La noche en que el 'pueblo' de Quim Torra se convirtió en monstruo
Los antidisturbios recuperan el Parlament en cinco minutos llenos de miedo. Un trauma social para el independentismo cuyas consecuencias apenas hoy se empezarán a vislumbrar
Quim Torra aguarda bajo el escenario donde se amontonan las urnas del 1 de octubre y tuerce el gesto, no lo ve claro. Le toca hacer un discurso una vez acaben los parlamentos de gente anónima, pero el ambiente está enrarecido. A su derecha se levanta una enorme pancarta con el lema 'Buch dimisión' [consejero de Interior], a su izquierda varios carteles de "políticos traidores" y "desobedecéis, dimitís", abucheos al Govern, acusado de "autonomista", "vasallo" y "mentiroso".
Aquello no es un homenaje, aquello es una 'vendetta' y Torra empieza a comprenderlo. Decide no hablar. Ni siquiera sube al escenario. Tampoco lo hace el presidente del Parlament, Roger Torrent, de pie a su lado con gesto nervioso. "¡Damos por finalizado el acto. Gracias a todos!", espeta la conductora del acto. Tormenta de insultos y abucheos. Torra se acerca al público para hablar, hace gestos de 'qué queréis que haga'. Se queda en pie, suspira, ha de irse. Su 'pueblo', entre ellos esos CDR a quienes por la mañana pidió que apretasen, está fuera de control. Da media vuelta y es escoltado hacia el interior del Parlament. Más abucheos. La gente rodea el escenario del homenaje al 1 de octubre, las urnas ya son lo de menos. Y comienza el caos.
"No confundáis al enemigo, no les déis la imagen que quieren. ¡Por favor, retiraos!", implora en bucle una mujer aferrada a un emisor en el interior de un furgón policial. "¡Que se calle ya!", se desgañita un hombre, harto de escucharla. Sin saber cómo, el Parlament de Cataluña está asediado. Una veintena de antidisturbios se colocan en posición de defensa en hileras de tres. Pero están desbordados, toda la fachada del ilustre edificio, sede de la soberanía popular catalana, está rodeada de gente llena de ira.
Hay muchos jóvenes de estética radical, pero también gente de aspecto corriente, algunas señoras de mediana edad. Es el 'pueblo' al que durante tantos años ha apelado el Govern, siempre tan dócil, siempre tan paciente. Hasta que finalmente estalló. Y lo hizo en el momento más delicado, justo la noche en que Quim Torra les invitaba a las puertas de su casa a rendir tributo a unas urnas.
Llegado el caos, nada más se sabe de los políticos. Son los antidisturbios contra la gente, con los mandos de los Mossos d’Esquadra detrás, bajo la arcada de entrada al Parlament, dando consignas sin parar. El 'pueblo' no ha venido a hacer una sentada, quiere entrar en el Parlament y tomar las riendas de la soberanía popular. Lemas como "las calles serán siempre nuestras" o "el pueblo manda, el gobierno obedece" truenan bajo la vigilancia de un helicóptero policial. Calma tensa, unos y otros se miden las fuerzas, pero a cada trifulca, ya sea una valla metálica que vuela, un bote inflamable, una pequeña escaramuza, los manifestantes ganan un par de metros y los Mossos han de retroceder.
Así durante media hora hasta que los Mossos se quedan sin margen, a solo unos metros de la arcada de entrada al edificio. De repente, el dispositivo se rompe. "¡Hacemos piña!", grita un mando. De forma algo incomprensible los antidisturbios desaparecen a la carrera.
El 'pueblo' se abalanza como una horda sobre la entrada del Parlament, pero la regia puerta de madera maciza ha sido cerrada justo a tiempo. El 'pueblo' carga, aprieta como quería Torra, quiere entrar. Solo una cerradura impide a la muchedumbre descontrolada hacer historia y tomar el Parlament, en un surrealista guiño a la toma del Instituto Smolny por las turbas bolcheviques en 1917.
De nuevo la calma. El 'pueblo' intenta abrir los portones pero no hay manera. Dentro, en el vestíbulo, un grupo de agentes ARRO de seguridad ciudadana esperan atrincherados a que lleguen los antidisturbios de la BRIMO a salvarles. También dentro, en alguna sala, Quim Torra y su Gobierno celebran un gabinete de crisis. Deciden, no hay otra, que hay que dispersar a la gente, no importa el daño a la imagen del Govern, a la imagen de los Mossos, a la imagen internacional, eso es un atentado intolerable y hay que repelerlo como sea. Una decisión que seguramente un año atrás tomó el Gobierno de Mariano Rajoy al ver las urnas llegar a los colegios electorales, solo que esta vez con la tortilla dada la vuelta, tremenda paradoja que nadie imaginaba.
Y así es como por el flanco derecho vienen varias lecheras de Mossos junto a agentes a la carrera. ¡Pam!, ¡pam!, resuenan las balas de 'foam'. Comienzan los gritos y las carreras. Los agentes entran en tromba en dirección a la puerta del Parlament y arrastran a base de porrazos a la gente fuera de la arcada de la fachada, lejos hacia el parque de la Ciutadella. La gente apenas responde, levanta los brazos y recibe los palos resignada. "¡Pero qué hacéis! ¡Dejadnos salir de aquí, desgraciados!", gritan los manifestantes, desde jóvenes encapuchados a muchachas en tirantes y señores de pelo blanco.
El operativo de emergencia de los antidisturbios apenas se prolonga cinco minutos frente a la fachada del Parlament. Cinco minutos de pura infamia y miedo. Un trauma social para el independentismo cuyas consecuencias apenas hoy se empezarán a vislumbrar. El 'procés' no está muerto, pues el 'procés' es un pulpo que siempre regenera sus tentáculos. Pero el 'procés' ya no volverá a ser lo que era, algo cambiará y quizás aún es pronto para saberlo.
Se acabó el mantra usado ya por Artur Mas del pueblo dócil y festivo, el "hacednos confianza", el "ya lo tenemos a tocar", el "el mundo nos mira", ese "hagamos república" tan usado por Carles Puigdemont y toda la clase política catalana en el último año para enmascarar su fracaso. Algo tendrá que inventarse Quim Torra para seguir adelante, lo mismo el apóstol Puigdemont y hasta Gabriel Rufián. Es poco probable que el 'procés' degenere en escaramuzas callejeras, pero por primera vez el independentismo señala con dedo acusador y cabreado a su Govern, al que ve como un mentiroso. Ayer se rompió algo en Cataluña y nadie sabe en qué va a derivar.
Quim Torra aguarda bajo el escenario donde se amontonan las urnas del 1 de octubre y tuerce el gesto, no lo ve claro. Le toca hacer un discurso una vez acaben los parlamentos de gente anónima, pero el ambiente está enrarecido. A su derecha se levanta una enorme pancarta con el lema 'Buch dimisión' [consejero de Interior], a su izquierda varios carteles de "políticos traidores" y "desobedecéis, dimitís", abucheos al Govern, acusado de "autonomista", "vasallo" y "mentiroso".
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