"Ya han desmantelado todo lo que construyó Borrell para frenar el independentismo"
Convencido de que los secesionistas habían ganado la batalla del relato, un analista catalán ha investigado por todo el mundo la trama exterior del procés y lo ha plasmado en 400 páginas
Juan Pablo Cardenal estaba desayunando en Dakar cuando se decidió a escribir su último libro (La Telaraña, editorial Ariel). Aquella mañana, una eurodiputada portuguesa con la que mantenía una relación profesional y de la que tenía “una excelente opinión” trató de aleccionarlo sobre lo que estaba pasando en su ciudad natal, en Barcelona. Le dijo que los jueces españoles son fascistas y “metió en la coctelera el Valle de los Caídos, habló de negociar una solución política y aseguró que con dinero se arreglaría todo”. Cardenal, excorresponsal y analista geopolítico con base en Suiza, tomó la determinación de abandonar temporalmente su campo de juego (la expansión de China) para abordar otra internacionalización: la del conflicto de Cataluña.
Pregunta. Desde aquel día te has dedicado a analizar decenas de coberturas periodísticas internacionales y a viajar por el mundo intentando entender por qué buena parte de la opinión pública mundial piensa lo mismo que esa eurodiputada portuguesa. Ya en el prólogo dejas claro que el tema te toca en lo personal.
Respuesta. El nacionalismo es un tema que he arrastrado toda la vida. Y cuando en 2017 ocurre lo que ocurre, no puedo dejar de pensar que tengo algo que decir. Es verdad que no escondo en ningún momento lo que pienso. Hago juicios de valor, aunque no creo que eso esté reñido con un trabajo periodístico serio y honesto. Hay una metodología: hablar con todas las personas que habían jugado un rol o tenía algo que decir. De las más de 200 entrevistas que he hecho, no he contado cuántas son con independentistas, pero son un montón.
P. La otra premisa de la que partes sigue siendo polémica en Madrid: que el independentismo ha ganado la batalla del relato en el extranjero.
R. Estoy absolutamente convencido de eso. Es un proceso que llevaba muchos años larvándose y que se dispara en el año 2012, después de la famosa reunión entre Rajoy y Mas, cuando se crea Diplocat con el único objetivo de vender el independentismo por el mundo. Decidieron poner recursos humanos y financieros al servicio de ese objetivo. Pero voy más lejos: mientras eso ocurría, el gobierno español no hacía absolutamente nada.
En un contexto de desconocimiento bestial resulta decisivo que la Generalitat dedique recursos humanos y financieros a la causa
P. ¿Cómo han conseguido que su relato se imponga?
R. En el extranjero el tema de Cataluña no importa y nunca ha tenido interés. Es tema complejísimo incluso para cualquier catalán, para cualquier español. Imagínate para un extranjero. También para la gente que tiene que tomar decisiones o formar opinión a altísimo nivel. En un contexto de desconocimiento bestial resulta decisivo que la Generalitat dedique recursos humanos y financieros a la causa. Eso explica por qué nos han ganado por goleada la batalla del relato.
P. Se sumaría el hecho de que el mensaje independentista apela mucho más a lo emocional que el constitucionalista. En la era de la comunicación emocional, la defensa constitucionalista tira de argumentos racionales que además resultan mucho más difíciles de empaquetar en un mensaje sencillo y contundente.
R. Bueno, es que defender el status quo siempre es más difícil. Yo he resumido lo ocurrido analizando tres factores: la cantidad de recursos dedicados por la Generalitat, la incomparecencia del Gobierno español y la ignorancia de las audiencias internacionales, a las que no les interesa demasiado el tema. En ese contexto, todo el debate sobre la cuestión catalana discurre en la superficie. Muy poca gente se toma la molestia de ir al fondo de las cosas. Sin entender eso, no se entiende lo que ha ocurrido.
P. Leyendo algunos pasajes del libro da la sensación de que lo que hizo la Generalitat en términos de propaganda fue, sencillamente, mucho más inteligente que lo que hizo el gobierno español.
R. La estrategia de comunicación de la Generalitat fue fantástica para sus intereses. Mientras unos lo hacían muy bien y ponían recursos, los otros, que tenían la obligación de contrarrestarlo, deciden que no quieren contribuir a internacionalizarlo. Me he encontrado con infinidad de gente por el camino, algunos son ahora visibles mediáticamente, que decidieron defender a su país porque su gobierno no lo estaba haciendo: asociaciones civiles, el foro de profesores, las antenas… Gente de a pie, impactada por las mentiras del independentismo y atónitos de que nadie las rebatiese. Gente que, en su tiempo libre, se dedicaban a escribir cartas para desmentir lo que había publicado un periódico belga o lo que decía una televisión británica. Nos están insultando, buena parte es mentira, y nadie nos defiende. Y creo que eso es muy significativo: el hecho de que haya sido la sociedad civil española la que ha realizado una labor que correspondía a su Gobierno.
