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Nueva 'embajadora' catalana en EEUU: de llorar en 'manis' a presentar a Puigdemont
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Nueva 'embajadora' catalana en EEUU: de llorar en 'manis' a presentar a Puigdemont

Se ha querido imprimir un carácter de meritocracia a la elección de los ‘embajadores’, cuando difícilmente un cargo de este calibre se deja al azar

Foto: Victoria Alsina.
Victoria Alsina.

“¿Verdad que vosotros habéis venido hoy en metro, bus o Renfe? Pues yo he venido hoy en avión desde los Estados Unidos”. De esta manera tan gráfica se presentaba una joven Victoria Alsina a sus alumnos de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona. Llegaba como profesora del Departamento de Política y Ciencias Sociales, con un extenso currículo de trotamundos a sus espaldas y las más modernas teorías de administración pública en las alforjas.

En un autoperfil que colgó hace unos años en el magacín 'Viceversa', se definía de modo poco convencional. “Entre la lectura y la tertulia, me quedo con la tertulia. Me emociona la acción colectiva y lloro en las manifestaciones. Si no aprendo, me aburro. Descubrí América Latina con 16 años y la conozco bien. Trotamundos persistente, he estado en todos los países por debajo de México y he vivido en Nicaragua, Cuba, Chile y Argentina”, decía. También aseguraba que le encantan la fotografía, el cine “y cuando escucho swing o son cubano, los pies se me mueven solos”. Vamos, que el nuevo talante catalán en Washington tiene más de ritmo caribeño que de lenta sardana.

Foto: Ernest Maragall inaugura la 'embajada' de la Generalitat en Washington. (Carlos Pérez)

Su gran pasión, sin embargo, es la política. De ahí que ingresase en dos grupos de investigación de alto nivel: su perfil que cuelga en la web de la Rockefeller Foundation dice que es “profesora de investigación en el Departamento de Tecnología, Cultura y Sociedad de la Escuela de Ingeniería Tandom de la Universidad de Nueva York y miembro principal de The Governance Lab, donde coordina la investigación líder de CrowdLaw Inciative sobre la práctica del uso de la tecnología para abrir parlamentos, gobiernos e instituciones públicas para la inteligencia colectiva". También es miembro de Democracy en el Centro Ash para la Gobernabilidad Democrática e Innovación en la Harvard Kennedy School. Por si fuera poco, “asesora a numerosos gobiernos, organizaciones e instituciones privadas en temas relacionados con la reforma del sector público, la colaboración público-privada y la innovación democrática”. Sus credenciales académicas son un doctorado en Ciencias Políticas y Sociales en la UPF, un máster en Gestión Pública en la Universidad Autónoma de Barcelona, en la UB y en la UPF, y un máster en Dirección Pública realizado en Esade Business School.

Elegida por ‘concurso público’

Al margen de las nuevas teorías políticas en las que trabaja la joven doctora (tiene solo 35 años de edad), en la práctica está alineada desde hace años con el soberanismo. Y el año pasado hubo un hecho crucial que la posicionó en el escalafón de jóvenes valores emergentes del independentismo: En febrero de 2017, fue la organizadora de una conferencia que el ‘expresident’ Artur Mas pronunció en Harvard. Semanas más tarde, fue también la organizadora de otra conferencia del ‘president’ Carles Puigdemont en un seminario que llevaba por título ‘Nuevas democracias europeas: la revolución democrática española’. El presidente catalán pronunció la charla ‘Cataluña, Escocia y el Calexit [proceso independentista de California]'. En realidad, el debate fue organizado por el Centro de Estudios Europeos de la universidad. Allí, el mandatario presentó a España como un país atrasado y poco respetuoso con las reglas democráticas.

