenante de unas elecciones, el enemigo más claro, el socio preferente, el objeto de un indulto y el aliado dubitativo que igual te aprueba unas cuentas a cambio de cuotas de catalán en Netflix que te deja tirado en una reforma laboral meses después.