P. En las páginas de tu libro cobra forma una paradoja: el movimiento espontáneo, el desorganizado, el ciudadano, es el que defiende el ‘status quo’; mientras que el organizado, el de la infantería ordenada, el que tiene tentáculos con alcance, es el que promueve la revuelta.
R: Es que exactamente eso es la telaraña: toda esa base que ya estaba creada cuando se apretó el botón. Está bien definida en el Programa 2000 de Pujol, un proyecto de catalanización por la fuerza, que interviene todos los ámbitos de la sociedad que puede. Y todo con dinero público. En el momento en el que se aprieta el botón del procés, la media Cataluña independentista está perfectamente preparada para afrontar la situación. Y la otra mitad lo vive como si se le viniese encima una avalancha. La Generalitat tiene su Diplocat y todo ese submundo de entidades, de ONGs... cientos de agrupaciones dirigidas por nacionalistas y regadas por dinero público para apoyar la causa.
En Cataluña hay una aristocracia política nacionalista, una clerecía funcionarial y un vulgo español que paga impuestos
P. Hay excepciones, pero el funcionariado de la Generalitat es abrumadoramente independentista. Resulta chocante en una sociedad dividida sentimentalmente en dos. ¿Cómo es tan unánime?
R. Yo creo que en Cataluña se ha creado una sociedad en la que hay tres estamentos: una aristocracia política nacionalista, una clerecía funcionarial y un vulgo español que paga impuestos y que para acceder a los otros dos estratos tiene que pagar un precio altísimo: renunciar a su identidad lingüística y cultural. Y esta maquinaria de ingeniería social es la que han exportado al extranjero.
P. El libro es extremadamente crítico con los corresponsales, una profesión que tú has ejercido durante muchos años. Uno de los que sale peor parado es Raphael Minder, del New York Times.
R. Sinceramente, no daba crédito cuando leía el New York Times. Es otra de las motivaciones para escribir este libro. Me negaba a aceptar que la única referencia en inglés sobre el tema fuese el libro de Minder. Yo, como para mucha otra gente, daba como bueno lo que contaba el New York Times sobre lo que está pasando en otro lugar del mundo. Y claro, asumo que para alguien que no sabe nada de Cataluña… Es un periódico con el que se informa quien toma decisiones a nivel internacional. Y su cobertura ha sido muy perjudicial para España.
P. Analizaste cientos de artículos de este y otros medios internacionales para ver qué decían de Cataluña.
R. Y me echaba las manos en la cabeza. Es mucho peor verlo a vista de pájaro que en el día a día. En el día a día te enfadas al leer mentiras u omisiones, pero cuando tienes la foto a vista de pájaro empiezas a entender la manipulación. Identifiqué bastantes errores, cosas cogidas con pinzas, terminologías. Metían constantemente coletillas, como la descripción del “referéndum declarado ilegal por el gobierno español con ayuda de los tribunales”. Pero no solo eso, también eran constantes las menciones a Franco... Y luego las omisiones.
He tenido delante a muchos de los que criticaron a España duramente y muy pocos sabían lo que pasó el 6-7 de septiembre
P. ¿Por ejemplo?
R. Mira, he tenido delante a muchos de estos periodistas, juristas, activistas... que criticaron a España duramente y muy pocos sabían lo que pasó el 6-7 de septiembre (aprobación de leyes de desconexión) en el Parlament. Yo se lo preguntaba siempre y casi nadie me sabía contestar. Es como hacer una crónica de fútbol y no decir que el gol de la victoria fue con un penalty injusto. O, por ejemplo, las menciones políticas. A Arrimadas, que ganó las elecciones el 21-D, se la cita en tres ocasiones. Albert Rivera, que era una de las figuras claves del constitucionalismo, se le cita ocho veces en 92 artículos. Se habla más de Franco que de los líderes constitucionalistas. Y luego pasan días y días sin ningún artículo que se centre en los problemas del otro bando, de la mitad de la sociedad catalana. La sensación que te queda leyendo todo eso de golpe es que España es un país tan autoritario como Turquía. O más.
P. ¿Había excepciones?
R. Sí, claro. De hecho, si el New York Times lo hizo mal cuando los otros lo hicieron bien, es que decidieron hacerlo mal. Ha habido coberturas equilibradas, con rigor, como la del Wall Street Journal o The Economist… Luego algunos como el Washington Post que han dado una de cal y una de arena.