Foto: Ernest Maragall, en la embajada (EC)

Era la primera incursión de Puigdemont en tierras norteamericanas y la labor y los contactos académicos de Alsina le dejaron impresionado. De ahí que ahora haya sido la elegida para pilotar la diplomacia catalana en la nación más poderosa del mundo. De hecho, quien la escogió no fue Puigdemont directamente. Ni siquiera el ‘president’ Quim Torra o el consejero Ernest Maragall, de quien dependía directamente (ahora lo hará de su sustituto, Alfred Bosch). Fue un jurado a través de un ‘concurso público’. O, dicho de otro modo: fue elegida a dedo por un grupo de políticos que evaluaron su idoneidad política para la ‘causa’. En otras palabras: se ha querido imprimir un carácter de meritocracia a la elección de los ‘embajadores’, cuando difícilmente un cargo de este calibre se deja al azar si no hay unos componentes ideológicos y políticos del candidato, máxime con la actual situación de crispación de la política catalana.

Fuentes independentistas apuntan a este diario que su elección no fue fruto del azar, sino “parte del conocimiento de su labor en los Estados Unidos"

Porque el jurado que la eligió tiene unas innegables servidumbres políticas (como corresponde a un cargo político, por otra parte). Se trata de Eulàlia Solé, jefa de gabinete de Ernest Maragall (entonces consejero del ramo), Natalia Mas, secretaria de Acción Exterior y UE, Josep Ibáñez, profesor de Relaciones Internacionales en la UPF (compañero de universidad de Verónica Alsina) y Albert Ginjaume, durante nueve años cónsul honorífico de Finlandia en Barcelona y destituido en marzo pasado por actividades proselitistas proindependentistas desde su cargo. Se trata, pues, de un jurado plenamente identificado no solo con los objetivos independentistas sino con la estrategia de Puigdemont y de Quim Torra. Junto a ella, este jurado eligió a Daniel Camós nuevo ‘embajador’ en Francia.

Fuentes independentistas apuntan a este diario que su elección no fue fruto del azar, sino que “parte del conocimiento de su labor en los Estados Unidos y de la penetración que tiene en los ambientes académicos”.

La ‘democratización’ de la política

En 2014, obtuvo una “beca de excelencia” de la fundación Rafael del Pino. Este premio está destinado a la formación de dirigentes, al fomento del espíritu y la actividad emprendedores en España y a la investigación y difusión del conocimiento. El pasado mes de septiembre, escribía un artículo en ‘El País’, al alimón con Eduardo González de Molina, también investigador en el Governance Lab de la Universidad de Nueva York. “La democracia está anémica. No solo en España, sino en el resto de países occidentales. Muestra signos de falta de vigor, fatiga muscular, debilidad motriz y una palmaria palidez ante los peligros que la acechan. Muchas causas explican su padecimiento, pero centrémonos en una de ellas, que proviene de su interior: vivimos en pleno siglo XXI con instituciones políticas propias del siglo XIX”.

Foto: Josep Borrell. (EFE)

Para finales del próximo mes de febrero, ha organizado un seminario de una semana bajo el lema ‘Trabajando juntos para la creación de valor público: estrategias para una implementación efectiva de la colaboración público-privada’, dirigido a gobiernos, organismos regionales, ONG y empresas. Según Alsina, la idea es “no solo escuchar por parte de los expertos y profesores cuáles son las mejores prácticas que se están implementando en diferentes países, sino intercambiar experiencias y visiones que traen los participantes”. Asegura que la partición público-privada (PPP) “ha sido implementada con éxito en países anglosajones desde hace varias décadas” y apuesta por potenciar este tipo de acuerdos, ya que “son ventajosos para ambas partes porque permiten aprovechar los conocimientos del sector privado en ámbitos específicos, como las nuevas tecnologías, y acceder a una mayor financiación gracias al respaldo público”.

“¿Verdad que vosotros habéis venido hoy en metro, bus o Renfe? Pues yo he venido hoy en avión desde los Estados Unidos”. De esta manera tan gráfica se presentaba una joven Victoria Alsina a sus alumnos de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona. Llegaba como profesora del Departamento de Política y Ciencias Sociales, con un extenso currículo de trotamundos a sus espaldas y las más modernas teorías de administración pública en las alforjas.

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