P. Dependía bastante según el país, ¿no? La prensa alemana también equilibró bastante su cobertura.
R. Sí, fueron de los primeros en girar. Quizá es porque en algunos países hay menos tolerancia con las ideas nacionalistas...
La Generalitat buscaba cercanía personal con los corresponsales y les mandaban hasta mensajes cuando ganaban sus equipos
P. En tu libro detallas cómo trataban a los corresponsales desde las autoridades catalanas y cómo lo hacían las autoridades españolas.
R. Jaume Clotet (director general de comunicación de la Generalitat) me decía que no hay nada diabólico en esto. Y es cierto. Es el abecé de las relaciones públicas. Al periodista le das acceso de información y tienes profesionales dedicados a eso. La diferencia entre dedicar recursos humanos a esta labor y no hacer nada tiene un impacto enorme. La Generalitat les invitaba a Barcelona, les ponía en contacto con las fuentes.... Tenían argumentarios muy bien hechos, etcétera. Y luego trabajaban la parte personal: se los llevaban a comer, les daban consejos turísticos... Había cercanía personal y les mandaban hasta mensajes cuando ganaban sus equipos de futbol.
P. Y en el otro lado… nada. Durante meses. Luego se intentó cambiar, se creó España Global, llegó Josep Borrell. ¿Sirvió para algo el timonazo?
R. Si analizo como cambiaron las coberturas de los medios, llego a la conclusión de dos cosas. La primera, al independentismo poco a poco se le ha ido viendo el plumero en el extranjero. Y la segunda: se empezó a salir al paso de todo lo que se hacía y se publicaba en el extranjero. Se dio la orden a los embajadores para saltar a la palestra. Yo estoy convencido de que cuando pones a parir a alguien y nadie te dice nada, continúas. Cuando te sabes vigilado, auditado, cuando sabes que puede haber una llamada, una carta al director, una pieza explicando la omisión y la manipulación… entonces ya tienes más cuidado. Borrell lo convirtió en su tema principal. De lo que no estoy seguro es de si se podía haber hecho mejor. Quizá España Global no tenía muchos recursos, quizá podían haber hecho algo parecido a lo que hizo Diplocat. No sé.
En los últimos meses se ha producido un desmantelamiento de todo lo que había construido Borrell
P. ¿Y cómo valoras la fase actual?
R. En el momento en el que Sánchez vislumbra que va a necesitar a los independentistas para formar gobierno hay un cambio de tercio total. No es lo mismo tener a Borrell sentado en el consejo de ministros que no tenerlo. No sé si fue una exigencia para la investidura, pero desde luego tenía mal encaje plantar cara al mensaje nacionalista y luego ser socio de gobierno. Creo que se ha producido un desmantelamiento de todo lo que había construido Borrell.
P: Dices en tu libro que “defender la independencia de Cataluña y atacar a España son dos caras de la misma moneda”. El relato que se ha trasladado fuera pasa por destrozar la imagen y la reputación de España para después decir que no hay encaje posible.
R. Es que yo creo que no puedes defender o promocionar la independencia de Cataluña sin decir que es consecuencia de que España es un país autoritario, que son unos salvajes, que no hubo transición y somos todos franquistas. Es el discurso que se ha promovido desde todos esos departamentos de español y ciencias políticas controlados por soberanistas, es el que se ha llevado a Naciones Unidas, a los medios de comunicación, a los despachos de congresistas en Estados Unidos. Se han ido lanzando desde allí todos los estereotipos negativos de España, de los toros a la siesta y la televisión basura. Para, después, frente a la España negra, sacar a la superficie la Cataluña amable. A eso han dedicado una cantidad importante de dinero público y de esfuerzos. Mi libro muestra cómo se consiguió todo eso, cómo se tejió la telaraña.
Juan Pablo Cardenal estaba desayunando en Dakar cuando se decidió a escribir su último libro (La Telaraña, editorial Ariel). Aquella mañana, una eurodiputada portuguesa con la que mantenía una relación profesional y de la que tenía “una excelente opinión” trató de aleccionarlo sobre lo que estaba pasando en su ciudad natal, en Barcelona. Le dijo que los jueces españoles son fascistas y “metió en la coctelera el Valle de los Caídos, habló de negociar una solución política y aseguró que con dinero se arreglaría todo”. Cardenal, excorresponsal y analista geopolítico con base en Suiza, tomó la determinación de abandonar temporalmente su campo de juego (la expansión de China) para abordar otra internacionalización: la del conflicto de Cataluña.
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